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¿Qué querían cobrarle las Farc a la Cruz Roja el 1 de febrero?
Eduardo Mackenzie
miércoles, 18 febrero 2009


El debate sobre lo ocurrido el 1 de febrero pasado en las selvas del sur de Caquetá, durante la entrega de cuatro rehenes en poder de las Farc, sigue siendo confuso e incompleto y algunos quieren enterrarlo rápidamente. Dicen que hay que contentarse con una visión superficial y pasar a otra cosa. Empero, ese método y la memoria corta no son buenos consejos para nadie.  

 

¿Quien se acuerda, por ejemplo, de lo que ocurrió el 31 de diciembre de 2007 en Colombia?  Ese día, la radio y la prensa aseguraron que el gobierno de Alvaro Uribe estaba “boicoteando” la operación de liberación del niño Emmanuel y de su madre, Clara Rojas y de otra rehén, Consuelo González.  El presidente  Uribe tuvo que ir a Villavicencio para desmentir a las Farc quienes, con voces destempladas, aseguraban que estaban “librando combates” con el Ejército para poder “cumplir su promesa de liberar a tres rehenes”. Al mismo tiempo, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, anunciaba por la televisión que las Farc habían suspendido la entrega de rehenes por las “maniobras militares en la zona”. “Uribe fue a dinamitar la tercera fase de la operación”, estimó  el ogro de Caracas.

 

Todo era falso. Sin embargo, los acólitos de las Farc habían embobado a los periodistas y hasta al mismo Hugo Chávez, quien tuvo que admitir que las Farc lo habían engañado. Lo que ocurrió en realidad todo el mundo lo sabe hoy: las Farc habían tratado de secuestrar una segunda vez a Emmanuel en Bogotá. Ese niño había sido recogido por un hogar del ICBF, en 2005, semanas después de que los terroristas se lo quitaran a su madre-rehén y de que lo abandonaran en manos de un campesino. Al no poderse apoderar nuevamente del menor, las Farc le dieron largas a la entrega de los rehenes. Ocultaron las coordenadas del punto de encuentro y acusaron del retraso, con la ayuda del jefe de Estado venezolano,  al gobierno colombiano.  

 

Este último, por el contrario, había obrado “con seriedad, prontitud y con un amplio espíritu humanitario, sin exigir ninguna condición y proporcionando todos los medios para una feliz liberación de los tres secuestrados”, como estimó El Colombiano en su editorial del 2 de enero de 2008. Las Farc, en cambio, mintieron y se burlaron de sus propias promesas y “trasladaron la responsabilidad al Gobierno [y] hasta al mal tiempo”, aunque había brillado el sol.

 

El pasado 1 de febrero de 2009, un nuevo coctel de mentira y cinismo ofrecieron las Farc. Y la prensa, sin verificar los hechos, cayó una vez más en la trampa, y se puso a ahullar dócilmente, gracias a los habilidosos juegos de Jorge Enrique Botero, Holman Morris  y Piedad Córdoba. Esta vez, la senadora “liberal” logró que el veterano periodista Daniel Samper Pizano jugara también un papel clave en ese nuevo tinglado.

 

Veamos lo que ocurrió ese día en el Caquetá. Tras interrogar a Piedad Córdoba, para que hablara del nuevo “saboteo” del gobierno, Camilo Raigozo, del semanario comunista Voz, quien no hacía parte de la misión de rescate, y había llegado antes y con dos personas más al campamento de las Farc, le plantó la cámara a Daniel Samper y  le disparó esta pregunta más que capciosa :  “¿En esta operación que se realiza hoy cual ha sido la mayor dificultad que la comisión encontró?”. Al responder, Samper recitó  la versión que Córdoba había lanzado minutos antes: afirmó que el gobierno colombiano había “mandado unos aviones a estorbar, a molestar”, y que con eso el presidente Uribe trataba de “hacer fracasar la operación” de entrega de los cuatro rehenes. El esquema utilizado en diciembre de 2007 fue así reactivado con éxito en febrero de 2009.

 

Daniel Samper habría debido quedarse callado. Al dejarse interrogar (y manipular) de esa forma, Daniel Samper rompió con su deber de neutralidad, al que estaba obligado por haber aceptado ser “garante” de esa misión. A partir de ese momento, Daniel Samper dijo a la cámara lo que Piedad Córdoba y  el  “comandante” Mosquera de las Farc, quien no los descuidaba un minuto, esperaban que él dijera.

 

Ante la sumisión de Samper, Raigozo fue más lejos. Había que sacarle  una tajada mayor de  propaganda a ese garante tan locuaz. Había que ver  hasta dónde él, miembro de la sociedad civil,  podía  bendecir distraídamente los postulados de las Farc. Con la siguiente pregunta lo logró. Esta resumía, en efecto, la línea de la organizacion armada: “¿La política de guerra del presidente Uribe ya dió lo máximo o cree que puede perpetuarse unos años más en el gobierno o que quien siga continúe su política de guerra?”. En su respuesta, Daniel Samper aceptó sin chistar la falsa caricatura que hacía Raigozo de la política del gobierno y la reforzó aún más, hasta el punto de dar a entender que sería inconveniente que la lucha armada desapareciera del todo de Colombia!  No es sino escuchar su análisis:  “Yo no sé si ha dado lo máximo. Sé que la propuesta de liquidación militar de toda disidencia armada es un error”. Y, para que no hubiera duda, Daniel Samper reiteró: “Nosotros, los de Colombianos y Colombianas por la Paz, estamos contra la lucha armada, pero eso no quiere decir que estemos por una solución de liquidación, de tierra arrasada, de acabar con todo, para que no haya más movimiento armado”.

 

¿Para que no haya más movimiento armado? ¿Colombia acaso necesita una “disidencia armada”? ¿Para hacer qué? ¿Colombia necesita unas Farc?  ¿Fuertes? ¿Débiles? Todo esto se desprende del enfoque de Daniel Samper. El y sus amigos del grupo CCPP, quienes están contra el gobierno (y contra el país entero) pues todo el mundo aspira a que no haya “más movimiento armado” en Colombia, deberían explicar cuales serían las ventajas de impedir el desmantelamiento real y definitivo de esa banda, por la acción militar o por la vía de la capitulación de éstas.

 

El “comandante” Mosquera, quien  jugó un papel principal ese día en la entrega de los rehenes, fue mucho más duro que el “comandante” Martínez,  quien había comenzado una dura diatriba contra la CRI.

 

Desde el primer momento, según las imágenes que mostró el website de El Espectador, captadas por Camilo Raigozo[1], el recibimiento de la misión fue extraño. Había una cordialidad forzada de parte de los guerrilleros. Un sentimiento de malestar flotó todo el tiempo en ese campamento improvisado y, lo que es más curioso, ese malestar no fue generado únicamente por los sobrevuelos de la mañana. Martínez recibió, en efecto, a Piedad Córdoba y a la misión con el cuento de los aviones y de unos “enfrentamientos” imaginarios con la “guardia de los prisioneros” (los rehenes). Enseguida habló de ciertas “dificultades” adicionales.  Y tras de no pocas digresiones, Ramírez soltó el taco: “Muy respetuosamente, no confiamos un 100% en la labor de la Cruz Roja, por las dificultades que se han presentado”.  Ramírez  distinguía dos cosas, la actitud del gobierno brasileño y la del grupo de Córdoba, por una parte, a quienes no reprochaba nada, y la CRI. “Aquí estamos por la labor del grupo de amigos y por la labor del gobierno brasileño y esos son los que nos han dado una confianza”, indicó. En cambio, para Ramírez, la CRI  era un problema. “Con la Cruz Roja Internacional, nos da pena, pero hay bastante duda sobre la imparcialidad en el trabajo en el desarrollo de los operativos que vienen adelantando”. Más claro no podía hablar el terrorista. “Es el conjunto del manejo del trabajo del equipo de la Cruz Roja Internacional”, reiteró. En otras palabras,  Martínez  daba a entender, sin decirlo directamente, que las Farc sospechaban que la CRI le había dado al gobierno colombiano las coordenadas y que eso había permitido la localización del campamento. Martínez no se apartó un segundo del aparato de radio que tenía, con el que estaba en conexión con otro centro de las Farc, el cual le enviaba sonidos que ellos decían haber “grabado a los pilotos” militares. Por radio, ese centro monitoreaba todo lo que se hablaba con la misión. Unos cincuenta guerrilleros vigilaban el helicóptero y la misión.

 

Martínez, claro, evocó el episodio del uso del emblema de la Cruz Roja Internacional durante la Operación Jaque, pero habló también de “otras dificultades”. Ello suscitó una reacción defensiva de parte de los delegados de la CRI, quienes osaron pedirle más tarde, con no poca temeridad, a Martínez, la enumeración exacta de “esos problemas aparte de la Operación Jaque”. Al responder, éste reanudó su diatriba. Dijo que la CRI “no fue mucho lo que reclamó por el uso de sus emblemas” y agregó: “Si ustedes han hecho cosas bien, eso habrá que valorarlo. [Pero] han cometido una falla, un error y como error no se puede tapar”. En ese instante, Ramírez fue interrumpido por la radio y se alejó de la mesa. El “comandante” Mosquera continuó entonces el fuerte regaño y terminó por lanzar una amenaza: “Ustedes han roto la confianza que antes se había construído con mucho esfuerzo, de una parte y de otra. Naturalmente que eso va a tener un costo, eso tiene un costo, porque, ya le repito, en medio de una confrontación como ésta aquí hay que dudar de tantos, de tantas cosas”.

 

¿Qué quería decir Mosquera? En boca de un jefe de una banda terrorista especializada en el secuestro, la frase del “costo”, podía significar algo muy grave. ¿Los delegados de la CRI iban a ser “retenidos”?

 

El momento era crítico. Pero esa brecha de confianza había comenzado a abrirse antes, desde que Ramírez tomó la palabra. La misma Piedad Córdoba tuvo que hacerle la siguiente aclaración: “Comandante, nosotros hemos actuado con la mayor responsabilidad, con la mayor prudencia, hasta el punto de que fuí directamente yo quien hizo toda la coordinación con la Cruz Roja y con el embajador de Brasil y con el Alto Comisionado y por esa razón exigí que la logística no fuera del Gobierno.”

 

Primera conclusión: yo sostengo que las Farc estuvieron a punto de anular ese día la entrega de los rehenes y de cometer un delito contra los delegados de la Cruz Roja Internacional. La tentación de cobrarles un  “error” imaginario --pues la CRI no habían participado para nada en la Operacion Jaque y, por el contrario, sí habían criticado duramente al Gobierno por el uso de su emblema--, se asomó en las palabras de los dos jefes guerrilleros. Sus sospechas de que los sobrevuelos se debían a una traición de la CRI había sido esbozado. Sin embargo, las Farc se echaron para atrás, y no se sabe por qué. ¿Porque la presa era muy grande para ellos? Si  “retenían” a los delegados de la CRI tendrían también que apoderarse del helicóptero militar brasileño y de su tripulación. Lo cual tendría inmediatamente consecuencias internacionales. El campamento, además, estaba ubicado por las fuerzas de seguridad colombianas y un avión de plataforma estaba, probablemente, observando los movimientos del helicóptero y de los guerrilleros. Luego, atentar contra los delegados de la CRI no sería un golpe de mano fácil de realizar.

 

Tras largas horas de suspenso, y de consultas secretas por radio, y de esperar una hora adicional cuando todo parecía claro, los rehenes descendieron de una loma y fueron entregados a la misión. Es muy probable que esas vacilaciones y demoras no se hayan debido al pretendido “sabotaje” de la operación por los sobrevuelos, sino a la crisis que las Farc crearon con sus acusaciones infundadas contra la CRI y contra el gobierno colombiano. Y es probable que la salida airosa ulterior, cuando los cuatro policías y militares pudieron subir al helicóptero, después de que la misión escuchó por radio que el gobierno desmentía que hubiera choques armados en el área, se debió a las señales hechas por el Estado colombiano a los guerrilleros en el sentido de que estaban ubicados y bajo vigilancia.  

 

Cuando los rehenes llegaron a Villavicencio, Piedad Córdoba y Daniel Samper no mencionaron las amenazas lanzadas por el dúo Ramírez-Mosquera contra la CRI. Jorge Enrique Botero lanzó, por el contrario, la especie de que el Ejército había “hostigado” a los guerrilleros para “obstaculizar” el rescate, cosa que él, Botero, no había visto y que repetía, obviamente, por insinuación de los guerrilleros. Tampoco los otros de Voz, como Camilo Raigozo, quienes habían llegado al sitio del encuentro con ayuda de las Farc, no pudieron decir nada concreto sobre los imaginarios “combates” con el Ejército. La afirmación de Botero fue desmentida inmediatamente por el gobierno, por los ex rehenes y hasta por el coronel brasileño Aquiles Furlán.  

 

Pero el falso debate lanzado por Botero eclipsó el examen de lo que la misión realmente había vivido. Sólo unos dias después, cuando El Espectador difundió el citado video, esos angustiosos momentos vividos por los delegados de la CRI, y las entrevistas anómalas hechas a Daniel Samper, Piedad Córdoba y Olga Amparo Sánchez, bajo el ojo vigilante de un terrorista armado, se hicieron visibles. Los abusos cometidos por el autor de esas entrevistas (algo que no estaba previsto por la misión humanitaria) y las mentiras lanzadas por Botero y compañía en Villavicencio, quedarán como un baldón para la profesión, por lo menos hasta que toda la verdad sea hecha al respecto. Los Colegios de periodismo de Colombia deberían unirse para abrir una investigación independiente que determine si tales conductas fueron éticas o no.

 

En la misma noche del domingo 1 de febrero de 2009, las Farc hicieron estallar un carro bomba en Cali. Dos personas murieron y otras 35 quedaron heridas. No fue eso una coincidencia. Con ese acto bárbaro las Farc lanzaron un mensaje al país: “Les devolvemos cuatro secuestrados pero seguimos siendo capaces de matar, cuando y donde queramos, hasta el ustedes cedan”. Tres días más tarde, nuevo mensaje de las Farc, también ligado a lo ocurrido en el sur del Caquetá: un grupo de las Farc se apoderó de 120 indígenas Awa del resguardo Tortulgaña Telembí, cerca de Barbacoas (Nariño), asesinó a ocho de ellos  y secuestró, al día siguiente, “a los niños que se habían quedado solos en sus casas”, como explicó la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) a Colprensa. 

 

Con ese despliegue de salvajismo contra el pueblo, las Farc insultaron las ilusiones que se hacen los miembros del CCPP quienes insisten en que, a pesar de la violencia gangsteril de las Farc, “el entendimiento” con ellas “es posible”. Horas antes del atentado de Cali, Daniel Samper decía: “Creemos que hay que llegar a una solución negociada, política, que busque lo mejor para remediar esta guerra sin nuevos y peores derramamientos de sangre”. Bellas frases que no ablandarán jamás a los bárbaros. ¿Daniel Samper ha comprendido la significación de lo ocurrido en el Caquetá, en Cali y Telembí? Yo lo dudo. ¿El veterano periodista ha repudiado esas matanzas?.

Igual repudio estamos esperando los colombianos  de parte de Piedad Córdoba, la capitana del CCPP. Ella se abstiene, en todo caso, de explicarles algo a los jóvenes y viejos que está reclutando: que su movimiento está al servicio de una causa horrible. ¿Puede ser calificada de otra manera la empresa dedicada a buscar que se respete y oiga a quienes sólo viven para mentir y matar a los colombianos? El Senado de la República debería nombrar una comisión que investige lo que pasó en el campamento de las Farc el 1 de febrero. El país no puede contentarse con lo dicho únicamente por Piedad Córdoba y sus acólitos. Si la CRI fue amenazada, el mundo debe saberlo. Quizas ello evitará una nueva tragedia un día de éstos.

 

[1]   Las frases aquí transcritas fueron tomadas del video de Camilo Raigozo, el cual puede ser visto en: http://video.google.es/videoplay?docid=1070764806189335064

 

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Periodista y escritor. Ultima obra publicada: “Las Farc, fracaso de un terrorismo” (Ediciones Random House Mondadori/Debates, Bogotá, 2007)

 


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