La
"República Central" que ahora proclama Miraflores con miras
a la "reforma constitucional" es tan absurda y perjudicial
como la llamada descentralización de laboratorio, o aquella
emanada de visiones extremas de federalismo que no se
compadecen con la realidad histórica del país. Lo que
procede es un Estado descentralizado con método y sentido
común, a veces con audacia, a veces con paciencia, pero
siempre con el espíritu de distribuir el poder de manera
racional y práctica.
El cuarto artículo de la Constitución de 1999 establece que
"la República Bolivariana de Venezuela es un Estado federal
descentralizado", y por más que los exégetas del señor
Chávez traten de enmendarle la plana, eso es incompatible
con la noción de que "aquí lo que hay es una República
Central y la autonomía no existe para gobernadores y
alcaldes". Nótese que la disposición citada forma parte de
los "Principios Fundamentales de la Constitución", que,
según tirios y troyanos, sólo podría modificarse a través de
una Asamblea Constituyente.
De allí lo descuadrada de la "doctrina centralista" esbozada
por el señor Chávez a propósito de la despedida oficialista,
o más bien pateada, a los gobernadores de Aragua y Sucre,
Didalco Bolívar y Ramón Martínez. Tal planteamiento
significa un retroceso de marca mayor que dejaría pasmado al
propio Ezequiel Zamora, adalid de la Federación Nacional y
cuya memoria sirve de tubérculo para el "árbol de las tres
raíces".
En realidad no debe sorprender que el señor Chávez se esté
desdiciendo de la "mejor Constitución del mundo"; al fin y
al cabo se trata de un demagogo consumado que cuando le
convenía defender la descentralización, la defendía, y
cuando le conviene acabarla, no escatima esfuerzos y
recursos en tratar de hacerlo. De hecho, fue la Constitución
de 1999, la denominada "bolivariana" la que consagra a la
descentralización como proyecto nacional en los más diversos
aspectos.
Para echar todo ello hacia atrás servirá, entre otros fines,
la reforma constitucional por ahora clandestina. La
cacareada "nueva distribución del poder" no tiene ciencia:
se concentra y recentraliza todo el poder público en manos
del señor Chávez y los demás, bien gracias. Quizá se
mantenga la fórmula de elección directa de gobernadores y
alcaldes, pero si éstos quedan a merced de ser removidos por
el omnipoder presidencial, entonces pasarán a ser tan
decorativos como los diputados de la Asamblea Nacional o los
representantes del Poder Moral. No importa que les concedan
el beneficio de la "reelección indefinida", igual su
permanencia estaría sujeta a los antojos del primer
mandatario.
Se alega como excusa la necesidad de evitar la dispersión en
las políticas públicas para así aprovechar mejor los
recursos disponibles. Pues a otro con ese cuento, porque si
Chávez fue incapaz de ponerse de acuerdo con sus 21
gobernadores rojos-rojitos, entonces la culpa no la tiene la
descentralización como tal sino el despelote en que se ha
convertido el nivel nacional de gobierno. Si ni siquiera el
alcalde Barreto se entiende con su vecino de plaza, el
alcalde Bernal, entonces, ¿qué más se puede esperar?
De muchas maneras este extremo primitivo y decimonónico de
entender la distribución del poder en Venezuela, a contravía
de las corrientes democratizadoras en medio mundo,
incluyendo a América Latina, es tan peligroso para la
cultura democrática como el otro extremo de pretender
decretar un sistema de federalismo radical en un país con
estructuras y valores federales por asentar. Ni tan calvo ni
con dos pelucas, como dice el refrán.
Y no se trata, tampoco, de buscar un término medio o una
salida pasteurizada. No. Lo ideal sería relanzar un proceso
sostenido de transferencia de poder del dominio nacional a
los niveles regionales, estadales, municipales y locales,
con sentido de futuro y de historia, desde el consenso y no
desde la imposición, con los pies sobre la tierra y midiendo
resultados concretos.
Algunos aspectos a considerar serían, por ejemplo, el
aumento innecesario de la burocracia estadal y municipal; o
la proliferación de policías municipales sin suficiente
sustento institucional lo que, a la postre, deriva en
mayores obstáculos para enfrentar la criminalidad; o la
situación de Caracas, cuyo esquema de descentralización
entre 7 autoridades municipales no ha satisfecho las
expectativas, salvo el caso singular del municipio Chacao.
Lamentablemente, ese regusto por los tumbos que tanto atrae
a los extremistas le ha hecho, hace y de seguro seguirá
haciendo mucho daño a las opciones reales y afirmativas de
cambio y transformación que tiene Venezuela. Así mismo,
cualquier posibilidad de debate con los voceros del Estado
bolivariano está prácticamente cancelada de antemano, y ello
por la sencilla razón de que el propio señor Chávez reitera
que nada de consenso y nada de acuerdos y nada de nada que
signifique no hacer lo que a él le de la gana. No hay
espacio para el debate en el reino de la "revolución
bolivariana"
Hablando claro, hasta el término "República Central" le
queda grande al señor Chávez. No tanto por lo de "central",
sino por lo de "república". Y es que no importa el nombre
que inventen porque esto se llama satrapía.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |