Las
postrimerías de Fidel Castro le tienen las defensas bajas al
señor Chávez. Y no es para menos porque el dictador cubano
ha sido la quilla de la revolución bolivarista.
"El maestro de la estrategia perfecta", como ha llamado el
discípulo miraflorino al viejo Fidel, está por lo menos en
la última curva y ello debe tener al heredero venezolano a
punta de medicamentos parapeteantes. Y es que cuando el
mayor de los Castro Ruz se embale para el más allá, en el
más acá el peso de las dudas y los desmanes caerá con toda
fuerza sobre el segundo de los Chávez Frias.
Cierto que gracias al señor Chávez el Fisco nacional se ha
echado encima a la República de Cuba con todo y su acumulada
depauperación, pero no lo es menos que la tutela constante
del señor Castro ha sido de una utilidad sin igual para la
supervivencia de la revolución bolivarista.
En cada encrucijada importante ha estado la presencia
visible o no del dinosaurio antillano. De seguro el más
experimentado de los 6 mil y tantos millones de habitantes
del planeta, en las malas artes de perpetuarse en el poder a
costa de la ruina de su pueblo.
Pensará el beneficiario venezolano que unos cuantos
millardos de dólares al año no valen tanto como estos casi
dos quinquenios de poder que Fidel le ha contribuido a
facilitar a través de su "insourcing", más que mero "outsourcing",
de 24 horas al día y 52 semanas al año.
Pero no es sólo que se acaba el consejero y sus consejos
siempre listos y oportunos, sino que empieza una nueva etapa
en Cuba que, mucho más temprano que tarde, se orientará por
caminos muy distintos a los que hoy plantea nuestro retoño
de Nasser, empeñado en la resurrección caribeña de la RAU, o
República Arabe Unida entre Egipto y Siria, esta vez, claro
está, entre Venezuela y Cuba y él con la batuta.
Sin embargo, tal pareciera que el general Raúl Castro no se
encuentra dispuesto a ser mandado por el teniente-coronel
Hugo Chávez. Aquél se inclinaría por un modelo a-la-china,
con apertura gradual y negociación con los Estados Unidos, y
éste se empeñaría en mantener intacto el régimen
totalitario, con el "aditamento" de la subordinación formal
a los designios de la Caracas enrojecida.
Como los deseos no empreñan, y como la Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Cuba están acostumbradas a cuadrársele al
general Castro antes que al comandante Chávez, las
probabilidades apuntan a la apertura y no a la cerradura que
supondría la "unión de repúblicas" que elucubran en
Miraflores.
De ser así, ¿qué pasaría con las decenas de miles cubanos
que viven en Venezuela al servicio de ambos gobiernos? ¿Qué
ocurriría con ese verdadero Estado extranjero dentro del
Estado venezolano? ¿Habría estampida hacia fronteras
capitalistas o una retirada sin desorden y sin muchas ganas
de volver? ¿Se quedarían suficientes como para mantener la
madeja de tareas principales que llevan a cabo en el reino
de la revolución bolivarista?
Este tipo de preguntas son claramente pertinentes por la
sencilla razón de que las columnas vertebrales de las
misiones, del Psuv, de los servicios de seguridad del Estado
y hasta de la Fuerza Armada Bolivariana están repletas de
comisarios cubanos que reportan con original y copia al G-2
y a la Sala Situacional de Misia JacintaŠ y en ese orden.
Quizá en sus cavilaciones de madrugada, el señor Chávez se
preguntará una y otra vez: ¿y qué hago yo sin los cubanos?
Al fin y al cabo, buena parte de la vanguardia no haragana
del gobierno rojo-rojito, tiene el acento cantarín de
aquella isla, incluyendo, no faltaba más, al incansable
procónsul Germán Sánchez Otero.
Si los finales de Fidel ya suponen el comienzo de nuevos
problemas para el pretendido pupilo, es de imaginarse los
dolores de cabeza que traería el eventual post-mortem. Con
Venezuela cada vez más iracunda por numerosos y justificados
motivos, incluso a pesar de la escalada de precios
petroleros, el quilombo que se puede armar en Cuba tiene
todo de ominoso y nada de auspicioso para los afanes
continuistas del señor Chávez.
Suele escribir Rafael Poleo que Carlos Andrés Pérez perdió
los papeles cuando se le murió su cerebro, don Pedro TinocoŠ.
Salvando las enormes distancias de contexto, tiempo y
personajes, ¿acaso no podría pasar algo más o menos similar
con el caso que nos ocupa? Sólo el paso de no mucho tiempo
podrá contestar la interrogante.
De lo que si no cabe dudas, es que la "nube negra" que se le
"posó" al señor Chávez allá en Santa Clara, Cuba, no se le
mandó el señor Bush desde la Casa Blanca, sino su propia
angustia llena de presagios.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |