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Los tres mosqueteros postcastristas
La sombra del verde-olivo

por Eugenio Yáñez - La Nueva Cuba
22 mayo 2006    

Es imposible imaginar en la Cuba postcastrista que se avecina un gobierno tripartito integrado solamente por civiles, con Alarcón, Lage y Pérez Roque, sin ningún militar en posiciones claves.
Aunque esto fue lo que aparentemente dijo Fidel Castro al inefable director de “Le Monde Diplomatique”, Ignacio Ramonet, en el libro de la entrevista de cien horas en tres años, o al menos lo que no ha sido desmentido por el tirano mientras sigue promoviendo la publicación, no todo fue dicho ni mucho menos, ni las cosas son tan sencillas.
Raúl Castro, el eterno sucesor a la espera, no fue realmente descalificado por Fidel Castro en la entrevista al hacer referencia a su avanzada edad, pues ello no impidió que el tirano asegurara su aprobación casi automática por la siempre unánime Asamblea Nacional del Poder Popular.
Pero el gobierno de Estados Unidos es un obstáculo a la designación de Raúl, porque las leyes vigentes en este país impiden cualquier tipo de arreglos con Fidel o Raúl.
Aunque los Presidentes de Estados Unidos tienen el privilegio de la Orden Ejecutiva para remontar las leyes federales en caso de considerarse imprescindible, es algo a lo que no acostumbran ni gustan recurrir mientras les queden otras opciones, pues estas decisiones suponen un enfrentamiento a las regulaciones del Congreso.
Y en este caso particular, el Presidente Bush ha sido abanderado del veto hacia Fidel y Raúl, y le sería muy difícil argumentar un cambio de posición apelando simplemente a la necesidad de impedir a toda costa una oleada de balseros hacia las costas de Florida, acción que puede garantizar un gobierno fuerte en La Habana aunque no fuera raulista.
Todo lo anterior no significa que Raúl Castro haya quedado fuera del juego, como pueden pensar algunos, sino que la sombra verde olivo, y el poder real, no se diseñan para proyectarse desde la sede del gobierno, sino desde la sede partidista.
Efectivamente, con Raúl Castro actuando como Primer Secretario del Partido, cargo que automáticamente le corresponde al momento de la desaparición física o mental del tirano, puede proponer a la Asamblea, como establece la Constitución, al Presidente y Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, cargos para los que podría escoger a Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, en ese orden o en el inverso.
Aunque ninguno de los tres triunviros pueden considerarse parte de los grupos de poder de Raúl, si fueron designados en vida por Fidel Castro es poco probable que el hermano menor no cumpla con ese legado, sobre todo si está bien garantizado que el sería entonces el “Big Brother” que estaría velando por los intereses de la “Revolución”.
Con Ricardo Alarcón ya actualmente en condición de Presidente de la siempre fiel y unánime Asamblea Nacional, y los nuevos ingresos, estarían los tres mosqueteros de la propuesta de Fidel Castro al frente del aparato del Estado y del Gobierno, con lo cual Ignacio Ramonet estaría feliz por su “primicia” y el camarada Heinz Dieterich, desde México, lloraría de alegría por la supervivencia de la Stassi y el Muro de Berlín en Cuba.
Lo cual no significaría que ninguno de los tres mosqueteros ejerza realmente el poder supremo del país, teniendo en cuenta, además de la personalidad y liderazgo “históricos” de Raúl Castro por sobre ellos, que la misma espuria constitución socialista vigente en la sociedad cubana reconoce en el Partido Comunista la fuerza dirigente suprema de la Revolución y el país.
En su condición de máximo dirigente partidista, oficialmente el General Raúl Castro no desempeñaría cargo de gobierno alguno en Cuba (aunque sea el verdadero poder), ni sería un impedimento jurídico para que Estados Unidos, así como la Unión Europea, pudieran intentar algún tipo de entendimiento con el gobierno cubano, representado entonces por civiles, los tres mosqueteros.
Claro que todo sería un gran sofisma, pero eso no significa que en política no se recurra a estos elementos, y mucho menos en nuestra Patria. Entre 1933 y 1940 el verdadero poder en Cuba, el gran elector, fue siempre “un sargento llamado Batista”, aunque en ese período existieron varios Presidentes nominales que supuestamente representaban a la nación.
Desde enero de 1959 hasta diciembre de 1976, durante diez y ocho años, hubo en Cuba dos Presidentes nominales, Manuel Urrutia y Osvaldo Dorticós, mientras Fidel Castro era Primer Ministro o “simplemente Comandante”.
Jurídicamente, y ante la ausencia de un parlamento cubano, el Presidente de la República tenía facultades para destituir al Primer Ministro, o para llamarlo a capítulo ante las muchas protestas de gobiernos extranjeros por sus excesos verbales o de actuación, pero es algo que, naturalmente, nunca sucedió.
Con Raúl Castro puede ocurrir exactamente lo mismo en un futuro cercano. Ninguno de los flamantes triunviros, seleccionados por Fidel Castro en vida y eventualmente ratificados por Raúl en el momento oportuno, perdería la razón al extremo de olvidar donde se encuentra el verdadero poder, y si lo olvidara aprendería muy rápidamente que ha cometido un error: solo que, en este caso, este sería el último error que cometería.
Haber resucitado el habitualmente inoperante y burocrático aparato del secretariado del Partido recientemente, y la celebración de reuniones del Buró Político después de no se sabe qué tiempo sin funcionar, indican el interés de Fidel Castro de reactivar y fortalecer el aparato partidista a lo largo y ancho de la isla, para dar a Raúl un instrumento funcional con el cual ejercer su poder detrás del trono.
Nadie debe sorprenderse si aparece próximamente la noticia de la celebración de una reunión del pleno del Comité Central, otra de las clásicas actividades sepultadas en el olvido leninista, o la noticia de movimientos de “cuadros” en el Buró Político, para darle una composición más acorde con las necesidades de este escenario.
En este sentido, hay que estar muy atentos a la composición del Secretariado del Partido reciclado, que debe ser anunciada próximamente, pues es muy probable que más que tradicionales “hombres del Comandante”, estén en ese aparato hombres de Raúl Castro, con José Ramón Machado Ventura, burócrata mayor, como figura destacada.
Este mecanismo posibilita otras soluciones importantes dentro del extenso legado de asuntos complicados y cuestiones sin resolver que dejaría el tirano: el manejo de las relaciones con Venezuela, en único ingreso monetario seguro, puede quedar en manos de Carlos Lage o Pérez Roque, ambos aparentemente con mejores relaciones de trabajo con el gorila venezolano, y no a través de los militares cubanos, que es evidente que, por muchas razones, no comulgan con Hugo Chávez.
Quedaría todavía la incógnita de los mandos de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior en una variante de este tipo, con Raúl Castro al mando del Partido pero “fuera” del gobierno.
El segundo al mando preferido de Raúl, y aceptado por Fidel Castro, es “Furry”, el General de Cuerpo de Ejército Abelardo Colomé Ibarra, designado Ministro del Interior desde la crisis de 1989 que terminó con el fusilamiento del General Arnaldo Ochoa, la detención del General José Abrantes, entonces Ministro del Interior, y la literal ocupación del Ministerio del Interior por oficiales de las fuerzas armadas.
Todavía a estas alturas Raúl Castro no se oculta para decir que Furry es su segundo. De no quedarse el hermano menor oficialmente como Ministro y regresar Furry al Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), el flanco del Ministerio del Interior, a cargo de las actividades de contrainteligencia, inteligencia, y de organización de la represión y buena parte de la ingerencia en América Latina, quedaría en una situación muy compleja.
El General de División Carlos Fernández Gondín, actualmente Viceministro Primero del Interior y encargado de la Seguridad del Estado durante más de quince años ya, desde 1989, segundo permanente de Furry desde los años sesenta en la provincia de Oriente, tendría la capacidad para desempeñar el cargo, pero no la personalidad política ni el reconocimiento entre los altos oficiales históricos para ejercerlo, y esta es quizás la pieza más sensible del rompecabezas sucesorio.
El Ministerio del Interior, en un régimen brutal como el establecido por el tirano en Cuba, no ha sido nunca un Ministerio más, y los hombres que han desempeñado ese cargo de Ministro durante casi medio siglo han sido siempre personalidades de primerísima línea de la Revolución: el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés en dos ocasiones, el General de División Sergio del Valle y actualmente el General de Cuerpo Abelardo Colomé Ibarra, todos en el momento de desempeñar el cargo eran miembros del Buró Político.
El General José Abrantes, nunca miembro del Buró Político, cargaba la aureola del eterno jefe de los órganos de la seguridad y encargado de la protección del Comandante en Jefe, por lo que su liderazgo pudo ser ejercido a través de sus grupos afines y clientes, a pesar del eterno encono de los grupos de Ramiro Valdés.
Ramiro Valdés podría ser una figura clave en estos arreglos, a pesar de que su estado de salud actual es una incógnita. Cada vez más alejado de Raúl Castro en un enfrentamiento sordo y permanente desde las rivalidades MINFAR-MININT en la década de los sesenta, (la desconfianza es mutua), y manteniendo su pequeño aparato de inteligencia por su cuenta, podría ser una solución inesperada, siendo traído de nuevo al Ministerio del Interior, posición clave para “cocinar” la posterior transición definitiva a los tres mosqueteros, si alguna vez fueran capaces de asumirla.
Tal decisión, lejos de ser una idea de Raúl, podría haber sido ya en este momento la de Fidel Castro, quien ha hecho múltiples intentos en los últimos tiempos por limar las asperezas entre ambos moncadistas, secreto a voces, que si no han salido más claramente a flote se ha debido precisamente a la presencia del tirano.
Quien sabe si puede haberlos llamado a ambos para hacerles saber su decisión, so pena de eliminarlos de los proyectos de sucesión de no arreglarse las cosas, alegando su avanzada edad y deteriorado estado de salud. La presencia de Ramiro Valdés en el MININT sería una garantía de que “el aparato” seguiría funcionando engrasado y sin vacilaciones, y los “duros” no podrían cuestionar su liderazgo.
Si esta fuera la variante que se adopta, con Ramiro Valdés como Ministro del Interior y Colomé Ibarra Ministro de las Fuerzas Armadas, la situación y el manejo del poder podría controlarse mucho más apropiadamente desde el punto de vista de la tiranía, y aparentemente en General Furry puede mantener relaciones mucho más aceptables con el tesorero venezolano Hugo Chávez para garantizar el flujo de dinero que mantenga a flote el proyecto fidelista.
Los Generales de Cuerpo de Ejército Julio Casas Regueiro, actual Viceministro Primero, y Álvaro López Miera, Jefe de Estado Mayor General, son, básicamente el primero, un oficial de estado mayor de mucha experiencia, pero no de mando de tropas (aunque fue, incluso, jefe de la Defensa Antiaérea y Fuerza Aérea), y el segundo una promoción a General de Cuerpo demasiado acelerada y no bien vista por muchos Generales de División y de Brigada que ya lo eran cuando todavía López Miera era Coronel: no es probable que ninguno de ellos dos fuera fácilmente aceptado como Ministro de las Fuerzas Armadas por los jefes militares históricos o los “africanos”.
De no regresar Colomé Ibarra al MINFAR por no encontrarse una solución que garantice no desguarnecer el Ministerio del Interior (MININT) en estas condiciones, habría que buscar al eventual Ministro de las Fuerzas Armadas entre los más altos grados militares, que corresponden a los Jefes de Ejército en ejercicio.
De ellos tres, el más oportuno para Raúl Castro sería Leopoldo “Polo” Cintras Frías, General de Cuerpo de Ejército y actual Jefe del Ejército Occidental desde 1989, promovido al cargo en ocasión de la defenestración del General Arnaldo Ochoa y la crisis de la Causa Número 1.
Comandante rebelde desde los primeros años, con experiencia de estado mayor y jefatura de tropas, fortalecido con una leyenda de resultados en Angola que, aunque con base real, fue convenientemente exagerada en ocasión de la crisis con Ochoa, el verdadero héroe de las guerras en Angola y Etiopía, el General “Polo” Cintras tendría las bendiciones tanto de Fidel como de Raúl Castro por su lealtad y acatamiento.
La falta de experiencia del General Cintras Frías para el alto cargo de Ministro de las Fuerzas Armadas podría ser compensada con un soporte real de los Generales de Cuerpo Julio Casas y López Miera, de indudable experiencia administrativa y de manejo de las actividades diarias del MINFAR, incluyendo la muy importante actividad de GAESA, el grupo empresarial militar encargado de generar moneda convertible en Cuba y en el extranjero en beneficio de las Fuerzas Armadas.
Considerando que tras la desaparición del tirano en jefe las fuerzas armadas cubanas no tienen necesidad de mantenerse en permanente complicaciones “internacionalistas” ni en continuos “enfrentamientos al imperialismo” como ha sido tan común en todos estos años, el General “Polo”, convenientemente asesorado y apoyado, podría llevar a cabo su función de Ministro de las FAR con relativa eficiencia y apoyo o aceptación, o al menos, sin torpedos desde los otros Jefes de Ejército o Generales históricos.
Sin embargo, todos los escenarios mencionados en estos párrafos anteriores tienen que ver con el punto de vista del gobierno, es decir, con la agenda política de la tiranía para la sucesión tras la muerte del tirano, sin tomar en consideración ni las opiniones ni los intereses de la población cubana.
No necesariamente tienen que ser así las cosas, como quisieran el déspota y sus alabarderos, y variables actualmente no consideradas pueden surgir, personajes no tenidos en cuenta todavía pueden aparecer y resultar el “D’Artagnan” que complemente a los tres mosqueteros y modifique sus agendas.
De cualquier manera, no hay que ver a Raúl Castro y los militares como la tragedia peor, o como una opción permanente y eterna. A pesar de sus responsabilidades históricas en el apoyo a la tiranía, y a pesar de los muy diabólicos proyectos de la dictadura para eternizar la tragedia, no son pocas las posibilidades de que, sea porque no puede o porque no quiere, el equipo militar de la sucesión tenga que ceder paso a reformas y ajustes que desembocarán, más tarde o más temprano, en una real apertura.
No se trata de que los eventuales sucesores militares mostraran una vocación democrática que nunca han tenido, pero sí de que con su experiencia pragmática y tantos años de responsabilidades y administración tanto en Cuba como en África, lleguen a entender que el eterno “camino correcto” del Comandante no lleva hacia ninguna parte, y que para mantenerlo dirigiéndose a un final sin perspectivas habría que mancharse las manos de sangre, literal y verdaderamente, algo que no necesariamente tienen que suscribir.
Los tropi-talibanes designados, por el contrario, no vacilarían en hundir el país hasta el final. Un Alarcón oportunista y ambicioso, un Lage sin demasiado carácter, o un Pérez Roque sin la más mínima vergüenza y una enorme megalomanía, seguirían a toda costa intentando mantener el manicomio incólume, y perseverar en el camino que continuaría acelerando el desastre total e irreversible del país: ni su experiencia ni su capacidad deberían mostrarles las soluciones pragmáticas más convenientes, ni su impudicia lo permitiría.
Sin embargo, el pragmatismo verde olivo preferiría soluciones alternativas que trajeran mejoras reales e inmediatas, y que permitieran una solución mucho más manejable y aceptable para el país, sin la obligatoriedad de un baño de sangre.
Los hombres que, en su momento, en los combates, no han vacilado en ordenar disparar los cañones y avanzar los tanques, tienden a ser más realistas a la hora de tener que dar esas órdenes en situaciones no militares, que los ambiciosos y oportunistas talibanes, que están donde están por sumisión y no por sus misiones cumplidas.
En la cerrada sociedad cubana que se ha mantenido durante casi medio siglo, cualquier fisura reformista en el rígido bloque del poder sería como el salidero de agua en el estanque, indetenible, el inicio de un largo camino posterior hacia la democracia, y este proceso es mucho más realista que pueda partir desde los mandos militares en el poder que desde tres mosqueteros postcastristas que tendrían una visión de las realidades mucho más limitada y dogmática que la de los generales que día a día, aquí y allá, deben apreciar la situación y analizar la correlación de fuerzas para tomar decisiones.
Paradójicamente, considerando en primer lugar los intereses de nuestra nación y de la población cubana, el poder postcastrista en manos de los militares podría ser una mejor opción estratégica para el país: de la dictadura a la “dictablanda”, de la “dictablanda” a las reformas, de las reformas a la democracia. No por gusto Fidel Castro rechaza la idea y prefiere la opción de sus talibanes mosqueteros.
No es lo óptimo ni quisiéramos que haya que pasar por una etapa de militares en el poder que no necesariamente evolucionarían hacia una reforma, sino hacia un caos de nomenclaturas recicladas, pero la opción de los tres mosqueteros postcastristas solamente llevaría a los talibanes tropicales a acrecentar el fracasado fundamentalismo fidelista, la dependencia hacia los dineros de Hugo Chávez y la locura bolivariana, y a una nueva etapa de “internacionalismo” chavista, ingerencia y continuos conflictos que ya Cuba no solamente no desea, sino que no puede resistir.
Tras todos los daños que Fidel Castro ha hecho a Cuba durante casi medio siglo, puede quedarnos todavía otra etapa de transición de varios años, que puede tener un carácter positivo si evoluciona a través del pragmatismo, o retrógrado si se imponen los fundamentalistas, para finalmente poder eliminar este cáncer que ha minado nuestra sociedad.
Sin embargo, lo más importante, ante todo, es que la metástasis no avance más una vez que Fidel Castro ya no esté. Su selección de mediocres mosqueteros pretende una metástasis generalizada y que las cosas no cambien en el país: en su total desprecio a los cubanos y su destino Fidel Castro incluso ha dejado de lado a quienes le siguieron y apoyaron lealmente durante más de cincuenta años para pretender pasar el bastón del relevo a advenedizos como Lage, ineptos como Pérez Roque y corruptos como Alarcón.
No es el futuro óptimo de Cuba ni la mejor opción para nuestro pueblo que los militares cierren el paso y las posibilidades reales de ejercer el poder a los talibanes designados, pero parece ser un escenario que podrá materializarse en el futuro cercano, mucho más aceptable, y que a largo plazo resultaría más conveniente para Cuba.
Controlada la metástasis, luego vendría el momento de construir la verdadera democracia y el estado de derecho en nuestra Patria, y mientras más pronto mejor. Pero primero hay que impedir la propagación del castrismo sin Castro a través de sus tres mosqueteros designados.
Si de alguna manera pudiéramos alcanzar la sociedad que deseamos, de plena democracia y estado de derecho, inmediatamente, sin un período intermedio con los militares en el poder, sería la mejor noticia que recibiríamos los cubanos en mucho tiempo.
Y que todos pudiéramos reunirnos libremente, discutir criterios y programas, aportar ideas y acordar un rumbo de progreso y desarrollo para el país que fuera refrendado por todos los cubanos en elecciones verdaderamente libres.
Ojalá pudiéramos, pero todo parece indicar que no puede ser así de inmediato.
¡Y nunca en mi vida he deseado más que en este momento estar equivocado!
 

*

Eugenio Yáñez es analista, economista y un especialista en la realidad cubana. Ha publicado varios libros y junto a Juan Benemelis es autor de "Secreto de Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro" (Benya Publishers, Miami, mayo de 2005).

 
 
 
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