El combate por la verdad de los periodistas
venezolanos y latinoamericanos en general es uno de los
mayores obstáculos a la consolidación del régimen
autoritario de Hugo Chávez. A diferencia del régimen
cubano, el de Caracas no ha podido vender al mundo la imagen
de un régimen simpático y triunfante, como logró hacerlo
Fidel Castro en los primeros años de su atroz experimento
gracias a la destrucción radical y definitiva de la prensa
libre de la isla.
Para corregir ese “error”, el poder
bolivariano redacta leyes de censura y aplica la
intimidación y la violencia directa contra los periodistas,
sin lograr ahogar del todo la información y el análisis. Y
ello ocurre no sólo en Venezuela sino también, en forma
simultánea y casi idéntica, en países clientes del dictado
chavista, sobre todo en Ecuador, Bolivia, Nicaragua y El
Salvador.
La semana
pasada, por ejemplo, doce reporteros de la cadena Capriles
que manifestaban contra la nueva ley de Educación, sufrieron
en Caracas tremenda paliza a manos de una banda de
revolucionarios[i].
Días antes, Hugo Chávez había presentado una ley para
sancionar los “delitos mediáticos” y ordenado el cierre de
34 emisoras privadas. En Bolivia, el camarógrafo Marcelo
Lobo del canal Gigavisión, fue agredido por
desconocidos en La Paz. En Quito, donde Rafael Correa
insulta a los periodistas que no alaban sus políticas, hay
alarma tras el anuncio de que el gobierno utilizará un
“mandato de transición constitucional” para entregar las
frecuencias radiales a agentes del oficialismo y reducir aún
más la libertad de expresión e información. En El Salvador,
tres reporteros de Radio Victoria, recibieron
amenazas de muerte.
En los países
donde el poder no ha caído en manos chavistas el drama del
acoso a los espíritus libres también se agrava. En
Honduras, nueve medios de comunicación han sufrido ataques
desde el 28 de junio de 2009. Los agresores son
simpatizantes del depuesto presidente Manuel Zelaya. El más
reciente ocurrió este 19 de agosto cuando el diario El
Heraldo fue atacado con explosivos.[ii]
Colombia también es un ejemplo. Empero, allí
no es el gobierno quien persigue a los periodistas. Todo lo
contrario. Esa actividad es engendrada en círculos enemigos
del gobierno y, lamentablemente, impulsada por miembros
importantes del poder judicial, conocidos por su fanática
oposición al presidente Álvaro Uribe.
A comienzos de agosto de 2009, un grupo de
periodistas que habían sido demandados penalmente por un
magistrado del Consejo Superior de la Judicatura, José
Alfredo Escobar Araújo, escaparon a una severa condena. El
Tribunal Superior de Bogotá rechazó la pretensión del
magistrado en el sentido de que los demandados habían
“violado sus derechos” por haber escrito en varios artículos
de 2008 que él era un “magistrado indigno”. Escobar merecía
de sobra ese calificativo. El había aceptado un regalo
(unos botines) de un tal Giorgio Sale, un individuo
encarcelado en Italia, en noviembre de 2006, por lavado de
narco-dólares. Giorgio Sale había estado también
relacionado con Salvatore Mancuso, un temible ex jefe
paramilitar, extraditado a los Estados Unidos con otros 14
ex jefes “paras”.
Columnista muy
leído de El Tiempo, Mauricio Vargas denuncia con
fuerza los nexos de algunos magistrados con obscuros
personajes ligados a Mancuso y critica la guerra de
guerrillas que la Corte Suprema de Justicia le hace al
gobierno de Uribe[iii].
El y los otros editorialistas que habían fustigado la
actitud indelicada del magistrado Escobar Araújo, fueron
absueltos por el TSB. Este organismo, sin embargo, exigió
que se “rectificara” una frase de los artículos donde se
decía que Escobar Araújo influía desde su cargo en el
nombramiento de otros jueces y magistrados. La orden tuvo
que ser acatada de inmediato por los periodistas.
Pero acatar a veces no es suficiente.
Rodrigo Pardo García-Peña, otro periodista que también había
criticado por el mismo hecho al magistrado Escobar, fue
invitado por una juez de Bogotá a pasar unos días en
prisión y a pagar una fuerte multa. Según ella, Pardo
había “desacatado” la orden de un juez en el caso del
magistrado Escobar. Este había quedado “insatisfecho” con la
rectificación de dos frases hecha meses atrás por Pardo,
director de la revista Cambio.
Ante tal
arbitrariedad, varias sociedades de prensa protestaron.
“Privar de la libertad a un periodista bajo un argumento tan
insignificante constituye una afrenta de proporciones
incalculables y crea un grave precedente contra la actividad
periodística”, declararon Andiarios, Asomedios y la
Sociedad Interamericana de Prensa. Incluso la Procuraduría
General de la Nación conceptuó que la revista Cambio
sí había rectificado suficientemente las dos afirmaciones
que el juez de primera instancia había condenado y concluyó
que la demanda por desacato no procedía. Ex ministro de
Relaciones Exteriores, Rodrigo Pardo García-Peña es un fino
analista de la actualidad internacional y, aunque muy
moderado en sus expresiones, es un crítico de las Farc[iv]
y está lejos de ser un admirador de Hugo Chávez.
Un caso aún más grave estalló el 30 de junio
de 2009 cuando la magistrada Sandra Castro, de la Fiscalía
General, radicó una denuncia penal contra otro periodista.
Considerando que el trabajo de Fernando Londoño Hoyos,
director del noticiero La Hora de la Verdad, de Radio
Súper de Bogotá, constituye, de hecho, un “concierto para
delinquir agravado”, la magistrada, quien es nada menos que
la Coordinadora Nacional de la Unidad de Derechos Humanos
de la Fiscalía General, y debería por ello dar ejemplo en
materia de respeto de los Derechos Humanos, decidió
incriminar a Fernando Londoño y a William Calderón, otro
periodista del citado noticiero, por ejercer esa profesión.
Las acusaciones
de la magistrada son asombrosas. Ella no acepta que
Fernando Londoño, ex ministro del Interior de Álvaro Uribe,
denuncie y presente pruebas en su conocido programa radial
acerca de los abusos antijurídicos que cometen ciertas
dependencias de la Fiscalía, sobre todo contra algunos altos
militares que han sido encarcelados injustamente gracias a
“pruebas” y “testigos” cuya credibilidad no vale nada. La
Hora de la Verdad cuestiona también el fenómeno
contrario, es decir la no valoración de las pruebas que
presentan ciertos inculpados y la templanza de la Fiscalía
al momento de decidir los casos donde se halla involucrada
gente acusada de hacer parte del aparato político-militar de
las Farc[v].
Londoño reveló además, en junio de 2009, que las numerosas
visitas de Giorgio Sale a oficinas de la Corte Suprema de
Justicia habían sido borradas de las grabaciones
electrónicas “en el más puro estilo mafioso con destrucción
de pruebas”.
Días más tarde,
los ataques contra Fernando Londoño arreciaron. Esta vez el
petardo fue puesto en Caracas. En entrevista con una
televisión colombiana, el presidente Hugo Chávez acusó al
periodista de haber organizado en 2004 el envío a Venezuela
de “200 paramilitares colombianos” para asesinar al jefe de
Estado venezolano. Londoño negó en bloque la acusación y
recordó que la prensa venezolana había investigado el asunto
de los pretendidos paramilitares y contestado la versión de
Chávez[vi].
Londoño anunció que entablará una demanda por calumnia
contra el mandatario venezolano en vista de que el no sólo
pretende intimidarlo a él sino que con su cuento de los
“paras” busca atentar contra la reputación del gobierno de
Colombia y del presidente Álvaro Uribe.
Fernando Londoño fue también objeto de
intercepciones telefónicas ilegales. Aun no castigado, tal
delito fue cometido por elementos desconocidos que
manipularon a un noticiero para comenzar una campaña de
desprestigio contra el brillante editorialista que denuncia
con intransigencia los crímenes del chavismo y los errores
del ex Fiscal General, Mario Iguarán.
Esas operaciones de acoso que buscan taparles
la boca a los periodistas insumisos de Colombia, de
Venezuela y de Latinoamérica, se están intensificando. No
contento con reprimir a los periodistas de Venezuela, Hugo
Chávez toma iniciativas contra periodistas colombianos. Lo
peor de todo es que en Colombia, como en Venezuela, en lugar
de encontrar un baluarte protector de la libertad de prensa,
los periodistas tropiezan con la hostilidad visible del
poder judicial.
Ello refuerza la autocensura, una de las
mayores amenazas contra las sociedades abiertas. Por
ejemplo, las noticias sobre los procesos en curso de los
militares, donde se están violando todas las reglas del
Derecho, son vertidas por los diarios en cantidades
microscópicas. En Colombia, ciertos magistrados tratan de
minar la autoridad del gobierno y demoler al mismo tiempo a
los periodistas que denuncian esos fenómenos. En Venezuela
ocurre casi lo mismo. Fanatizados por la ideología en el
poder, los magistrados avalan las políticas liberticidas de
Chávez e ignoran las violencias que se cometen contra la
prensa.
En Colombia, la ofensiva contra los
periodistas se da en el marco de una revuelta del poder
judicial que pretende dictarle su ley al poder ejecutivo,
creando situaciones grotescas. Ese desafío al Estado de
derecho ya ha suscitado fuertes choques entre los poderes
públicos. La Corte Constitucional entró en querella con la
Corte Suprema de Justicia, y ésta contra la Procuraduría.
Existen tensiones increíbles entre el poder judicial y el
poder legislativo y entre el poder judicial y el poder
ejecutivo.
Todo ello coincide de forma patética con lo
que está ocurriendo en Venezuela, Ecuador y Bolivia, donde
los gobiernos impulsan leyes y medidas para destruir la
libertad de prensa, la libertad de expresión y de
información.
Aunque muy diferentes, lo que muestran los
casos de Fernando Londoño Hoyos y Rodrigo Pardo es que de
alguna manera un polo totalitario incrustado en la
magistratura colombiana actúa como si la soberanía chavista
imperara ya sobre Colombia, o sobre una parte de la
institucionalidad colombiana. Estamos pues ante un fenómeno
muy singular en el que se da, de hecho, una extensión
insidiosa de una influencia extranjera sobre un sector del
aparato de Estado colombiano. Parece que estuviéramos ante
una estrategia de pérfida y paulatina conquista del Estado y
de la sociedad colombiana, paso a paso, parcela por parcela,
sin hacer ruido. Es hora de que el gobierno y la prensa
libre en Colombia comiencen a abrir los ojos ante eso y a
develar ese proyecto para desmantelarlo antes de que sea
imposible.
Notas
[i]
Rubén
Mendoza, el jefe de la RNCB, una banda de matones al
servicio del chavismo, justificó el ataque a los
periodistas y prometió nuevas agresiones. “La Cadena
Capriles es un antro de conspiración” dijo.
[ii]
Ver
Diario Exterior, Madrid, 20 de agosto de 2009, en
http://www.eldiarioexterior.com/noticia.asp?idarticulo=33498
[iii]
Leer su artículo ¿A qué
juega de Corte Suprema?, El Tiempo, 16 de junio
de 2008.
[iv]
Ver
las declaraciones de Rodrigo Pardo intituladas « Alfonso
Cano no abre esperanzas de aproximación política »,
RCN, Bogotá, 14 de agosto de 2009.
[v]
El 20 de marzo de 2009, La Hora de la Verdad
entrevistó a Olivo Saldaña, ex guerrillero encarcelado
de las Farc. El habló de las obscuras relaciones que
existen entre cierta clase política del Tolima y las
Farc, sobre las motivaciones de la senadora Piedad
Córdoba y algunos líderes del Polo Democrático y, sobre
todo, acerca de la infiltración que hicieron las Farc en
la Fiscalía General de la Nación. Saldaña dijo que hasta
ese momento la Fiscalía se había negado a recibir su
testimonio.
[vi]
Escuchar el editorial de Fernando Londoño en La Hora
de la Verdad, 10 de agosto de 2009, en:
http://www.lahoradelaverdad.com.co/post/day/_id=8&y=2009&m=8&d=10
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Periodista
y escritor. Autor de "El enigma IB" (sobre el caso
Ingrid Betancourt), publicado en
diciembre de 2008 (Random House Mondadori, Bogota).
Tambien es autor de "Las Farc, fracaso de un
terrorismo", (Random House Mondadori, Bogota).
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