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La franquicia bolivariana
por Fernando Luis Egaña
miércoles, 4 abril 2007


El tema de la llamada "exportación de la revolución bolivariana" está dando mucho de que hablar y hacer en América Latina. Desde el altiplano boliviano hasta los lagos nicaragüenses, pasando por casi todas las naciones de la región. En Washington o Madrid, no faltaba más, el asunto cada día cobra una importancia más sonora. De hecho, la proyección internacional de la pretendida revolución venezolana es su dimensión más publicitada.

A diferencia del "internacionalismo cubano" de los años 60, 70 y hasta 80, que planteaba la diseminación de guerrillas insurreccionales para derrocar a los gobiernos establecidos ­el célebre "uno, dos, tres Vietnam" del Che Guevara--, el activismo bolivariano de estos tiempos propone aprovechar al máximo posible la vía electoral para el establecimiento de regímenes semi-democráticos o neo-autoritarios. De muchas formas se utiliza el derecho a elegir característico de la democracia representativa, para subvertirla y sustituirla por otras modalidades de "democracia".

Contadas las papeletas de votación que le conceden la victoria al candidato presidencial respectivo, de inmediato se procede a convocar y organizar las consabidas Asambleas Nacionales Constituyentes para concentrar todo el poder y eliminar los contrapesos de carácter institucional: la receta, obviamente, tiene factura muy criolla. Así mismo, se tiende a apuntalar las finanzas públicas a través de la "solidaridad presupuestaria" de la casa matriz, vale decir la República Bolivariana de Venezuela, todo ello bajo la retórica del "verdadero" nacionalismo y el desafío al notorio imperialismo.

Se trata del a-b-c de la franquicia "revolucionaria" que se está mercadeando a lo largo y ancho del continente latinoamericano, y que naturalmente suscita el interés de sectores políticos radicales y de no pocos aventureros de diversa ralea que aprecian el respaldo material del señor Chávez como un empujón hacia las casas de gobierno en sus respectivos países. Al fin y al cabo, una campaña presidencial con todos los hierros de la tecnología electoral cuesta una boloña de dinero que, sin duda, requiere del respaldo "exógeno".

Es el caso de Rafael Correa en Ecuador o de la resurrección del comandante Daniel Ortega. En cierta medida también el de Evo Morales en Bolivia, aunque sea justo e indispensable reconocer la vitalidad propia del movimiento político que gobierna en La Paz. Es probable, por otra parte, que quieran incorporarse a la franquicia el ex-obispo paraguayo que sube en las encuestas, Fernando Lugo; y la muy conocida Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, quien prepara su candidatura presidencial en Guatemala.

Algunos sectores del Polo Democrático colombiano no disimulan su afán en asociarse a la franquicia bolivariana con miras a los comicios para suceder a Alvaro Uribe. No obstante, otros factores de esa coalición advierten que podría ocurrir un descalabro parecido al protagonizado por Ollanta Humala en el vecino Perú. Después de todo, en Colombia, en Perú y en México, el mito del nacionalismo parroquial está vivito y coleando.

Mientras tanto, desde su convalecencia habanera, el viejo Fidel Castro influye en cómo se van moviendo las piezas del ajedrez político de la nueva franquicia de moda, siempre impulsadas por el combustible financiero del Petro-estado venezolano. La franquicia bolivariana, o una especie de método McDonalds con la imagen de la santería revolucionaria y la botija bien pero bien buchona. Pasa, eso sí, lo que recién señalara el ex-presidente de Chile, Ricardo Lagos: un régimen como el de Chávez sólo es "viable" en un país petrolero.
 

flegana@movistar.net

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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