El
ex presidente Álvaro Uribe le hace un gran favor a Colombia
y a la democracia del continente americano al expresar sus
inquietudes sobre lo que ocurre en estos momentos en
Venezuela. Su diálogo en Bogotá, esta semana, con líderes de
la oposición venezolana reabre, en buena hora, el tema de
cuál debe ser la posición de Colombia frente a las
calamidades que vive el país hermano y frente al caos que se
viene. ¿Debemos ignorar ese desastre y dejar que llegue a
extremos inauditos o debemos ayudar a quienes luchan por la
restauración de las libertades en ese país?
La incursión
del ex presidente Uribe en ese terreno era esperada pues en
Colombia esa temática, desde que Juan Manuel Santos tomó las
riendas del poder, fue transformada en tabú, sobre el cual
no se debe pensar, ni hablar, ni escribir.
La nueva
línea es, en efecto, someterse en silencio a los dictados de
Caracas, reorientar el punto de vista de Colombia en la
esfera internacional siguiendo los enfoques de Unasur,
incluso hasta con la Unión Europea y los Estados Unidos (lo
único que ha escapado a eso es el expediente sobre la
cuestión palestina) y hacer pasar ese viraje como ejemplo
de una política “más hábil”.
Ese enfoque
le facilita el trabajo a Hugo Chávez y a sus acólitos y le
abre avenidas a los agentes colombianos de esa tiranía. Eso
explica lo que está ocurriendo en el frente interno
colombiano y explica por qué las informaciones y los
análisis sobre la situación de Venezuela y sobre el
creciente accionar terrorista de las Farc y del Eln contra
Colombia en los territorios limítrofes con Venezuela, han
prácticamente desaparecido de la prensa colombiana. Nadie
informa, nadie investiga sobre eso, como si esos temas no
fueran importantes. Es como si la estabilidad política y
económica de Colombia no dependiera en gran parte de lo que
ocurrirá en Venezuela en los próximos meses y años.
¿Dónde están
los reportajes, las entrevistas, los trabajos de las famosas
“unidades investigativas” de nuestros diarios y revistas
sobre lo que ocurre en Venezuela, sobre el combate de la
oposición antichavista, sobre la agonía de la democracia,
sobre las maniobras palaciegas en curso ante la aceleración
de la enfermedad de Hugo Chávez y sobre el papel que están
jugando en todo ello La Habana, las Farc y el Eln?
Hay muy poco
al respecto. Muy poco hay también (y eso es lo más grave) en
materia de explicaciones del Presidente Santos a los
ciudadanos sobre su nueva política exterior, sobre los
compromisos firmados durante las cumbres y contactos con su
“nuevo mejor amigo”. Tras cada reunión entre ellos lo que
queda son minúsculas notas de prensa, poco verificadas,
sobre los aspectos secundarios de esos eventos. De hecho,
nadie sabe qué ha ganado Colombia con su docilidad ante
Chávez, ni cuáles son las ventajas objetivas y a largo
plazo de la nueva orientación de la diplomacia colombiana.
Por eso el
acto del ex presidente Uribe al manifestar de manera pública
su inconformidad con ese status quo y con la eventual
profundización de ese curso erróneo durante el encuentro
Santos-Chávez del 28 de noviembre próximo, es un llamado de
atención al país sobre los peligros de seguir observando
pasivamente ese fenómeno.
Lo más
ridículo de todo es que mientras la Colombia oficial sigue
congelada por los hechizos de Caracas, el propio Brasil,
donde la izquierda gobernante ha tenido una actitud cómplice
frente a Chávez y las Farc, comienza a moverse en otro
sentido: Brasilia acaba de crear una “fuerza de vigilancia
estratégica” destinada a reforzar su presencia en la
Amazonía pues estima que en los próximos años, ante la
escasez mundial de petróleo, “la amenaza” vendrá “de la
línea del Ecuador para arriba”.
Acorde con
eso y en vista de las tropelías que las Farc cometen en
Brasil, sobre todo por sus entronques con el tráfico de
drogas, un diputado socialdemócrata, Otavio Leite, impulsa
un proyecto de ley para que las Farc sean clasificadas como
“terroristas”. El temor de que esa organización pueda
cometer acciones terroristas durante el Mundial de fútbol de
2014 y durante los Juegos Olímpicos de 2016, es otro punto
que preocupa a Brasilia.
Colombia, mientras tanto, sigue sin tener una visión
estratégica de la evolución de la conflictividad en el
continente pues creemos que con servir de comodín de Caracas
hemos comprado la seguridad a largo plazo. Ni siquiera el
tema de la actuación y desarrollo de las redes operativas de
las Farc en otros países, que tanto preocupa ahora a Brasil,
no está siendo ventilado. Creemos con gran ingenuidad que la
muerte de Alfonso Cano significó la derrota de las Farc o su
derrumbe. Ese espejismo desmovilizador hay que rechazarlo
pues nos lleva a una conclusión falsa: como las Farc ya no
son una amenaza sólo falta dar dos pasos para alcanzar la
paz definitiva: amnistiarlos y abrirles “espacios políticos”
para que Timochenko y sus hordas sangrientas puedan
“tramitar sus diferencias” en temas como “el de las
tierras”, como pide ahora, con gran precisión, el ex
presidente Ernesto Samper.
La nueva
campaña desatada por Gustavo Petro, alcalde electo de
Bogotá, y Jaime Dussán, jefe del comunista Polo Democrático,
pretende silenciar al ex presidente Uribe. Ellos ven que hay
que mantener la mordaza para que Caracas y La Habana avancen
en sus planes de enredar más y más al gobierno de Colombia
en sus tentáculos.
No quieren
que se vea cómo las Farc, a pesar de los golpes recibidos,
conservan sus estructuras urbanas y rurales y está logrando
no sólo infiltrar sino incluso dirigir ciertos movimientos
sociales, para explotarlos, como en los años 80 y 90, como
fuerza de choque y masa de maniobra.
Por eso están
tratando de montar el falso escándalo de los “audios” en
donde Álvaro Uribe “instruye” a la oposición venezolana. El
sólo acto de hablar sobre Venezuela es mostrado como un acto
de “diplomacia paralela”, como un “saboteo de las
relaciones” entre los dos países, como una “ruptura del
consenso”. ¿Cual consenso? Nunca hubo en Colombia un
“consenso” a favor de someternos a los caprichos y
brutalidades de Hugo Chávez. ¿No desató en el país un
movimiento de hilaridad general cuando el presidente Santos
anunció que Chávez era su “nuevo mejor amigo”? Esas
acusaciones carecen de sentido y son puro fariseísmo.
¿Quienes
hacen esa campaña? Los mismos de siempre: la minoría vende
patria que han encontrado en Caracas un sostén a sus
miserables aventuras. Es la misma fracción fanáticamente
hostil a la democracia. Son los que elogian la dictadura
castrista, los que financian sus campañas con dinero
saqueado al pueblo venezolano, los mismos que felicitaron a
Chávez cuando declaró a las Farc fuerza “beligerante”. Los
mismos que, ante el espectáculo del veloz armamentismo de la
Venezuela chavista, presionaron para que Colombia renunciara
al reforzamiento de siete de sus bases militares con ayuda
de Estados Unidos.
¿Qué
autoridad moral pueden tener esos señores para censurar al
ex presidente Uribe? Ninguna. El ex presidente Uribe abrió
en buena hora la puerta de la discusión sobre los errores de
la política exterior colombiana. Es tiempo de abordar esa
temática con sano criterio y de impedir que ese debate sea
cerrado de nuevo.
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Periodista
y escritor. Autor de "El enigma IB" (sobre el caso
Ingrid Betancourt), publicado en
diciembre de 2008 (Random House Mondadori, Bogota).
Tambien es autor de "Las Farc, fracaso de un
terrorismo", (Random House Mondadori, Bogota).
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