Hace
pocas semanas en el programa Aló Presidente, el propio
mandatario reconoció públicamente que su gobierno, es decir
la "revolución bolivariana", estaba raspado en la producción
nacional de caraota, frijol, soya y otros alimentos básicos.
De allí que sea obvio el por qué de la escasez en el país de
la abundancia. La retórica podrá buscar culpables hasta por
debajo de la tierra, pero a confesión de parte relevo de
prueba.
En buena parte de los mercados venezolanos, amén de los
rubros ya mencionados, también se hace difícil conseguir
carne, queso, azúcar, pollo y otros productos de la dieta
básica. ¿Por qué? ¿Es que acaso empezó un bloqueo que está
cortando las líneas de suministros de alimentos? Nada que
ver, si más bien las importaciones del Estado establecieron
un récord histórico en el 2006. Y al parecer ese récord será
batido en el 2007, porque el gasto público en la adquisición
de alimentos brasileños y argentinos, y hasta supuestamente
cubanos, se vuelve a disparar ante la escasez vernácula.
¿Será entonces que los miles de expendedores, abasteros,
marchantes y bodegueros de los 23 estados y 335 municipios
se han concertado para hacerle daño a la estabilidad
gubernativa? Bueno, semejante argumento, aunque teóricamente
posible es harto improbable en las actuales circunstancias
de la vida nacional. Y menos todavía con la reciente
aprobación habilitada de la "Ley de Defensa Popular" que es
un cheque en blanco para estatizar desde una corporación
mayúscula hasta un puestico de ventas en cualquier esquina
urbana.
¿Se trata de uno de esos episodios estacionales que
caracterizan a los regímenes de controles de precios cuando
la regulación se rezaga de la inflación? Algo hay al
respecto, sin duda, pero la situación es cualitativamente
distinta a los brotes convencionales de especulación o
acaparamiento en épocas en que la Gaceta Oficial priva sobre
la oferta y la demanda. Y lo es porque el sistema de
controles de precios, incluyendo el precio del dólar, ya no
es un instrumento transitorio para compensar el efecto de un
ciclo de vacas flacas, sino una "estrategia" permanente aún
en pleno auge de un largo período de vacas gordas, por lo
menos en lo que al ingreso petrolero se refiere.
Entonces, ¿qué es lo que pasa?, ¿cómo explicar la escasez en
el país de la abundancia de petrodólares? Parte de la
respuesta la ha dado el propio gobernante cuando al
referirse a los resultados de la política agroalimentaria de
la "revolución" no tiene más remedio que concluir con un
"estamos raspaos". Sentencia que reitera, por cierto, para
mayor alarma y mayor pasmo de Elías Jaua, el ministro de
Agricultura. Cómo será la cosa que ahora el organismo
encargado de vigilar la regulación de precios y el
aprovisionamiento de las estanterías, no es otro que el
Seniat.
Y es que en líneas generales la producción nacional de
alimentos viene cayendo de forma sostenida, comenzando por
el rebaño vacuno que se ha reducido de forma significativa,
y por la disminución paulatina de la frontera agrícola. La
razón es trágicamente sencilla: el gobierno bolivariano ha
creado un ambiente hostil hacia el productor agropecuario,
sobre todo el mediano y pequeño. Y ellos son, en realidad,
los surtidores principales de la mesa del venezolano. De
allí que los "incentivos" formales en materia tributaria y
crediticia sean mucho más bulla que cabuya. Si por ejemplo
el valor de las tierras agrícolas se ha venido al piso, ¿con
qué se avala el crédito bancario?
Hay menos comida nacional que ofrecer, y si encima la
regulación de precios subestima la escalada de la inflación,
pues entonces la única vía para reponer los anaqueles vacíos
es importando en grandes cantidades, y subsidiando la venta
de los alimentos importados a través del fisco nacional.
¿Cuánto puede sostenerse esta burbuja artificial? Hasta con
el barril en 50 dólares se hace cada vez más cuesta arriba.
Así tenemos que hay escasez de carne de res nacional, pero
el Estado importa carne brasileña por las nubes y la revende
a la mitad del precio regulado en algunos de los expendios
populares. Como dice el refrán: pan para hoy y hambre para
mañana.
Además, la reacción gubernativa ante el descalabro
estimulado por sus propios desmanes, ha sido la de aumentar
el control del Estado sobre la cadena alimentaria, desde la
siembra hasta el expendio, con lo cual sólo se conseguirá
inflar la burbuja, e incluso pavimentar el camino hacia la
situación extrema del racionamiento administrativo. Con
amenazas de expropiación, con ocupaciones de mataderos, con
confiscación de activos empresariales, con discursos
incendiarios, puede que se provea circo pero definitivamente
no se provee pan, al menos no el pan nuestro.
La rebelión de las caraotas, por decirlo de alguna manera,
refleja la enorme distancia entre el dicho y el hecho, entre
la prédica y la práctica, entre la retórica y la realidad.
Refleja, sin duda, que el llamado "socialismo de siglo XXI"
y la natural expectativa de bienestar del pueblo venezolano,
están separadas por un océano que no es, precisamente, el
mar de la felicidad.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |