En
Madrid o Sevilla, la palabra "chulería" tiene que ver con
una cosa bonita, graciosa o guapa; en Caracas o Sabaneta,
significa aprovechamiento para vivir a expensas de otro. Es
difícil encontrar una metáfora más adecuada, en lo que a la
acepción criolla se refiere, para ilustrar la relación que
existe entre el llamado "socialismo de siglo XXI" y el
capitalismo contemporáneo.
En efecto, el motor principal del "nuevo modelo
económico-productivo" del que tanto se ufana la "revolución
bolivariana" es el caudal de petrodólares que proviene de
los altos precios del mercado internacional. Y ese boom de
las cotizaciones, a su vez, es producto de una creciente
demanda de energía que tiene como fundamento más importante
el crecimiento de las grandes economías capitalistas, tanto
las emergentes como las tradicionales. En pocas palabras: el
éxito del capitalismo está financiando el supuesto
socialismo de nuevo cuño, o el socialismo a la venezolana.
En primer lugar, ¿a punta de qué el presupuesto nacional ha
pasado de 9 billones de bolívares en 1998 a más de 125
billones en el 2006? ¿Por qué el valor de las exportaciones
petroleras ha pasado de 12 mil millones de dólares en 1998 a
más de 55 mil millones en el 2006? ¿Qué explica el
incremento exponencial de las importaciones de todo tipo a
más de 35 mil millones de dólares en el 2006? En suma: ¿de
dónde sale el dineral que hoy en día dispone el Estado
bolivariano para sus proyectos socio-políticos dentro y
fuera de Venezuela?
Todas las respuestas apuntan a lo mismo: la quintuplicación
de los precios internacionales del petróleo gracias al
empuje económico del capitalismo mundial. Bien de China o
India, que juntas reúnen cerca de 2.500 millones de
habitantes, y ambas aplican estrategias de desarrollo de
corte capitalista; como también de los bloques de países
industrializados, léase Estados Unidos, la Unión Europea y
la comunidad del Pacífico liderada por Japón.
Más allá de la identidad de los regímenes políticos, las
naciones que están alcanzando mejores niveles de desarrollo
tienen en común el reconocimiento del mercado como fuente de
creación de riqueza. Eso que el presidente Chávez denuncia
como expresiones del "neoliberalismo salvaje" es lo que,
justamente, alimenta el apetito de energía global y hace que
los precios correspondientes se incrementen.
Desde luego que factores asociados con el inagotable
conflicto del Medio-Oriente, la anarquía catalizada por la
invasión norteamericana a Irak, o una más ajustada
alineación de la OPEP en la que, es justo reconocerlo, a
jugado un papel estimable el señor Chávez, también influyen
con distinta proporción en la elevación de los precios de
los hidrocarburos. Pero estas realidades serían
absolutamente insuficientes para justificar la bonanza
petrolera en ausencia del dinamismo capitalista del siglo
XXI. Si hasta la sufrida República de Vietnam se está
convirtiendo en el nuevo "tigre asiático" gracias a la
economía de mercado y a la integración comercial. E incluso
la Cuba castrista, más no fidelista, podría orientarse por
esas mismas coordenadas.
Volviendo a nuestro país, es imposible obviar que el
estatismo creciente, o el denominado "desarrollo endógeno",
o las nombradas "bases de la nueva economía socialista",
serían imposibles de imaginar y mucho menos de implementar,
si ese chorro de petrodólares no fuera tan persistente y
caudaloso. En Venezuela se está montando una burbuja
artificial que tiende a producir una sensación de bienestar
en densos sectores de la población, a través del estímulo
del consumo a muy corto plazo, pero que sólo es sostenible
si los enormes ingresos petro-fiscales continúan llenando la
botija de la tesorería nacional.
Una nación dónde caen las inversiones privadas, nacionales y
extranjeras; donde se reduce el parque industrial de forma
drástica; donde disminuye el empleo formal y sólo se aminora
la tasa de desempleo oficial porque se deja de buscar
trabajo; donde se achica la producción agrícola y la
inversión en el campo; donde se adelgazan otras fuentes de
desarrollo económico y social como el turismo y la
tecnología; y donde se enseñorea la incertidumbre económica
para todo aquel que no se asocie con la "nomenklatura", es
una nación que sin lugar a dudas marcha a contracorriente de
la gran mayoría de países que prosperan de forma
sustentable, incluyendo a países de tradición política
socialista que han tenido el buen juicio o la necesidad de
promover la apertura económica para aprovechar las
oportunidades de un mundo globalizado.
De allí que el "socialismo de siglo XXI", tal y como lo
plantea la "revolución bolivariana" sea, en vasta medida,
una chulería del capitalismo de siglo XXI, y no en el
sentido de la península ibérica sino en el de esta ribera
del Arauca vibrador.
flegana@telcel.net