El
proceso histórico que desembocó en la nacionalización de la
industria petrolera hace 32 años, en la Venezuela
democrática de 1975, tiene una solidez muy diferente al afán
"nacionalista" de la llamada "revolución bolivariana".
Aquello fue un logro nacional y esto un eco de política
sectorial dentro de un sistema nacionalizado.
Fue el presidente Rafael Caldera quien señaló que la
nacionalización del petróleo tuvo para Venezuela un valor
existencial. Desde la consolidación del sistema de
concesiones durante la época gomecista, como ha escrito
Manuel R. Egaña, se comenzó la lucha por aumentar los
ingresos fiscales de la explotación de hidrocarburos, y
luego por adquirir e incrementar el control del Estado sobre
el funcionamiento de la industria.
La noción de que "las empresas transnacionales no tenían
interés alguno en atender, ni mucho menos prever, el
desarrollo de la nación venezolana, y que su interés
consistía en obtener el mayor beneficio posible de sus
explotaciones de hidrocarburos", fue, desde el amanecer
político del siglo XX venezolano, en 1936, el motor que
impulsó el historial de la nacionalización petrolera que
culminó en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez.
La marcha nacionalista
Esa marcha por el dominio soberano de la industria petrolera
tuvo hitos centrales y sucesivos en la Ley de Hidrocarburos
de 1943, que unificó el régimen concesionario, estableció un
plazo de 40 años para su vigencia, y dio al Ejecutivo
amplias facultades de inspección y regulación. El llamado
"tercer pilar" de la política petrolera venezolana, además
de la Ley del Trabajo de 1936, promulgada por López
Contreras, y la pionera Ley de Impuesto sobre la Renta de
1942, de Medina Angarita.
Luego en 1948, una reforma a la ley tributaria
institucionalizó el "fifty-fifty", o el compartimiento de
por mitad, entre el Estado y las concesionarias, de los
beneficios obtenidos por éstas. Un avance notable para
entonces. Participación nacional que fue aumentado a 60% en
1957 y a 80% para antes de la nacionalización.
En 1960 se funda la OPEP con el patrocinio de Venezuela, que
ya había formalizado contactos con países petroleros del
Medio Oriente en 1949, y que fueron vitales para la labor
que posteriormente desplegaría Juan Pablo Pérez Alfonzo,
ministro de Minas e Hidrocarburos de Rómulo Betancourt.
También en 1960 se creó la Corporación Venezolana del
Petróleo (CVP).
En 1970 se aprobó la ley para la fijación unilateral de los
valores de exportación del petróleo. En 1971 el Congreso
Nacional sancionó la Ley de Reversión que dispuso la
incorporación al patrimonio público de los bienes de las
compañías petroleras al vencimiento de las concesiones. Ese
mismo año, el presidente Caldera le puso el ejecútese a la
Ley de Reserva al Estado de la Industria del Gas Natural.
Entrada la década de los 70, Venezuela producía un promedio
diario de 3.700.000 barriles. El camino de la
nacionalización petrolera estaba maduro para su etapa final,
no sólo en el ámbito interno sino por las circunstancias
favorables del mercado internacional, cuya escalada de
precios a partir de 1973 y en especial por el conflicto
árabe-israelí, abrirían una nueva dimensión al petróleo
global.
La nacionalización en 1975
El proyecto de nacionalización integral de la industria de
los hidrocarburos, fue el resultado de una amplia, intensa y
plural deliberación en la que participaron las distintas
fuerzas políticas y, de manera fructífera, un conjunto de
prestigiosos expertos venezolanos, representativos de todas
las corrientes ideológicas, que formaron parte de la
Comisión Presidencial de Reversión, creada por el presidente
Pérez en marzo de 1974.
Después de un prolongado debate parlamentario, de cara a la
opinión pública, la Ley de Nacionalización fue sancionada en
agosto de 1975, y proclamada su vigencia el 1º de enero de
1976, en acto simbólico realizado en el sitio del pozo
Zumaque descubierto en 1914.
Al Estado pasaron las actividades de exploración,
explotación, manufactura, refinación, transporte y
comercialización de hidrocarburos. Así mismo, el artículo 5
de la Ley, el más polémico y debatido, estableció la
posibilidad de asociación del Estado con el capital privado
para fines específicos, a través de convenios operativos en
casos especiales o cuando así conviniera al interés público,
previa autorización del Congreso en sesión conjunta.
Se constituyó Pdvsa para asumir la industria nacionalizada,
y la nueva empresa se organizó de manera profesional y
despartidizada. Su presidente-fundador fue un servidor
público de reconocidos méritos, el general Rafael Alfonzo
Ravard. La grandes diferencias con el sistema concesionario
fueron el énfasis en la exploración de nuevas reservas, la
formulación de planes de explotación del inmenso potencial
de la Faja Petrolífera del Orinoco, la investigación y la
modernización tecnológica de la industria, y la expansión
doméstica e internacional de la corporación venezolana.
La apertura dentro de la nacionalización
El régimen nacionalizado no es incompatible con la inversión
privada, bien nacional o extranjera, en el marco de los
fines del Estado. Ese principio fundamental, que ni siquiera
está en discusión como tal en pleno auge del llamado
"socialismo de siglo XXI", fue el sustento para el
desarrollo de la llamada "Apertura Petrolera" de los años
90. Conforme a las figuras de "convenios operativos" y
"asociaciones estratégicas", debidamente aprobadas por el
Poder Legislativo, Pdvsa impulsó la reactivación de campos
antiguos o marginales, la producción de gas natural aguas
afuera, y el desarrollo de la Faja del Orinoco, mediante
cuantiosas inversiones de compañías europeas,
norteamericanas, asiáticas, latinoamericanas y de capital
privado venezolano.
El ex-presidente de Pdvsa, Luis Giusti, ha señalado que el
concepto de la Apertura también se refería a transformar la
cara rentística en actividad productiva y enraizada con la
diversidad económica de la nación. Para el año 2005, los
convenios operativos producían cerca de 600 mil barriles
diarios, y las asociaciones estratégicas una cantidad
similar de crudos pesados y extrapesados.
Al presidente Chávez le correspondió inaugurar, en medio de
grandes elogios, las actividades de las operadoras de la
Faja: Petrozuata y Cerro Negro en 2001, Sincor en 2002 y
Ameriven en 2003. De acuerdo al ex-director de Planificación
de Pdvsa hasta el 2002, Luis Pacheco, la nueva Ley Orgánica
de Hidrocarburos aprobada por el gobierno bolivariano,
"legalizó el espíritu de la Apertura Petrolera".
El nacionalismo intermitente
Más tarde e invocando la defensa de la soberanía nacional,
la "revolución bolivariana" emprendió un conjunto de cambios
contractuales y tributarios al esquema de funcionamiento de
la Apertura, diseñado en tiempos de bajos precios
petroleros, para migrar las iniciativas al formato de
"empresas mixtas" con una mayoría accionaria de Pdvsa. En un
contexto de altos precios, el nuevo modelo conservaría el
atractivo para la inversión foránea, a no ser por el
sobrevenido clima de hostilidad gubernativa.
Pero se trata de un "nacionalismo intermitente", porque a la
par se entrega, por ejemplo, la Plataforma Deltana a la
explotación transnacional en condiciones onerosas, y se
suministran cerca de 100 mil barriles diarios de crudo a
Cuba, sin contraprestación monetaria. Tampoco es un logro
"nacionalista" haber menoscabado la capacidad industrial de
Pdvsa, que al presente sólo alcanzaría a producir un millón
y medio de barriles, es decir poco más de la producción de
la Apertura en el 2005.
El plan "Siembra Petrolera" recién anunciado por el
presidente Chávez versión trasvasada del plan estratégico
concebido en 1996-97-- con el fin de aumentar la producción
a 5 millones de barriles, sería inimaginable sin la
participación técnica, operativa y financiera de los socios
internacionales de Pdvsa. Máxime ahora, cuando la empresa
nacional se encuentra en precarias condiciones hasta para
mantener su diminuidos niveles de actividad.
¿Hacia la nacionalización bolivariana?
Tal inventario de contradicciones, desde luego que en parte
compensados por los elevados ingresos provenientes de los
igualmente elevados precios petroleros de los últimos años,
no ha sido obstáculo para que el régimen de Chávez esté
insistiendo en tres grandes falseamientos que nutren su
renovada retórica roja-rojita.
El primero es que la nacionalización petrolera llevada
adelante en el siglo XX fue una simulación sin contenido
soberano; el segundo es que el Estado, antes de su llegada
al poder, estaba privatizando a Pdvsa a precios irrisorios y
por instrucciones del imperialismo capitalista; y el
tercero, consecuencia lógica y natural de los previos, es
que él se ha propuesto acabar con casi un siglo de coloniaje
petrolero y por ende realizar la verdadera nacionalización.
Ello forma parte de la obsesión por "reinterpretar" la
trayectoria histórica de Venezuela para encajarla al
discurso oficialista, que no, necesariamente, a sus
ejecutorias concretas; o lo que Manuel Caballero denomina el
propósito de "abolir la historia" con objetivos
proselitistas.
En este sentido, ya ha sido avisada una "Ley de
Nacionalización Petrolera Bolivariana" que Chávez
promulgaría en el contexto de la Habilitante o delegación
legislativa. Al parecer, su protagonismo a nivel
internacional necesita de símbolos más demostrativos de su
condición revolucionaria, y nada más idóneo, entonces, que
centrar la atención en la "conquista de la soberanía
petrolera de Venezuela.
En suma, un peligroso espectáculo que hace recordar aquella
agudeza de Carlos Marx cuando dijo que los grandes hechos
históricos suelen repetirse dos veces, la primera vez como
tragedia y la segunda como farsa
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |