La derrota de
los tres energúmenos de Unasur, Chávez, Correa y Morales, es
innegable. Los gobiernos de Brasil y Argentina, los dos más
grandes de la región por su economía y población, rechazaron
el papel que Chávez les tenía preparado: aparecer como los
títeres desarticulados del petro-dictador venezolano. La
resolución que el trío “bolivariano” de marras había
redactado, en la que condenaban a Colombia por reforzar sus
lazos militares con los Estados Unidos, no obtuvo el aval ni
de Lula, ni de la Kirchner, ni de Lugo, ni de la Bachelet.
Los señores Chávez, Correa y Morales fueron puestos en
minoría en su propia casa. Las gesticulaciones mussolinianas
de Chávez fueron criticadas y su texto enviado a la basura.
Y tuvieron que tragarse esa culebra calladitos.
Ese éxito de
Colombia no cayó del cielo. Es el fruto de la actitud firme
adoptada por el presidente Álvaro Uribe y por el país
entero, exceptuando a los cipayos de siempre. Ello demostró
que cuando Colombia se une para resistir al belicismo
chavista el continente no es indiferente. La rápida gira de
Álvaro Uribe por Suramérica quebró el cerco que estaban
construyéndole a Colombia en Unasur. Las respuestas que
Uribe obtuvo de sus homólogos, anticiparon lo que ocurriría
horas después en la cumbre de Quito.
Ello prueba
que Colombia no está tan aislada como algunos pretenden y
que ese concepto del “aislamiento” de Colombia es más un
artefacto ideológico, fabricado por eminencias grises de
Caracas, que una actitud real de los pueblos del continente.
Sin embargo, a
pesar de la honda división que se ve en Unasur, y del
desgaste patético de Hugo Chávez, la situación sigue siendo
delicada para Colombia y para las democracias del
Hemisferio. La guerra que Hugo Chávez prepara desde hace
años contra Colombia ya comenzó. No ver algo tan evidente es
inadmisible. Por ahora, esa guerra adopta dos formas: la
guerra psicológica y la guerra económica. Ambas guerras son
muy reales y pueden ser muy destructivas.
Lo que pretende
hacer Chávez en materia comercial tendrá consecuencias
regionales, no sólo para Colombia y Venezuela sino también
para los países de la región. Mal cálculo hace la señora
Kirchner si cree que tras adoptar la conducta serena que
adoptó en Quito puede arrebatar la apuesta y lucrarse
alegremente con las desdichas colombianas y con las promesas
compradoras de Hugo Chávez.
Pésimo
economista, Chávez cree que puede sustituir las
importaciones colombianas por importaciones argentinas. El
dictador venezolano puede hacer discursos de tres horas pero
no puede hacer nada contra la geografía. Su plan supone
jugar con los precios de los productos alimenticios. El va
a descubrir que ello puede ser explosivo. La bronca social
ya es inmensa en Venezuela. Echarle gasolina a eso podría
costarle el puesto.
Caracas es el
segundo socio comercial de Colombia, después de Estados
Unidos. En 2008, importó bienes de Colombia por un valor de
6.100 millones de dólares. La mayoría eran productos
alimenticios. Chávez amenaza con adquirir esos bienes en
Argentina y Brasil. Ha dicho que anulará un acuerdo para la
compra de diez mil vehículos fabricados en Colombia y que
Argentina se los venderá.
Chávez
suspendió la exportación de gasolina a Colombia y pretende
abolir también los acuerdos gasíferos que existen con
Colombia. En 2008, Venezuela compró a Bogotá 50 millones de
pies cúbicos de gas natural diarios. En condiciones
normales, éstos subirán a 150 millones de pies cúbicos
diarios en 2009 y 2010 y bajarán en 2011 a 100 millones de
pies cúbicos. Se supone que Venezuela revertirá el flujo del
ducto y suministrará a Colombia 137 millones de pies cúbicos
al día a partir de 2012. Eso es lo que dice el contrato
vigente hasta 2027. Chávez amenaza con echar a tierra ese
pacto si Colombia no se pone a sus pies.
Chávez está en
pleno delirio hitleriano. El ve a Colombia como Hitler veía
a Polonia y a Checoslovaquia en agosto de 1939. Hitler se
burlaba en esos días del presidente Franklin Delano
Roosevelt quien le pedía garantías contra las ambiciones
expansionistas alemanas. Claro, no hay dos situaciones
históricas idénticas, sin embargo, hay hoy signos parecidos
muy inquietantes. El déspota caribeño sigue una línea de
conducta y unos métodos análogos (rearme acelerado, régimen
interno policial, censura de prensa, política de alianzas
antioccidental y anti Israel, sometimiento de países
vecinos, como Ecuador, Bolivia y Nicaragua, represalias y
amenazas brutales contra los países recalcitrantes, como
Colombia, Perú y Honduras, propaganda y falsas noticias
contra éstos últimos, y contra la oposición de los países
sometidos, etc.). Chávez muestra unas ambiciones y unas
exigencias que podrían resultar en una catástrofe. ¿Lo que
hicieron los aliados Hitler y Stalin el 1 de septiembre de
1939, al precipitar el mundo a una guerra mundial, inspira a
un cierto aprendiz de brujo?
En ese contexto
turbio se están discutiendo los acuerdos entre Colombia y
Estados Unidos sobre las bases militares de Colombia. Por
fuerza mayor, Colombia no puede equivocarse al respecto. En
lugar de aplazar esos acuerdos o de llegar a acuerdos
insípidos y sin alcance operativo, como quiere la oposición
pro chavista, Colombia debe obtener verdaderas garantías de
Washington en caso de una agresión externa. El marco
original de tales negociaciones, de lucha contra el tráfico
de drogas y contra el terrorismo, correcto en sí, podría
quedar desfasado por la aceleración de los eventos y por
los desafíos cada vez mayores que está planteándole a
Colombia la dictadura chavista.
En una reciente
entrevista[i],
dos ex presidentes colombianos tomaron la palabra acerca de
las negociaciones Bogotá-Washington. Ernesto Samper pidió
aplazarlas. César Gaviria estimó que Colombia “no tiene por
qué suplir todas las necesidades militares de los
norteamericanos”. Esos dos enfoques son absurdos. En vista
de lo que ocurre con Chávez, es evidente que lo que se
sopesa en esas negociaciones no son únicamente las
“necesidades militares norteamericanas”, sino sobre todo las
necesidades militares colombianas. Es dramático que dos ex
presidentes colombianos aprecien la situación de su país en
forma tan deficiente.
César Gaviria
estima, por otra parte, que ante las amenazas bélicas de
Hugo Chávez, “no puede haber opciones militares”. Gaviria
cree que “sería impensable que eso ocurriera”. Lo mismo
decía en 1939 el señor Chamberlain quien creyó que lograría
parar las ambiciones del Tercer Reich con un papel firmado
por Hitler. Colombia no teme nada del hermano pueblo
venezolano. Todo lo contrario, la solidaridad entre los
pueblos colombiano y venezolano debe ser afirmada cada día.
El problema es la naturaleza del régimen que Chávez ha
construido. Este excluye y reprime al pueblo. Este ha
expropiado al pueblo de su capacidad de decisión. Mientras
el régimen facho-castristas de Hugo Chávez exista el peligro
de una agresión militar contra Colombia existe. Eso no es
“impensable”. Esa situación no sólo es posible, sino
probable. Decir que eso es “impensable” equivale a bajar
la guardia y entregarse al agresor.
La guerra de
Chávez contra Colombia ya comenzó. Negar esa evidencia es
facilitar el trabajo de quienes quieren sojuzgar a Colombia.
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1.
Ver la entrevista de Cecilia Orozco Tascón intitulada “Colombia,
en la mira de Suramérica”,
El
Espectador,
Bogotá,
2 de
agosto de 2009