El
proceso de la llamada "reforma constitucional" es en sí
mismo una glorificación de la satrapía, porque todo-todito
depende del "puño y letra" del mandamás de Miraflores. Y no
lo dice un critico convicto y confeso sino el abogado y
diputado Carlos Escarrá Malavé, suerte de "conciencia
jurídica" de la pretendida revolución. Por lo demás, la
declaración de Escarrá es secundada por todo aquel que se
pronuncie sobre la "iniciativa" desde la acera del sector
oficial.
En efecto, pocas veces la satrapía imperante ha estado mejor
retratada que con el "método" seleccionado para clavarle al
país la "nueva" Constitución roja-rojita. En principio, y
según declaraciones de la presidenta de la Asamblea
Nacional, Cilia Flores, apenas faltarían 8 quincenas para la
realización del referendo aprobatorio de la susodicha
reforma; fuentes oficiosas del CNE hablan de estarse
preparando para el primer domingo de diciembre, y a estas
alturas el señor Chávez se maneja cual déspota oriental,
tirándole mendrugos a la colectividad sobre lo que serían
algunas de las perlas o "cambios" al ya casi disecado
"librito azul".
Desde luego que todo el mundo sabe que el meollo del asunto
es la reelección indefinida o la presidencia perpetua, pero
el resto del transplante constitucional permanece en un
limbo escabroso, y hasta los más allegados se lavan las
manos arguyendo que todo depende, en definitiva, de lo que
le parezca al señor Chávez. Así es el modus operandi de una
satrapía, sea encabezada por Chapita Trujillo, o Tacho
Somoza, o el general Noriega, o el viejo Mugabe, o el
terminal Fidel, o el discípulo de Miraflores.
En el caso que nos ocupa, se traspasan los límites del
delirio porque las televisoras oficiales y "comunitarias" ya
iniciaron una campaña con el eslogan: "los venezolanos
apoyan la reforma constitucional", y resulta que su
contenido formal permanece entre el buche y espalda del
mandatario bolivarero. Vaya desprecio por la inteligencia
del propio colectivo social que se alega representar.
Y eso que ya han transcurrido casi 8 meses desde la creación
de una Comisión Presidencial encargada de preparar el
anteproyecto respectivo; por cierto que integrada por
titulares de "poderes públicos" y un selecto elenco de
juristas expertos en las acrobacias legales del régimen
venezolano. Acaso la licenciada Eva Gollinger, tan enterada
de todo, sea una de las premiadas en conocer el cartapacio
de la reforma.
Al fin y al cabo, la opinión nacional se entera de una que
otra de sus interioridades a través de lo que informan los
musiues acreditados en la Venezuela "revolucionaria",
incluyendo a los embajadores extranjeros. Recordemos que el
borrador "filtrado" a la prensa ponía en salmuera a la
opción de la doble nacionalidad consagrada en la
Constitución de 1999 , y el embajador de Italia tuvo la
cortesía de señalar públicamente que ello no será así. Todo
un homenaje a esa sacrosanta soberanía que tan ardorosamente
defienden los "intelectuales viajeros" de la revolución, en
especial desde París, Madrid, y hasta en La Habana.
Por si fuera poco, los voceros del "alto gobierno" le caen
encima a cualquiera que ose discrepar de lo que se ha colado
de la fulana reforma, espetando que se trataría de
"posiciones adelantadas o injustas", ya que aún el señor
Presidente no ha tenido a bien presentar su proyecto ante la
Asamblea. Si de eso se trata precisamente porque ¿dónde
queda la cacareada democracia participativa, si ya se
anuncian fechas para aprobar una "reforma constitucional" en
la que el único participante es el señor Chávez? Tan crasa o
grotesca es la cosa, que las habilidades dialécticas del
vice Rodríguez para justificar lo injustificable no han
servido para absolutamente nada.
Es de prever, por otra parte, que la técnica de "entre
gallos y medianoche" también será aplicada una vez que el
legajo sea consignado en estos días por venir. Quizás
alrededor del 8 de agosto, cuando se cumplan 8 años de la
instalación de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999.
Recibido el material, el oficialismo montará unas cuantos
eventos de "parlamentarismo de calle", para que el pueblo se
"pronuncie", naturalmente que a favor, y quién si no el
propio Chávez decidirá la oportunidad ideal para que se
produzca la sanción protocolar. A todas estas, las
previsiones de la Constitución de 1999 quedarán, por enésima
vez, a nivel de papel toalé.
Una satrapía, debemos repetirlo, es un despotismo habilidoso
que suele simular una cierta actuación institucional, aunque
en verdad todos los hilos del poder público estén sujetos a
la voluntad personal del jefe único. Si alguien con dos
dedos de frente y con vocación de buena fe, podía albergar
dudas acerca de que la "revolución bolivarera" no fuera una
oronda y lironda satrapía, entonces el camino culebrero de
la "reforma constitucional" debería despejarlas.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |