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La rebelión de las caraotas
por Fernando Luis Egaña
lunes, 5 marzo 2007


Hace pocas semanas en el programa Aló Presidente, el propio mandatario reconoció públicamente que su gobierno, es decir la "revolución bolivariana", estaba raspado en la producción nacional de caraota, frijol, soya y otros alimentos básicos. De allí que sea obvio el por qué de la escasez en el país de la abundancia. La retórica podrá buscar culpables hasta por debajo de la tierra, pero a confesión de parte relevo de prueba.

En buena parte de los mercados venezolanos, amén de los rubros ya mencionados, también se hace difícil conseguir carne, queso, azúcar, pollo y otros productos de la dieta básica. ¿Por qué? ¿Es que acaso empezó un bloqueo que está cortando las líneas de suministros de alimentos? Nada que ver, si más bien las importaciones del Estado establecieron un récord histórico en el 2006. Y al parecer ese récord será batido en el 2007, porque el gasto público en la adquisición de alimentos brasileños y argentinos, y hasta supuestamente cubanos, se vuelve a disparar ante la escasez vernácula.

¿Será entonces que los miles de expendedores, abasteros, marchantes y bodegueros de los 23 estados y 335 municipios se han concertado para hacerle daño a la estabilidad gubernativa? Bueno, semejante argumento, aunque teóricamente posible es harto improbable en las actuales circunstancias de la vida nacional. Y menos todavía con la reciente aprobación habilitada de la "Ley de Defensa Popular" que es un cheque en blanco para estatizar desde una corporación mayúscula hasta un puestico de ventas en cualquier esquina urbana.

¿Se trata de uno de esos episodios estacionales que caracterizan a los regímenes de controles de precios cuando la regulación se rezaga de la inflación? Algo hay al respecto, sin duda, pero la situación es cualitativamente distinta a los brotes convencionales de especulación o acaparamiento en épocas en que la Gaceta Oficial priva sobre la oferta y la demanda. Y lo es porque el sistema de controles de precios, incluyendo el precio del dólar, ya no es un instrumento transitorio para compensar el efecto de un ciclo de vacas flacas, sino una "estrategia" permanente aún en pleno auge de un largo período de vacas gordas, por lo menos en lo que al ingreso petrolero se refiere.

Entonces, ¿qué es lo que pasa?, ¿cómo explicar la escasez en el país de la abundancia de petrodólares? Parte de la respuesta la ha dado el propio gobernante cuando al referirse a los resultados de la política agroalimentaria de la "revolución" no tiene más remedio que concluir con un "estamos raspaos". Sentencia que reitera, por cierto, para mayor alarma y mayor pasmo de Elías Jaua, el ministro de Agricultura. Cómo será la cosa que ahora el organismo encargado de vigilar la regulación de precios y el aprovisionamiento de las estanterías, no es otro que el Seniat.

Y es que en líneas generales la producción nacional de alimentos viene cayendo de forma sostenida, comenzando por el rebaño vacuno que se ha reducido de forma significativa, y por la disminución paulatina de la frontera agrícola. La razón es trágicamente sencilla: el gobierno bolivariano ha creado un ambiente hostil hacia el productor agropecuario, sobre todo el mediano y pequeño. Y ellos son, en realidad, los surtidores principales de la mesa del venezolano. De allí que los "incentivos" formales en materia tributaria y crediticia sean mucho más bulla que cabuya. Si por ejemplo el valor de las tierras agrícolas se ha venido al piso, ¿con qué se avala el crédito bancario?

Hay menos comida nacional que ofrecer, y si encima la regulación de precios subestima la escalada de la inflación, pues entonces la única vía para reponer los anaqueles vacíos es importando en grandes cantidades, y subsidiando la venta de los alimentos importados a través del fisco nacional. ¿Cuánto puede sostenerse esta burbuja artificial? Hasta con el barril en 50 dólares se hace cada vez más cuesta arriba. Así tenemos que hay escasez de carne de res nacional, pero el Estado importa carne brasileña por las nubes y la revende a la mitad del precio regulado en algunos de los expendios populares. Como dice el refrán: pan para hoy y hambre para mañana.

Además, la reacción gubernativa ante el descalabro estimulado por sus propios desmanes, ha sido la de aumentar el control del Estado sobre la cadena alimentaria, desde la siembra hasta el expendio, con lo cual sólo se conseguirá inflar la burbuja, e incluso pavimentar el camino hacia la situación extrema del racionamiento administrativo. Con amenazas de expropiación, con ocupaciones de mataderos, con confiscación de activos empresariales, con discursos incendiarios, puede que se provea circo pero definitivamente no se provee pan, al menos no el pan nuestro.

La rebelión de las caraotas, por decirlo de alguna manera, refleja la enorme distancia entre el dicho y el hecho, entre la prédica y la práctica, entre la retórica y la realidad. Refleja, sin duda, que el llamado "socialismo de siglo XXI" y la natural expectativa de bienestar del pueblo venezolano, están separadas por un océano que no es, precisamente, el mar de la felicidad.

flegana@movistar.net

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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