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Uribe y la cuestión venezolana
Eduardo Mackenzie
domingo, 27 noviembre 2011


El ex presidente Álvaro Uribe le hace un gran favor a Colombia y a la democracia del continente americano al expresar sus inquietudes sobre lo que ocurre en estos momentos en Venezuela. Su diálogo en Bogotá, esta semana, con líderes de la oposición venezolana reabre, en buena hora, el tema de cuál debe ser la posición de Colombia frente a las calamidades que vive el país hermano y frente al caos que se viene. ¿Debemos ignorar ese desastre y dejar que llegue a extremos inauditos o debemos ayudar a quienes luchan por la restauración de las libertades en ese país?

La incursión del ex presidente Uribe en ese terreno era esperada pues en Colombia esa temática, desde que Juan Manuel Santos tomó las riendas del poder, fue transformada en tabú, sobre el cual no se debe pensar, ni hablar, ni escribir.

 

La nueva línea es, en efecto, someterse en silencio a los dictados de Caracas, reorientar el punto de vista de Colombia  en la esfera internacional siguiendo los enfoques de Unasur, incluso hasta con la Unión Europea y los Estados Unidos (lo único que ha escapado a eso es el expediente sobre la cuestión palestina) y hacer pasar ese viraje como  ejemplo de una política “más hábil”.

 

Ese enfoque le facilita el trabajo a Hugo Chávez y a sus acólitos y le abre avenidas a los agentes colombianos de esa tiranía. Eso explica lo que está ocurriendo en el frente interno colombiano y explica por qué las informaciones y los análisis sobre la situación de Venezuela y sobre el creciente accionar terrorista de las Farc y del Eln contra Colombia en los territorios limítrofes con Venezuela, han prácticamente desaparecido de la prensa colombiana. Nadie informa, nadie investiga sobre eso, como si esos temas no fueran importantes. Es como si la estabilidad política y económica de Colombia no dependiera en gran parte de lo que ocurrirá en Venezuela en los próximos meses y años.

 

¿Dónde están los reportajes, las entrevistas, los trabajos de las famosas “unidades investigativas” de nuestros diarios y revistas sobre  lo que ocurre en Venezuela, sobre el combate de la oposición antichavista, sobre la agonía de la democracia, sobre las maniobras palaciegas en curso ante la aceleración de la enfermedad de Hugo Chávez y sobre el papel que están jugando en todo ello La Habana, las Farc y el Eln?

 

Hay muy poco al respecto. Muy poco hay también (y eso es lo más grave) en materia de explicaciones del Presidente Santos a los ciudadanos sobre su nueva política exterior, sobre los compromisos firmados durante las cumbres y contactos con su “nuevo mejor amigo”. Tras cada reunión entre ellos lo que queda son minúsculas notas de prensa, poco verificadas, sobre los aspectos secundarios de esos eventos. De hecho, nadie sabe qué ha ganado Colombia con su docilidad ante Chávez, ni cuáles son  las ventajas objetivas y a largo plazo de la nueva orientación de la diplomacia colombiana.

 

Por eso el acto del ex presidente Uribe al manifestar de manera pública su inconformidad con ese status quo y con la eventual profundización de ese curso erróneo durante el encuentro Santos-Chávez del 28 de noviembre próximo, es un llamado de atención al país sobre los peligros de seguir observando pasivamente ese fenómeno.  

 

Lo más ridículo de todo es que mientras la Colombia oficial sigue congelada por los hechizos de Caracas, el propio Brasil, donde la izquierda gobernante ha tenido una actitud cómplice frente a Chávez y las Farc, comienza a moverse en otro sentido: Brasilia acaba de crear una “fuerza de vigilancia estratégica” destinada a reforzar su presencia en la Amazonía pues  estima que en los próximos años, ante la escasez mundial de petróleo, “la amenaza” vendrá “de la línea del Ecuador para arriba”.

 

Acorde con eso y en vista de las tropelías que las Farc cometen en Brasil, sobre todo por sus entronques con el tráfico de drogas, un diputado socialdemócrata, Otavio Leite, impulsa un proyecto de ley para que las Farc sean clasificadas como “terroristas”.  El temor de que esa organización pueda cometer acciones terroristas durante el Mundial de fútbol de 2014 y durante los Juegos Olímpicos de 2016, es otro punto que preocupa a Brasilia.

 

Colombia, mientras tanto, sigue sin tener una visión estratégica de la evolución de la conflictividad en el continente pues creemos que con servir de comodín de Caracas hemos comprado la seguridad a largo plazo. Ni siquiera el tema de la actuación y desarrollo de las redes operativas de las Farc en otros países, que tanto preocupa ahora a Brasil, no está siendo ventilado. Creemos con gran ingenuidad que la muerte de Alfonso Cano significó la derrota de las Farc o su derrumbe. Ese espejismo desmovilizador hay que rechazarlo pues nos lleva a una conclusión falsa: como las Farc ya no son una amenaza sólo falta dar dos pasos para alcanzar la paz definitiva: amnistiarlos y abrirles “espacios políticos” para que Timochenko y sus hordas sangrientas puedan “tramitar sus diferencias” en temas como “el de las tierras”, como pide ahora, con gran precisión, el ex presidente Ernesto Samper.

 

La nueva campaña desatada por Gustavo Petro, alcalde electo de Bogotá, y Jaime Dussán, jefe del comunista Polo Democrático, pretende silenciar al ex presidente Uribe. Ellos ven que hay que mantener la mordaza para que Caracas y La Habana avancen en sus planes de enredar más y más al gobierno de Colombia en sus tentáculos.

 

No quieren que se vea cómo las Farc, a pesar de los golpes recibidos, conservan sus estructuras urbanas y rurales y está logrando no sólo infiltrar sino incluso dirigir ciertos movimientos sociales, para explotarlos, como en los años 80 y 90, como fuerza de choque y masa de maniobra.

 

Por eso están tratando de montar el falso escándalo de los “audios” en donde Álvaro Uribe “instruye” a la oposición venezolana. El sólo acto de hablar sobre Venezuela es mostrado como un acto de “diplomacia paralela”, como un “saboteo de las relaciones” entre los dos países, como una “ruptura del consenso”. ¿Cual consenso? Nunca hubo en Colombia un “consenso” a favor de someternos a los caprichos y brutalidades de Hugo Chávez. ¿No desató en el país un movimiento de hilaridad general cuando el presidente Santos anunció que Chávez era su “nuevo mejor amigo”? Esas acusaciones carecen de sentido y son puro fariseísmo.

 

¿Quienes hacen esa campaña? Los mismos de siempre: la minoría vende patria que han encontrado en Caracas un sostén a sus miserables aventuras. Es la misma fracción fanáticamente hostil a la democracia. Son los que elogian la dictadura castrista, los que financian sus campañas con dinero  saqueado al pueblo venezolano,  los mismos que felicitaron a Chávez cuando declaró a las Farc fuerza “beligerante”. Los mismos que, ante el espectáculo del veloz armamentismo de la Venezuela chavista, presionaron para que Colombia renunciara al reforzamiento de siete de sus bases militares con ayuda de Estados Unidos.

 

¿Qué autoridad moral pueden tener esos señores para censurar al ex presidente Uribe? Ninguna.  El ex presidente Uribe abrió en buena hora la puerta de la discusión sobre los errores de la política exterior colombiana. Es tiempo de abordar esa temática con sano criterio y de impedir que ese debate sea cerrado de nuevo.

 

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Periodista y escritor. Autor de "El enigma IB" (sobre el caso Ingrid Betancourt), publicado en
diciembre de 2008 (Random House Mondadori, Bogota).
Tambien es autor de "Las Farc, fracaso de un terrorismo", (Random House Mondadori, Bogota).


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