Ya
todos se habían despedido de su desproporcionada e inerte
humanidad. El actor más famoso de la posguerra yacía entubado y
solitario en su cama clínica cuando ocurrió su deceso en la
madrugada del 3 de julio, pareciéndose al famoso padrino que creó
con su originalidad y talento hace tres décadas, esperando la
muerte en un gran hospital. Sólo que esta vez las probabilidades
estaban en su contra y no sobreviviría -como lo hizo el patriarca
Corleone en la antológica secuencia central- ya que sus dolencias
cardíacas y respiratorias eran demasiado graves, y moriría justo a
sus 80 años cumplidos, como si hubiera planeado no pasar de esa
edad. Así se fue el actor más comentado e influyente del último
medio siglo, convertido en un mito por los medios que nunca lo
abandonaron, ya que siempre fue noticia, aún en su decadencia,
dejando como legado un puñado de impactantes caracterizaciones
fílmicas y una multitud de imitadores y fanáticos.
Brando murió como vivió:
orgulloso, solitario, rebelde, desafiante, caprichoso,
anticonformista e iconoclasta, tal como diría una vez: “No puedo
ser otra persona sino yo mismo, aunque me peguen en la cabeza”. A
pesar de que ganó muchos millones -y a veces alquilando apenas su
carisma durante minutos- en sus últimos años se mantenía con una
pensión del sindicato de actores y de la ayuda del seguro social,
ya que su fortuna fue derrochada en excentricidades o gastada en
líos legales. Amante de lo exótico -se casó o vivió con cuatro
extranjeras-, curiosamente los que más lamentaron su muerte han
sido los indios norteamericanos -por defender a menudo su causa-
quienes pusieron la bandera a media asta en las reservaciones
indígenas. Hasta Bush se vio obligado a dar una declaración de
pesar desde la Casa Blanca, lo cual da una idea de la importancia
del personaje.
Su su partida marcaba el
fin de una era y se había ido un pedazo de Hollywood, un actor
prometeico y omnipresente en las pantallas grandes y chicas, desde
que nos conmovió como un militar minusválido e iracundo en la
cinta de Fred Zinnemann, Los hombres, y luego como el marido
abusivo en Un tranvía llamado deseo, más adelante como el rebelde
motociclista en El salvaje, como el boxeador frustrado en Nido de
Ratas, o como el patriarca mafioso en El padrino, o como el amante
circunstancial de una parisina en El ultimo tango en París, o
finalmente como el oficial desquiciado en Apocalipsis ahora,
quizás su último gran papel.
Altibajos
profesionales
Su carrera arrancó con
buen pie en los 50, se estancó en los 60, revivió en los 70
gracias a El Padrino, pero a partir de los 80 hizo sólo papeles
mediocres u olvidables, la mayoría tipo relámpago, aunque todavía
se daba el lujo de cobrar tres millones de dólares por dejar
poner su nombre en afiches y marquesinas. A pesar de que participó
en unas 40 cintas, sólo la media docena de filmes arriba
mencionados se pueden considerar como realmente antológicos,
verdaderos hitos en la historia del cine. Obtuvo incontables
premios y homenajes (destacándose sus cinco nominaciones y dos
Oscares de la Academia) y su caracterización de un abogado
anti-Apartheid, en A dry, white season (Una estación seca y
blanca), realizado hace apenas 15 años- por poco le hace ganar un
tercer Oscar como mejor actor secundario, aunque tampoco lo
hubiera aceptado. En su último filme, hecho hace apenas tres años,
The Score (Saldo de cuentas) interpreta al autor intelectual y
financista de un espectacular robo de joyas, por primera vez al
lado de Robert De Niro, irónicamente el actor que interpretara el
mismo personaje que revitalizó su carrera, en la segunda parte de
la saga de El Padrino.
Algunos fracasos
notables: Desirée (como Napoleón), La condesa de Hong Kong, (la
lamentable última cinta de Chaplin), Motín en el Bounty (como el
oficial rebelde), Ellos y Ellas (Guys and Dolls, como un tahúr de
bajos fondos, que canta y baila). Dirigió una sola película,
One-eyed Jacks (El rostro impenetrable) un western poco apreciado
por crítica y público, aunque algunos lo consideren ahora un
clásico del Oeste. Si bien prefería roles dramáticos, gustaba
actuar en comedias y se lo recuerda en algunas hilarantes cintas,
como en Dos pícaros ladrones (Bedtime story, como un estafador de
ricachonas) y como un mafioso en The Freshman (El novato)
parodiando a Vito Corleone, personaje casi mitológico del cual
jamás pudo escapar. En las últimas dos décadas sólo actuó como
protagonista de dos cintas importantes, como un sensible
psiquiatra en la romántica Don Juan de Marco y como el científico
demente en el fallido remake de La isla del Dr. Moreau. Su último
proyecto, ahora abortado, sería un largo documental sobre su
persona, proyectada para filmarse este año -a cargo de un cineasta
tunecino- y que se titularía Brando & Brando, aunque quizás se
llegue a realizar sólo con retazos y opiniones de otros, sin su
avasallante presencia física.
Brando tuvo la suerte de
trabajar con los mejores directores de su época, (tales como
Chaplin, Zinnemann, Kazan, Milestone, Dmytryk, Mankiewicz, Coppola,
Pontecorvo y Bertolucci), y actuar con artistas de la talla de
Vivien Leigh, Anna Magnani, Jean Simmons, Sophia Loren, Elizabeth
Taylor y Faye Dunaway. Fue también un pionero, pues su original
método de actuación –penetrante, intenso y espontáneo, aprendido
en el Actors Studio- sentó la pauta para el cine mundial de la
posguerra e influyó en actores como James Dean, Paul Newman,
Sydney Poitier, Jack Nicholson, Dustin Hoffman, Al Pacino, Robert
De Niro, James Caan, Mickey Rourke, Leonardo DiCaprio, Russell
Crowe, Sean Penn y Johnny Depp, siendo estos cuatro últimos muy
solicitados últimamente y considerados por la crítica como los más
recientes herederos del estilo interpretativo liderado por Brando.
En otros países también se sintió su influencia, pues Richard
Harris y Alan Bates en Inglaterra, y Jean- Paul Belmondo y Alain
Delon en Francia, y Klaus Maria Brandauer en Alemania, aplicaban
el mismo método y elogiaban a menudo a Brando.
Rebelde,
irreverente y promiscuo
Su desprecio
por Hollywood fue evidente desde los años 70, simbolizado por su
renuncia al codiciado premio de la Academia y por su búsqueda de
nuevos horizontes en Francia e Italia. Su irreverencia lo
convirtió en protagonista ideal para trabajar en dos hitos del
cine erótico, primero en Candy (1968), aquella alocada sátira
sexual del francés Christian Marquand con libreto del irreverente
Terry Southern, donde Brando interpreta a un extraño guru
seudo-oriental que embauca y fornica descaradamente con una
ingenua ninfómana, junto a un reparto variopinto que incluyó nada
menos que a Richard Burton, Walter Matthau, Ringo Starr, Charles
Aznavour, Sugar Ray Robinson, John Huston y James Coburn. Con esa
atrevida experiencia softcore en su currículo, Bertolucci no tuvo
dudas en contratarlo para su Ultimo Tango en París, donde –además
de escenas muy eróticas- aparece ensayando el sexo anal con Maria
Schneider, algo antes impensable en una película no pornográfica,
que la hizo clasificar como X –al igual que Candy- y a prohibirse
en muchos países. Nuevamente, aún en su madurez, Brando sería el
iconoclasta pionero de nuevas experiencias fílmicas.
Con esa actitud liberal
sobre el sexo y el amor, y con la imagen de seductor sensual que
arrastró desde sus primeros filmes, no extraña que su vida
sentimental fuera bastante desordenada... y a veces trágica.
Después de sus tres breves matrimonios entre 1957 y 1960, primero
con la actriz de origen indio, Anna Kashfi, luego con la mexicana
Movita Castañeda y finalmente con la tahitiana Tarita Teripaia,
siguió teniendo amores con muchas actrices
que lo admiraban, tales como Pat Quinn, Rita Moreno y Ursula
Andress. (A esta última le preguntó una vez :”Nosotros ya hicimos
el amor, verdad?, lo que da una idea de su obsesiva promiscuidad).
En sus últimos años compartió la cama con su ama de llaves, María
Cristina Ruiz, quien lo demandó por la bicoca de cien millones de
dólares por olvidarse de ella y sus hijos cuando terminaron en el
año 2000. En total tuvo 11 vástagos (5 con su apellido), pero dos
le dieron muchos pesares, pues uno fue condenado a 10 años de
prisión por asesinar al novio de su hermana Cheyenne (hija de
Brando y con Tarita) y quien luego se suicidó. Sin embargo, a
pesar de que se humilló por ellos y lo dejaron arruinado, lo
consideraban un padre egoísta y errático, reflejo de una dura
niñez con padres alcohólicos e irresponsables.
Un personaje
polémico
Mientras muchos lo
consideran un gran actor por su profundidad y talento, otros
critican su desprecio por la profesión y su flojera como
profesional (olvidaba sus diálogos e improvisaba mucho), además de
su egolatría (gustaba monopolizar las escenas) y sus notorios
caprichos de superestrella, pues se ausentaba mucho del plató y
hacía exigencias absurdas, como la de ignorar a su propio
director, Frank Oz, en su último filme. Gillo Pontecorvo, su
director en Queimada! dijo de él: “Podía ser un dios frente a las
cámaras y, minutos después, una persona insufrible”. Pero al
conocerse su deceso, algunos colegas lo elogiaron así:
-Sophia Loren: “Fue un
queridísimo amigo y compañero, muy educado y profesional. Actores
como él deberían ser eternos”.
-Robert Duvall: “Fue uno
de los actores más grandes y originales del siglo, sólo comparable
con Laurence Olivier”.
-Bernardo Bertolucci: “Con
su muerte, Marlon Brando pasó indudablemente a la inmortalidad”.
-Francis Ford Coppola:
“Marlon odiaba los cumplidos. Así que lo único que diré es que me
entristece su partida”.
Algunas de sus frases
fueron antológicas, incorporadas a la mitología fílmica:
-
“¡Stella, Stella!”,
en Un tranvía llamado deseo (echando de menos a su mujer).
-
“¡Contra lo que
sea!”, en El salvaje. (al preguntársele contra qué se rebelaba).
-
“Pude haber sido
alguien”, en Nido de Ratas (conversando con su hermano).
-
“Le haré una oferta
que no podrá rechazar”, en El Padrino.
-
“El que no pasa
tiempo con la familia, no es un verdadero hombre” (idem).
-
“¡Busca la maldita
mantequilla!”, en El último tango en París.
-
“¡El horror, el
horror!” en Apocalipsis Ahora (refiriéndose a la guerra).
Un comentarista español
resumió en su elegía del actor el sentir general de su fanaticada:
“El cine se queda huérfano, pues fue uno de sus monstruos
sagrados. Brando combinaba un talento único, un carácter difícil,
una imagen sensual, una rebeldía constante. Algunos pueden haberlo
odiado, pero la mayoría agradece de que haya vivido.” Paz a los
restos de Brando... el grande, con todos sus defectos.
