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Ni centralismo, ni laboratorio
por Fernando Luis Egaña
lunes, 30 abril 2007


La "República Central" que ahora proclama Miraflores con miras a la "reforma constitucional" es tan absurda y perjudicial como la llamada descentralización de laboratorio, o aquella emanada de visiones extremas de federalismo que no se compadecen con la realidad histórica del país. Lo que procede es un Estado descentralizado con método y sentido común, a veces con audacia, a veces con paciencia, pero siempre con el espíritu de distribuir el poder de manera racional y práctica.

El cuarto artículo de la Constitución de 1999 establece que "la República Bolivariana de Venezuela es un Estado federal descentralizado", y por más que los exégetas del señor Chávez traten de enmendarle la plana, eso es incompatible con la noción de que "aquí lo que hay es una República Central y la autonomía no existe para gobernadores y alcaldes". Nótese que la disposición citada forma parte de los "Principios Fundamentales de la Constitución", que, según tirios y troyanos, sólo podría modificarse a través de una Asamblea Constituyente.

De allí lo descuadrada de la "doctrina centralista" esbozada por el señor Chávez a propósito de la despedida oficialista, o más bien pateada, a los gobernadores de Aragua y Sucre, Didalco Bolívar y Ramón Martínez. Tal planteamiento significa un retroceso de marca mayor que dejaría pasmado al propio Ezequiel Zamora, adalid de la Federación Nacional y cuya memoria sirve de tubérculo para el "árbol de las tres raíces".

En realidad no debe sorprender que el señor Chávez se esté desdiciendo de la "mejor Constitución del mundo"; al fin y al cabo se trata de un demagogo consumado que cuando le convenía defender la descentralización, la defendía, y cuando le conviene acabarla, no escatima esfuerzos y recursos en tratar de hacerlo. De hecho, fue la Constitución de 1999, la denominada "bolivariana" la que consagra a la descentralización como proyecto nacional en los más diversos aspectos.

Para echar todo ello hacia atrás servirá, entre otros fines, la reforma constitucional por ahora clandestina. La cacareada "nueva distribución del poder" no tiene ciencia: se concentra y recentraliza todo el poder público en manos del señor Chávez y los demás, bien gracias. Quizá se mantenga la fórmula de elección directa de gobernadores y alcaldes, pero si éstos quedan a merced de ser removidos por el omnipoder presidencial, entonces pasarán a ser tan decorativos como los diputados de la Asamblea Nacional o los representantes del Poder Moral. No importa que les concedan el beneficio de la "reelección indefinida", igual su permanencia estaría sujeta a los antojos del primer mandatario.

Se alega como excusa la necesidad de evitar la dispersión en las políticas públicas para así aprovechar mejor los recursos disponibles. Pues a otro con ese cuento, porque si Chávez fue incapaz de ponerse de acuerdo con sus 21 gobernadores rojos-rojitos, entonces la culpa no la tiene la descentralización como tal sino el despelote en que se ha convertido el nivel nacional de gobierno. Si ni siquiera el alcalde Barreto se entiende con su vecino de plaza, el alcalde Bernal, entonces, ¿qué más se puede esperar?

De muchas maneras este extremo primitivo y decimonónico de entender la distribución del poder en Venezuela, a contravía de las corrientes democratizadoras en medio mundo, incluyendo a América Latina, es tan peligroso para la cultura democrática como el otro extremo de pretender decretar un sistema de federalismo radical en un país con estructuras y valores federales por asentar. Ni tan calvo ni con dos pelucas, como dice el refrán.

Y no se trata, tampoco, de buscar un término medio o una salida pasteurizada. No. Lo ideal sería relanzar un proceso sostenido de transferencia de poder del dominio nacional a los niveles regionales, estadales, municipales y locales, con sentido de futuro y de historia, desde el consenso y no desde la imposición, con los pies sobre la tierra y midiendo resultados concretos.

Algunos aspectos a considerar serían, por ejemplo, el aumento innecesario de la burocracia estadal y municipal; o la proliferación de policías municipales sin suficiente sustento institucional lo que, a la postre, deriva en mayores obstáculos para enfrentar la criminalidad; o la situación de Caracas, cuyo esquema de descentralización entre 7 autoridades municipales no ha satisfecho las expectativas, salvo el caso singular del municipio Chacao.

Lamentablemente, ese regusto por los tumbos que tanto atrae a los extremistas le ha hecho, hace y de seguro seguirá haciendo mucho daño a las opciones reales y afirmativas de cambio y transformación que tiene Venezuela. Así mismo, cualquier posibilidad de debate con los voceros del Estado bolivariano está prácticamente cancelada de antemano, y ello por la sencilla razón de que el propio señor Chávez reitera que nada de consenso y nada de acuerdos y nada de nada que signifique no hacer lo que a él le de la gana. No hay espacio para el debate en el reino de la "revolución bolivariana"

Hablando claro, hasta el término "República Central" le queda grande al señor Chávez. No tanto por lo de "central", sino por lo de "república". Y es que no importa el nombre que inventen porque esto se llama satrapía.


flegana@movistar.net

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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