El debate sobre lo ocurrido el 1 de
febrero pasado en las selvas del sur de Caquetá, durante la
entrega de cuatro rehenes en poder de las Farc, sigue siendo
confuso e incompleto y algunos quieren enterrarlo
rápidamente. Dicen que hay que contentarse con una visión
superficial y pasar a otra cosa. Empero, ese método y la
memoria corta no son buenos consejos para nadie.
¿Quien se acuerda, por ejemplo, de lo que
ocurrió el 31 de diciembre de 2007 en Colombia? Ese día, la
radio y la prensa aseguraron que el gobierno de Alvaro Uribe
estaba “boicoteando” la operación de liberación del niño
Emmanuel y de su madre, Clara Rojas y de otra rehén,
Consuelo González. El presidente Uribe tuvo que ir a
Villavicencio para desmentir a las Farc quienes, con voces
destempladas, aseguraban que estaban “librando combates” con
el Ejército para poder “cumplir su promesa de liberar a tres
rehenes”. Al mismo tiempo, el presidente de Venezuela, Hugo
Chávez, anunciaba por la televisión que las Farc habían
suspendido la entrega de rehenes por las “maniobras
militares en la zona”. “Uribe fue a dinamitar la tercera
fase de la operación”, estimó el ogro de Caracas.
Todo era falso. Sin embargo, los acólitos
de las Farc habían embobado a los periodistas y hasta al
mismo Hugo Chávez, quien tuvo que admitir que las Farc lo
habían engañado. Lo que ocurrió en realidad todo el mundo lo
sabe hoy: las Farc habían tratado de secuestrar una segunda
vez a Emmanuel en Bogotá. Ese niño había sido recogido por
un hogar del ICBF, en 2005, semanas después de que los
terroristas se lo quitaran a su madre-rehén y de que lo
abandonaran en manos de un campesino. Al no poderse apoderar
nuevamente del menor, las Farc le dieron largas a la entrega
de los rehenes. Ocultaron las coordenadas del punto de
encuentro y acusaron del retraso, con la ayuda del jefe de
Estado venezolano, al gobierno colombiano.
Este último, por el contrario, había
obrado “con seriedad, prontitud y con un amplio espíritu
humanitario, sin exigir ninguna condición y proporcionando
todos los medios para una feliz liberación de los tres
secuestrados”, como estimó El Colombiano en su
editorial del 2 de enero de 2008. Las Farc, en cambio,
mintieron y se burlaron de sus propias promesas y
“trasladaron la responsabilidad al Gobierno [y] hasta al mal
tiempo”, aunque había brillado el sol.
El pasado 1 de febrero de 2009, un nuevo
coctel de mentira y cinismo ofrecieron las Farc. Y la
prensa, sin verificar los hechos, cayó una vez más en la
trampa, y se puso a ahullar dócilmente, gracias a los
habilidosos juegos de Jorge Enrique Botero, Holman Morris y
Piedad Córdoba. Esta vez, la senadora “liberal” logró que el
veterano periodista Daniel Samper Pizano jugara también un
papel clave en ese nuevo tinglado.
Veamos lo que ocurrió ese día en el
Caquetá. Tras interrogar a Piedad Córdoba, para que hablara
del nuevo “saboteo” del gobierno, Camilo Raigozo, del
semanario comunista Voz, quien no hacía parte de la
misión de rescate, y había llegado antes y con dos personas
más al campamento de las Farc, le plantó la cámara a Daniel
Samper y le disparó esta pregunta más que capciosa : “¿En
esta operación que se realiza hoy cual ha sido la mayor
dificultad que la comisión encontró?”. Al responder, Samper
recitó la versión que Córdoba había lanzado minutos antes:
afirmó que el gobierno colombiano había “mandado unos
aviones a estorbar, a molestar”, y que con eso el presidente
Uribe trataba de “hacer fracasar la operación” de entrega de
los cuatro rehenes. El esquema utilizado en diciembre de
2007 fue así reactivado con éxito en febrero de 2009.
Daniel Samper habría debido quedarse
callado. Al dejarse interrogar (y manipular) de esa forma,
Daniel Samper rompió con su deber de neutralidad, al que
estaba obligado por haber aceptado ser “garante” de esa
misión. A partir de ese momento, Daniel Samper dijo a la
cámara lo que Piedad Córdoba y el “comandante” Mosquera de
las Farc, quien no los descuidaba un minuto, esperaban que
él dijera.
Ante la sumisión de Samper, Raigozo fue
más lejos. Había que sacarle una tajada mayor de
propaganda a ese garante tan locuaz. Había que ver hasta
dónde él, miembro de la sociedad civil, podía bendecir
distraídamente los postulados de las Farc. Con la siguiente
pregunta lo logró. Esta resumía, en efecto, la línea de la
organizacion armada: “¿La política de guerra del presidente
Uribe ya dió lo máximo o cree que puede perpetuarse unos
años más en el gobierno o que quien siga continúe su
política de guerra?”. En su respuesta, Daniel Samper aceptó
sin chistar la falsa caricatura que hacía Raigozo de la
política del gobierno y la reforzó aún más, hasta el punto
de dar a entender que sería inconveniente que la lucha
armada desapareciera del todo de Colombia! No es sino
escuchar su análisis: “Yo no sé si ha dado lo máximo. Sé
que la propuesta de liquidación militar de toda disidencia
armada es un error”. Y, para que no hubiera duda, Daniel
Samper reiteró: “Nosotros, los de Colombianos y Colombianas
por la Paz, estamos contra la lucha armada, pero eso no
quiere decir que estemos por una solución de liquidación, de
tierra arrasada, de acabar con todo, para que no haya más
movimiento armado”.
¿Para que no haya más movimiento armado?
¿Colombia acaso necesita una “disidencia armada”? ¿Para
hacer qué? ¿Colombia necesita unas Farc? ¿Fuertes?
¿Débiles? Todo esto se desprende del enfoque de Daniel
Samper. El y sus amigos del grupo CCPP, quienes están contra
el gobierno (y contra el país entero) pues todo el mundo
aspira a que no haya “más movimiento armado” en Colombia,
deberían explicar cuales serían las ventajas de impedir el
desmantelamiento real y definitivo de esa banda, por la
acción militar o por la vía de la capitulación de éstas.
El “comandante” Mosquera, quien jugó un
papel principal ese día en la entrega de los rehenes, fue
mucho más duro que el “comandante” Martínez, quien había
comenzado una dura diatriba contra la CRI.
Desde el primer momento, según las
imágenes que mostró el website de El Espectador,
captadas por Camilo Raigozo[1],
el recibimiento de la misión fue extraño. Había una
cordialidad forzada de parte de los guerrilleros. Un
sentimiento de malestar flotó todo el tiempo en ese
campamento improvisado y, lo que es más curioso, ese
malestar no fue generado únicamente por los sobrevuelos de
la mañana. Martínez recibió, en efecto, a Piedad Córdoba y a
la misión con el cuento de los aviones y de unos
“enfrentamientos” imaginarios con la “guardia de los
prisioneros” (los rehenes). Enseguida habló de ciertas
“dificultades” adicionales. Y tras de no pocas digresiones,
Ramírez soltó el taco: “Muy respetuosamente, no confiamos un
100% en la labor de la Cruz Roja, por las dificultades que
se han presentado”. Ramírez distinguía dos cosas, la
actitud del gobierno brasileño y la del grupo de Córdoba,
por una parte, a quienes no reprochaba nada, y la CRI. “Aquí
estamos por la labor del grupo de amigos y por la labor del
gobierno brasileño y esos son los que nos han dado una
confianza”, indicó. En cambio, para Ramírez, la CRI era un
problema. “Con la Cruz Roja Internacional, nos da pena, pero
hay bastante duda sobre la imparcialidad en el trabajo en el
desarrollo de los operativos que vienen adelantando”. Más
claro no podía hablar el terrorista. “Es el conjunto del
manejo del trabajo del equipo de la Cruz Roja
Internacional”, reiteró. En otras palabras, Martínez daba
a entender, sin decirlo directamente, que las Farc
sospechaban que la CRI le había dado al gobierno colombiano
las coordenadas y que eso había permitido la localización
del campamento. Martínez no se apartó un segundo del aparato
de radio que tenía, con el que estaba en conexión con otro
centro de las Farc, el cual le enviaba sonidos que ellos
decían haber “grabado a los pilotos” militares. Por radio,
ese centro monitoreaba todo lo que se hablaba con la misión.
Unos cincuenta guerrilleros vigilaban el helicóptero y la
misión.
Martínez, claro, evocó el episodio del
uso del emblema de la Cruz Roja Internacional durante la
Operación Jaque, pero habló también de “otras dificultades”.
Ello suscitó una reacción defensiva de parte de los
delegados de la CRI, quienes osaron pedirle más tarde, con
no poca temeridad, a Martínez, la enumeración exacta de
“esos problemas aparte de la Operación Jaque”. Al responder,
éste reanudó su diatriba. Dijo que la CRI “no fue mucho lo
que reclamó por el uso de sus emblemas” y agregó: “Si
ustedes han hecho cosas bien, eso habrá que valorarlo.
[Pero] han cometido una falla, un error y como error no se
puede tapar”. En ese instante, Ramírez fue interrumpido por
la radio y se alejó de la mesa. El “comandante” Mosquera
continuó entonces el fuerte regaño y terminó por lanzar una
amenaza: “Ustedes han roto la confianza que antes se había
construído con mucho esfuerzo, de una parte y de otra.
Naturalmente que eso va a tener un costo, eso tiene un
costo, porque, ya le repito, en medio de una confrontación
como ésta aquí hay que dudar de tantos, de tantas cosas”.
¿Qué quería decir Mosquera? En boca de un
jefe de una banda terrorista especializada en el secuestro,
la frase del “costo”, podía significar algo muy grave. ¿Los
delegados de la CRI iban a ser “retenidos”?
El momento era crítico. Pero esa brecha
de confianza había comenzado a abrirse antes, desde que
Ramírez tomó la palabra. La misma Piedad Córdoba tuvo que
hacerle la siguiente aclaración: “Comandante, nosotros hemos
actuado con la mayor responsabilidad, con la mayor
prudencia, hasta el punto de que fuí directamente yo quien
hizo toda la coordinación con la Cruz Roja y con el
embajador de Brasil y con el Alto Comisionado y por esa
razón exigí que la logística no fuera del Gobierno.”
Primera conclusión: yo sostengo que las
Farc estuvieron a punto de anular ese día la entrega de los
rehenes y de cometer un delito contra los delegados de la
Cruz Roja Internacional. La tentación de cobrarles un
“error” imaginario --pues la CRI no habían participado para
nada en la Operacion Jaque y, por el contrario, sí habían
criticado duramente al Gobierno por el uso de su emblema--,
se asomó en las palabras de los dos jefes guerrilleros. Sus
sospechas de que los sobrevuelos se debían a una traición de
la CRI había sido esbozado. Sin embargo, las Farc se echaron
para atrás, y no se sabe por qué. ¿Porque la presa era muy
grande para ellos? Si “retenían” a los delegados de la CRI
tendrían también que apoderarse del helicóptero militar
brasileño y de su tripulación. Lo cual tendría
inmediatamente consecuencias internacionales. El campamento,
además, estaba ubicado por las fuerzas de seguridad
colombianas y un avión de plataforma estaba, probablemente,
observando los movimientos del helicóptero y de los
guerrilleros. Luego, atentar contra los delegados de la CRI
no sería un golpe de mano fácil de realizar.
Tras largas horas de suspenso, y de
consultas secretas por radio, y de esperar una hora
adicional cuando todo parecía claro, los rehenes
descendieron de una loma y fueron entregados a la misión. Es
muy probable que esas vacilaciones y demoras no se hayan
debido al pretendido “sabotaje” de la operación por los
sobrevuelos, sino a la crisis que las Farc crearon con sus
acusaciones infundadas contra la CRI y contra el gobierno
colombiano. Y es probable que la salida airosa ulterior,
cuando los cuatro policías y militares pudieron subir al
helicóptero, después de que la misión escuchó por radio que
el gobierno desmentía que hubiera choques armados en el
área, se debió a las señales hechas por el Estado colombiano
a los guerrilleros en el sentido de que estaban ubicados y
bajo vigilancia.
Cuando los rehenes llegaron a
Villavicencio, Piedad Córdoba y Daniel Samper no mencionaron
las amenazas lanzadas por el dúo Ramírez-Mosquera contra la
CRI. Jorge Enrique Botero lanzó, por el contrario, la
especie de que el Ejército había “hostigado” a los
guerrilleros para “obstaculizar” el rescate, cosa que él,
Botero, no había visto y que repetía, obviamente, por
insinuación de los guerrilleros. Tampoco los otros de Voz,
como Camilo Raigozo, quienes habían llegado al sitio del
encuentro con ayuda de las Farc, no pudieron decir nada
concreto sobre los imaginarios “combates” con el Ejército.
La afirmación de Botero fue desmentida inmediatamente por el
gobierno, por los ex rehenes y hasta por el coronel
brasileño Aquiles Furlán.
Pero el falso debate lanzado por Botero
eclipsó el examen de lo que la misión realmente había
vivido. Sólo unos dias después, cuando El Espectador
difundió el citado video, esos angustiosos momentos vividos
por los delegados de la CRI, y las entrevistas anómalas
hechas a Daniel Samper, Piedad Córdoba y Olga Amparo
Sánchez, bajo el ojo vigilante de un terrorista armado, se
hicieron visibles. Los abusos cometidos por el autor de esas
entrevistas (algo que no estaba previsto por la misión
humanitaria) y las mentiras lanzadas por Botero y compañía
en Villavicencio, quedarán como un baldón para la profesión,
por lo menos hasta que toda la verdad sea hecha al respecto.
Los Colegios de periodismo de Colombia deberían unirse para
abrir una investigación independiente que determine si tales
conductas fueron éticas o no.
En la misma noche del domingo 1 de
febrero de 2009, las Farc hicieron estallar un carro bomba
en Cali. Dos personas murieron y otras 35 quedaron heridas.
No fue eso una coincidencia. Con ese acto bárbaro las Farc
lanzaron un mensaje al país: “Les devolvemos cuatro
secuestrados pero seguimos siendo capaces de matar, cuando y
donde queramos, hasta el ustedes cedan”. Tres días más
tarde, nuevo mensaje de las Farc, también ligado a lo
ocurrido en el sur del Caquetá: un grupo de las Farc se
apoderó de 120 indígenas Awa del resguardo Tortulgaña
Telembí, cerca de Barbacoas (Nariño), asesinó a ocho de
ellos y secuestró, al día siguiente, “a los niños que se
habían quedado solos en sus casas”, como explicó la
Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) a
Colprensa.
Con ese despliegue de salvajismo contra
el pueblo, las Farc insultaron las ilusiones que se hacen
los miembros del CCPP quienes insisten en que, a pesar de la
violencia gangsteril de las Farc, “el entendimiento” con
ellas “es posible”. Horas antes del atentado de Cali, Daniel
Samper decía: “Creemos que hay que llegar a una solución
negociada, política, que busque lo mejor para remediar esta
guerra sin nuevos y peores derramamientos de sangre”. Bellas
frases que no ablandarán jamás a los bárbaros. ¿Daniel
Samper ha comprendido la significación de lo ocurrido en el
Caquetá, en Cali y Telembí? Yo lo dudo. ¿El veterano
periodista ha repudiado esas matanzas?.
Igual repudio estamos esperando los
colombianos de parte de Piedad Córdoba, la capitana del
CCPP. Ella se abstiene, en todo caso, de explicarles algo a
los jóvenes y viejos que está reclutando: que su movimiento
está al servicio de una causa horrible. ¿Puede ser
calificada de otra manera la empresa dedicada a buscar que
se respete y oiga a quienes sólo viven para mentir y matar a
los colombianos? El Senado de la República debería nombrar
una comisión que investige lo que pasó en el campamento de
las Farc el 1 de febrero. El país no puede contentarse con
lo dicho únicamente por Piedad Córdoba y sus acólitos. Si la
CRI fue amenazada, el mundo debe saberlo. Quizas ello
evitará una nueva tragedia un día de éstos.
* |
Periodista
y escritor.
Ultima obra publicada: “Las Farc, fracaso de un
terrorismo” (Ediciones Random House Mondadori/Debates,
Bogotá, 2007) |