Pocos días
antes de que fuera confirmada la visita oficial del
presidente Hugo Chávez a Colombia, la opinión se enteró de
que Luis Alfonso Hoyos, el brillante embajador de Colombia
ante la OEA, será removido de su cargo. Hoyos había
denunciado, con mapas, fotos y coordenadas precisas, que las
Farc disponen de bastiones en Venezuela. La cancillería
colombiana no buscó siquiera maquillar ese brutal despido.
Dejó correr el rumor de que trataba con ello de congratular
a Chávez, quien durante el gobierno del presidente Álvaro
Uribe había calificado al embajador Hoyos de “criminal”, por
haber hecho esas necesarias revelaciones. A última hora, el
29 de marzo, El Tiempo indicó que la cancillería “por
el momento” [...] “no tiene previsto relevar al diplomático
de su cargo.”
¿La política
exterior de Colombia está escapando de las manos de quien
debe dirigirla? ¿Las exigencias de Caracas están dictando la
línea en el palacio de San Carlos?
Sobre el
affaire Walid Makled, el presidente Chávez también logró
imponerle al presidente Juan Manuel Santos la deportación
del capo narcotraficante a Caracas, cuando es a Estados
Unidos a donde debe ir ese individuo. Washington fue quien
descubrió sus operaciones delictuosas y las conexiones de
éste con jerarcas venezolanos. Y, sobre todo, fue quien
pidió antes que nadie su extradición. Sin embargo, el jefe
de Estado colombiano cedió ante Caracas y ha dicho que se
dispone a “cumplir la palabra” que le dio a Chávez. Makled
es pieza clave del entramado narco-terrorista que Cuba y
Caracas están montando en América Latina con el Hezbolá
libanés.
Está también
en triste episodio de Unasur. Ese organismo chavista fue
incapaz de acoger la propuesta de Bogotá de nombrar a María
Emma Mejía secretaria general de ese organismo, en reemplazo
del fallecido Néstor Kirchner. El cenáculo de obtusos
machistas que se reunió cerca de Quito, decidió otra cosa:
darle a Bogotá un premio de consolación. La ex canciller
colombiana será secretaria general de medio tiempo pues el
próximo año ella será reemplazada por el venezolano Alí
Rodríguez Araque. Bogotá se tragó esa culebra y hasta se
declaró feliz con esa humillación. Unasur mostró así que no
confía en el gobierno de Santos, ni en Colombia, ni en la
mujer, a pesar de las concesiones que recibe de Bogotá.
Unasur confía
más bien en el ex canciller Alí Rodríguez quien no es una
perita en dulce. El hombre tiene sangre en las manos. Ex
guerrillero comunista, el nuevo jefe de hecho de Unasur era
un experto en explosivos en los años 60 y 70. Resulta
grotesco ver a María Emma Mejía tratando de nadar en tan
turbulentas aguas, pues nadie ignora que Rodríguez, antes de
que le llegue el turno, se inmiscuirá en todo lo que la
colombiana haga.
Colombia se
dejó imponer la voluntad de Chávez sobre el contubernio de
éste con las Farc. Ningún miembro del gobierno, ni la prensa
gobiernista, osan pronunciarse ahora sobre ese asunto: los
campos de las Farc en Venezuela, desde donde siguen lanzando
cobardes ataques contra Colombia, no existen, se evaporaron
desde el 7 de agosto pasado. Esa amenaza, sin embargo, sigue
allí y se refuerza cada día. Eso se refleja en la dura
ofensiva actual de las Farc contra la fuerza pública. ¿Qué
dijeron la canciller Holguín y el ministro de Defensa Rivera
cuando la Brigada 18 del Ejército de Colombia descubrió, a
cinco kilómetros de la frontera, un arsenal que iba
destinado a las Farc donde había armas, abundante munición,
una tonelada y media de anfo y hasta 193 uniformes con
marquillas de las fuerzas militares venezolanas? Nada. No
dijeron nada. ¿Qué dirá al respecto el presidente Santos
cuando vea a Hugo Chávez en Cartagena?
El presidente
Santos explicó a comienzos de marzo que, en política
exterior, su propósito era “tener buenas relaciones con
nuestros vecinos, buenas relaciones en la región, mantener
las magnificas relaciones que hemos tenido con Estados
Unidos”. En otras palabras, que estamos en Jauja y que es
factible lograr la cuadratura del círculo. Con Estados
Unidos las cosas no van bien. En lugar de “magníficas
relaciones” lo que tenemos es un bloque de hielo. Lo de
Makled es apenas un epifenómeno. Lo de las siete bases, no.
Es un affaire principalísimo que ha sido archivado por
Bogotá para darle gusto a Chávez, mientras éste,
precisamente ahora, está en pleno delirio armamentista. Esa
huida hacia delante de Bogotá, su negativa a ver con
realismo las cosas, a pensar y organizar su defensa
estratégica, que no es sólo un asunto militar, en vista de
lo que Rusia, Irán y Cuba están construyendo en Venezuela
(la prensa alemana habla de la edificación en 2011 de una
rampa de lanzamiento de misiles de mediano alcance y un
depósito de armas estratégicas de Irán), es un error de
perspectiva que nos podría costar caro.
¿Distanciarse
de Washington y acercarse a Caracas, bajo el pretexto de que
el TLC sigue estancado, no es una actitud de falso
maquiavelismo? ¿Cederle ahora a Chávez el cemento colombiano
a cambio de promesas en el aire sobre el aumento del
comercio bilateral no es un acto de miopía imperdonable? Las
promesas, se sabe, no obligan sino a quien las cree.
El analista
Rafael Nieto Loaiza preguntaba el otro día: ¿Debe la
cancillería seguir jugando al gallito fino con los Estados
Unidos?”. Nuestra respuesta es no. No es el momento para
estar en bailes con Hugo Chávez. El experimento anti
liberal y anti democrático de éste no podía ser consolidado.
Ese proyecto está en su fase agónica. Lo de Khadafi muestra
que la buena suerte de ciertos dictadores está cambiando.
Muestra igualmente el aislamiento y la bancarrota del
dictador venezolano, quien podría correr la suerte de un
Noriega si dispara contra la revuelta inevitable de su
pueblo. Apostarle a un tirano que pierde en el tablero
económico e internacional es torpe.
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Periodista
y escritor. Autor de "El enigma IB" (sobre el caso
Ingrid Betancourt), publicado en
diciembre de 2008 (Random House Mondadori, Bogota).
Tambien es autor de "Las Farc, fracaso de un
terrorismo", (Random House Mondadori, Bogota).
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