La
pregunta clave no es si en Venezuela todavía- existe o no
libertad de expresión, sino si el régimen de Chávez la
respeta o la ataca. Y hay que ser un empecinado partidario
de la "revolución" para dar una respuesta acorde con la idea
básica de democracia a la segunda, y principal,
interrogante.
Los voceros del periodismo oficial, como Earle Herrera o
Maripili Hernández, a manera de sofisma, a cada rato lanzan
su pregunta de rigor: "pero digan y contesten, ¿hay o no hay
libertad de expresión en Venezuela?". Quien de manera
pública, es decir a través de algún medio de comunicación,
responda que no o que menos que más, entonces se le pretende
refutar de inmediato señalando que la mejor prueba de que sí
hay libertad de expresión es que se puede afirmar lo
contrario en prensa, radio o televisión.
Y desde luego que en nuestro país hay, a pesar de los
pesares que se originan desde el poder público, espacios de
libertad informativa; decrecientes por lo demás, aunque con
vigor para continuar la lucha. Pero la existencia o
supervivencia de esos espacios no prueba ni mucho menos que
la libertad de expresión "esté vivita y coleando", como
alega el ministro Willian Lara, y por supuesto no tiene nada
que ver con el exabrupto que suele repetir José Vicente
Rangel: "nunca ha habido tanta (Š) libertad de expresión en
Venezuela".
El sentido de las libertades públicas y de los derechos
humanos no es que "beneficien" a algunos pocos o que imperen
de manera excepcional o parcial. No. Es que sean
universales, para todos los ciudadanos, que constituyan la
regla general y no la excepción particular. De allí que lo
verdaderamente crucial sea la actitud y la política del
Estado, en este caso del Estado "revolucionario", hacia la
libertad de expresión y de prensa. Este es el meollo del
asunto.
Al respecto, ¿qué puede decirse de un régimen gubernativo
que cierra canales de televisión por razones de carácter
político? ¿O que amenaza cerrar a la única televisora
dedicada a la información, por el mismo motivo? ¿O que
restringe al máximo el acceso a la principal fuente de
información oficial, el Palacio de Miraflores, a la prensa
no oficial? ¿O que promueve el enjuiciamiento de gran
cantidad de periodistas independientes? ¿O que utiliza su
poder sancionatorio, sea judicial, administrativo o
tributario, para tratar de inducir la autocensura? ¿O que
destina los medios de comunicación del Estado a la
propaganda sectaria y partisana?
Las conclusiones son obvias y uniformes: el régimen de
Chávez está en guerra contra la libertad de prensa y
expresión, y si no ha llegado más allá, no es porque no haya
querido sino porque no ha podido doblegar a uno de los
valores más arraigados de la cultura democrática venezolana.
Y que no se venga con la cantaleta esa "de que eso siempre
ha sido así", porque sencillamente es falso. El día que el
presidente Chávez empezó su mandato, en Venezuela no había
ni un solo medio de comunicación cerrado o perseguido, y ni
un solo periodista preso o enjuiciado por razones de
carácter político.
Es más, Eleazar Díaz Rangel, quien no oculta sus simpatías
políticas por el régimen de boinacolorá, reconoció en un
discurso pronunciado en la Asamblea Nacional, el 23 de Enero
del 2002, que en el quinquenio anterior a 1999 no se
conocieron limitaciones a la libertad de expresión. De
manera que "eso" del atropello gobiernero no siempre ha sido
asíŠ
Ahora, en cambio, los desmanes no se limitan al Gobierno
Nacional propiamente dicho, ya que también deben denunciarse
a variados gobiernos regionales y municipales, de militancia
oficialista, que han hecho del atropello a medios y
periodistas críticos su marca de gestión. Baste nombrar los
casos de Manuitt en el Guárico, Rangel Gómez en Bolívar y
Yánez Rangel en Cojedes, para constatar la situación. Un
civil y un par de militares retirados que le tienen muy poco
aprecio a las normas elementales de la convivencia y respeto
cívico.
Por otra parte, los espacios de libertad de expresión que
todavía se mantienen en el país no son una concesión
graciosa de la "revolución", aunque cobre actualidad la
tesis de la hegemonía comunicacional, cuyo truco consiste en
que pervivan algunas franjas de disidencia para impedir que
se materialice el concepto formal e impresentable del
monopolio a la cubana o a la coreana del norte.
Dichos espacios se vienen preservando a fuerza de convicción
y coraje, enfrentando todos los riesgos, amenazas y
sanciones que caracterizan la naturaleza y orientación
autoritaria del régimen de Chávez. Se trata de derechos
conquistados a pulso por varias generaciones de venezolanos
y que, por cierto, la Constitución de 1999 reconoció de
manera especifica y adecuada.
En verdad, el solo hecho que la libertad de expresión sea
noticia de primera página, e incluso de última o página
roja, como las recientes agresiones al periodista Roger
Santodomingo y a su familia, son una evidencia lamentable de
que las cosas andan muy mal en el campo de la libertad de
prensa y expresión. Y no precisamente por culpa de los
comunicadores sociales, con todos los aciertos y errores
habidos y por haber, sino por la manifiesta incompatibilidad
entre la comunicación abierta, crítica, beligerante, y un
Estado cada vez más despótico y represor.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |