El
tema de la llamada "exportación de la revolución
bolivariana" está dando mucho de que hablar y hacer en
América Latina. Desde el altiplano boliviano hasta los lagos
nicaragüenses, pasando por casi todas las naciones de la
región. En Washington o Madrid, no faltaba más, el asunto
cada día cobra una importancia más sonora. De hecho, la
proyección internacional de la pretendida revolución
venezolana es su dimensión más publicitada.
A diferencia del "internacionalismo cubano" de los años 60,
70 y hasta 80, que planteaba la diseminación de guerrillas
insurreccionales para derrocar a los gobiernos establecidos
el célebre "uno, dos, tres Vietnam" del Che Guevara--, el
activismo bolivariano de estos tiempos propone aprovechar al
máximo posible la vía electoral para el establecimiento de
regímenes semi-democráticos o neo-autoritarios. De muchas
formas se utiliza el derecho a elegir característico de la
democracia representativa, para subvertirla y sustituirla
por otras modalidades de "democracia".
Contadas las papeletas de votación que le conceden la
victoria al candidato presidencial respectivo, de inmediato
se procede a convocar y organizar las consabidas Asambleas
Nacionales Constituyentes para concentrar todo el poder y
eliminar los contrapesos de carácter institucional: la
receta, obviamente, tiene factura muy criolla. Así mismo, se
tiende a apuntalar las finanzas públicas a través de la
"solidaridad presupuestaria" de la casa matriz, vale decir
la República Bolivariana de Venezuela, todo ello bajo la
retórica del "verdadero" nacionalismo y el desafío al
notorio imperialismo.
Se trata del a-b-c de la franquicia "revolucionaria" que se
está mercadeando a lo largo y ancho del continente
latinoamericano, y que naturalmente suscita el interés de
sectores políticos radicales y de no pocos aventureros de
diversa ralea que aprecian el respaldo material del señor
Chávez como un empujón hacia las casas de gobierno en sus
respectivos países. Al fin y al cabo, una campaña
presidencial con todos los hierros de la tecnología
electoral cuesta una boloña de dinero que, sin duda,
requiere del respaldo "exógeno".
Es el caso de Rafael Correa en Ecuador o de la resurrección
del comandante Daniel Ortega. En cierta medida también el de
Evo Morales en Bolivia, aunque sea justo e indispensable
reconocer la vitalidad propia del movimiento político que
gobierna en La Paz. Es probable, por otra parte, que quieran
incorporarse a la franquicia el ex-obispo paraguayo que sube
en las encuestas, Fernando Lugo; y la muy conocida Premio
Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, quien prepara su
candidatura presidencial en Guatemala.
Algunos sectores del Polo Democrático colombiano no
disimulan su afán en asociarse a la franquicia bolivariana
con miras a los comicios para suceder a Alvaro Uribe. No
obstante, otros factores de esa coalición advierten que
podría ocurrir un descalabro parecido al protagonizado por
Ollanta Humala en el vecino Perú. Después de todo, en
Colombia, en Perú y en México, el mito del nacionalismo
parroquial está vivito y coleando.
Mientras tanto, desde su convalecencia habanera, el viejo
Fidel Castro influye en cómo se van moviendo las piezas del
ajedrez político de la nueva franquicia de moda, siempre
impulsadas por el combustible financiero del Petro-estado
venezolano. La franquicia bolivariana, o una especie de
método McDonalds con la imagen de la santería revolucionaria
y la botija bien pero bien buchona. Pasa, eso sí, lo que
recién señalara el ex-presidente de Chile, Ricardo Lagos: un
régimen como el de Chávez sólo es "viable" en un país
petrolero.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |