En
materia de motores de la "revolución", la llamada
"explosión" del poder comunal no llega ni a renoletica
comparada con ese misil demoledor que es el poder criminal.
La actividad delictiva se ha venido convirtiendo en la
verdadera centrífuga de la "revolución bolivariana" en sus
más diversas manifestaciones: hampa común, crimen
organizado, corrupción exponencial, delitos de Estado,
voracidad boliburguesa y penetración del narcotráfico.
En este último aspecto llama poderosamente la atención que
los extensos y documentados reportajes del periodista
Gerardo Reyes del diario El Nuevo Herald, sobre los
presuntos vínculos entre narcotraficantes colombianos y
miembros del "alto gobierno" de Venezuela, no suscitaran ni
una palabra de comentario o siquiera de desmentido por parte
de los voceros oficialistas, por lo general tan ganados a la
verborrea. Presuntos vínculos, repito, con algunos generales
y ministros que integran los círculos más cercanos del jefe
supremo.
Es de apreciación creciente que en estos tiempos del Estado
bolivariano, la variada gama de operaciones y negocios
inherentes al narcotráfico han encontrado campo fértil
dentro de nuestras fronteras. Lo afirman, entre otros,
importantes ex-funcionarios nombrados por el señor Chávez
para dirigir la política anti-drogas en su mandato. La
auto-exclusión del gobierno revolucionario de los programas
interamericanos de lucha contra la narcoindustria, deja
amplio margen para la creación de paraísos o santuarios de
la narcoindustria en el país.
¿Y qué decir de la explosión del hampa común y de las
muertes violentas? ¿Cómo explicar que el número de
homicidios haya pasado de casi 4.500 a más de 16.000 en
apenas 8 años? ¿Cuál es la justificación para que los
asesinatos se hayan multiplicado en 350% durante el reino de
la supuesta revolución? ¿Por qué nuestro país ya ostenta el
trágico título del más violento de América Latina? ¿Es que
acaso el modelo de gobernanza chavista no es responsable del
salto cuántico y exponencial del hampa a lo largo y ancho de
la nación?
Al respecto, bastaría señalar que la lucha contra la
delincuencia está en manos del ministro Pedro Carreño para
caracterizar la negligencia crasa y supina de Miraflores
frente al drama de la inseguridad. La situación de Caracas,
por ejemplo, ya recuerda la de algunas capitales del Africa
atlántica en la descripción desoladora que hace el
periodista Robert Kaplan en su obra: "La anarquía que
viene". Según cifras extra-oficiales ya van cerca de 100 mil
muertes violentas durante la presidencia del señor Chávez.
Una tragedia sin precedentes en la historia delictiva de
Venezuela y, quizás, en la de cualquier otro país del mundo
que no esté engarzado en una guerra militar o civil.
Por otra parte, ese mal endémico e histórico de la
corrupción ha adquirido niveles de metástasis en el aparato
estatal y sus redes de provisión. Con muchos más recursos y
muchos menos controles, para decirlo con compasión, el
resultado es lo que hoy se tiene: latrocinio de satrapía y
saqueo sistémico de las finanzas públicas. Nada más que los
desfalcos acumulados del Fiem y de las emisiones de bonos,
como la última de Pdvsa, podrían llegar a ser equivalentes
al monto total del presupuesto de la República, calculado en
dólares, del año 1998.
Para añadir insulto a la herida, los hermanos Chávez
proclaman que su proyecto se inspira en la idea de "moral y
luces" de la que hablaba el Libertador. Un alarde de cinismo
que no tiene referencias similares en la accidentada vida
pública del país, sino más bien en el desparpajo del sátrapa
más antiguo del planeta, Fidel Castro Ruz. Una figura tan
pero tan siniestra, que cuando a su muerte se destape la
olla de sus crímenes, de seguro que la historia no lo
absolverá.
Al respecto, sería interesante preguntarle a los jerarcas de
la boliburguesía qué opinan sobre la radicalización del
proyecto revolucionario venezolano en las líneas del
paradigma fidelista. Y es que la burguesía de boinacolorá, o
más bien la boliplutocracia, es todo un enjambre de fortunas
fabulosas a punta de especulación y testaferrías, sin
contrapartida en el trabajo productivo como al menos en
otros fenómenos de opulencia emergente imbricada con el
Estado.
Y "last but not least", se encuentran los delitos de Estado
asociados a la violación de derechos humanos en su diversas
dimensiones. La masacre del 11-A del 2002, las redes
para-policiales de gobernadores y alcaldes afectos a la
causa, la colonización del poder judicial, la embestida
orgánica contra la libertad de prensa y de expresión, entre
tantos y tantos agravios, configuran un expediente de tal
magnitud que hasta los mecanismos de la justicia
internacional se verían desbordados cuando toque, como
eventualmente tocará, conocer a fondo estas materias que
retratan a la satrapía del señor Chávez.
El poder criminal se enseñorea en nuestra menguada república
al amparo de su redundancia, el régimen imperante.
Cualquiera puede darse cuenta de ello, mientras no sea la
próxima víctima.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |