Gracias
a la satrapía de siglo XXI que impera en Venezuela, y no
importa tanto la pomposa denominación que se le quiera dar,
sea socialismo de nuevo cuño o democracia revolucionaria, el
señor Chávez se está volviendo una mezcolanza cada vez más
emulsionada de Fulgencio Batista con Fidel Castro.
En las más recientes ocasiones de discursos presidenciales,
ya no hay ni asomo de disimulo para la escenificación de un
despotismo personalista. Grandes pancartas con la imagen del
líder único, repetición de estribillos alusivos a su poder
omnímodo, competencias de servilismo entre los jerarcas del
entorno, y la consagración del lema definitivo de la llamada
revolución: "ordene Comandante para obedecerle".
Todas las iniciativas y proyectos llevan el apellido de
"único" para que no haya duda posible sobre quién tiene la
sartén por el mango. Partido único o PSUV. Pensamiento único
o "socialismo de siglo XXI". Legislador único o Ley
Habilitante por un año y medio. Constitucionalista único o
la reforma al librito azul para establecer la reelección
indefinida o el mando, de nuevo, único; y así hasta el
infinito de cualquier ámbito de la vida nacional.
Por cierto que el proyecto de Ley Habilitante remitido por
Miraflores a la Asamblea para su inmediata aprobación,
define al presidente como "la autoridad rectora de este
cambio estructural". Se ve que privó algo de pudor entre los
redactores del documento, presuntamente juristas españoles
que asesoran al gobierno en la armazón de la "legalidad
emergente".
En cuanto a los intelectuales venezolanos afines al proceso,
o hacen mutis por el foro o se suman entusiastas a la "nueva
etapa". Unos quizá por razones materiales o metálicas, y
otros, tal vez, porque ya no tienen bríos para impedir que
se los lleve la corriente. Muy pocos se han dispuesto a
criticar la sumatoria de poder que Chávez concentra y
exhibe, la historiadora Margarita López Maya entre los
contados, y es que sería una injusticia colosal acusar a
Chávez de falta de ambición por el poder total.
Ahora viene lo enunciado como la "radicalización del
proceso". ¿Y qué diablos es eso? Sólo Yo el Supremo lo sabe
y ni siquiera a ciencia cierta, porque de inventiva vieja y
consejero nuevo van saliendo los resueltos que despliegan su
afán de control sobre el conjunto del Estado y la sociedad.
Tan es así, que la "soberanísima" Asamblea le recontra-delegará
la facultad legislativa es diez áreas tan ambiguas y
nebulosas que puede caber de todo, desde convertir al BCV en
una especie de Banco Industrial monetario, hasta la
eliminación del sistema de concesiones para el espectro
radioeléctrico, con miras a consagrar la "hegemonía
comunicacional" que predica el ex-ministro Izarra.
Al parecer, ni los más avispados de su entorno, tipo Jorge
Rodríguez, Diosdado Cabello, Jesse Chacón o Hugo Cabezas,
alcanzan a prevenir por dónde salta la liebre. Ya se ha
visto el tortazo que se llevó el ex-ministro Aristóbulo
Isturiz, luego de varios años de trabajo en favor de la
"revolución bolivariana".
Claro que la ruta del socialismo fracasado marcará la
orientación del Estado rojo-rojito, y a punta de
petrodólares se tratará de parapetear sus precarios
cimientos más dependientes de los altos precios petroleros
que de otra causa--, pero las decisiones, todas toditas,
quedan a la exclusiva discreción del mandatario miraflorino,
y los demás a la estela de la sabiduría presidencial. Quién
dude puede preguntarle a José Vicente Rangel.
Cómo será la cosa, que hasta el lenguaje del señor Chávez,
de suyo atrabiliario y ofensivo, está logrando la violencia
del despotismo ilimitado. "Nacionalícese esto y aquello",
"apruébese tal o cual ley", "entrégueseme tantos billones
del BCV", y así por la manera de mandar de un Rafael
Leonidas Trujillo o de un Roberto Mugabe, para sólo nombrar
a un muerto y a un vivo, a uno de derecha y otro de
izquierda, pero que a fin de cuentas encarnan el arquetipo
del sátrapa en cualquier parte del mundo.
Afiebrado por su poder nacional, indivisible del boom
petrolero desde hace más de un lustro, ahora le pone la mano
en la espalda a Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa,
y estos se dejan sin chistar, porque mientras tanto le meten
las suyas en los bolsillos de la tesorería venezolana. Y
pensar que buena parte de ese dineral para la fantasiosa
integración del Alba proviene de los impuestos que pagan
millones de venezolanos sencillos y trabajadores.
El 2007 es un año ominoso para las oportunidades del país. Y
no debe ser de otra manera, porque al fin y al cabo, ¿qué de
bueno, constructivo o democrático puede salir de la emulsión
de Fulgencio Batista con Fidel Castro en un chorro de
petrodólares?
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |