Chávez
perdió el
pleito de
las bases
Eduardo
Mackenzie
domingo, 9
agosto
2009
|
Los aparatos políticos de la
desestabilización en Colombia han sido llamados por el
régimen de Caracas a la movilización general.
Su tarea prioritaria: impedir la firma de los acuerdos entre
Bogotá y Washington sobre presencia de tropas
norteamericanas en bases militares de Colombia. Ante la
dificultad de impedir tal firma, Caracas trata por todos los
medios de negociar, al menos, a través de terceros, una
reducción del alcance de esos acuerdos. Para eso el régimen
venezolano utiliza al partido izquierdista colombiano Polo
Democrático y a los amigos que aún le quedan, como el ex
presidente Ernesto Samper (1994-1998), en las altas esferas
de la clase política colombiana.
Las maniobras del palacio de Miraflores contra esos acuerdos
tienen un cierto tufillo de desespero. El presidente Hugo
Chávez se siente realmente desestabilizado por el refuerzo
de la presencia de militares norteamericanos en Colombia. El
jefe de Estado venezolano no ahorra esfuerzo alguno en estos
días para tratar de frenar o de desviar esa dinámica. Chávez
se moviliza, amenaza, gesticula, intriga y exige, además,
que sus seguidores en Colombia y en otros países hagan otro
tanto. Desde su bunker medicalizado en La Habana, Fidel
Castro respondió a su llamado y estimó que el pacto
colombo-americano es “una amenaza para Venezuela y para toda
la región”.
La apertura de siete bases militares colombianas a las
tropas norteamericanas, lo que no es lo mismo que la
creación de siete bases norteamericanas en Colombia, como la
propaganda “bolivariana” trata de hacer creer, es algo que
ni Caracas ni sus aliados del Foro de Sao Paulo habían
previsto. Caracas se da cuenta hoy, un poco tardíamente, de
que al ordenarle al presidente ecuatoriano Rafael Correa
cerrar la base de Manta y al cesar, Venezuela y Ecuador,
toda colaboración con los Estados Unidos en la lucha contra
el tráfico de drogas, el chavismo cometió un error
mayúsculo, pues aumentó las posibilidades de Estados Unidos
y de Colombia de encontrar una solución de recambio a esos
dos importantes tropiezos.
Los nuevos acuerdos militares entre Bogotá y Washington
tienen por marco la lucha contra el narcotráfico y las
organizaciones terroristas. Son también el resultado
necesario del rearme desproporcionado de Venezuela y de las
reiteradas amenazas bélicas y políticas que el mandatario
venezolano lanza con mucha frecuencia contra Colombia, sin
hablar del apoyo, cada vez más evidente, que Caracas le
presta a los movimientos terroristas colombianos Farc y Eln.
En otras palabras, Hugo Chávez está cosechando los frutos
amargos de su política exterior pendenciera y provocadora.
Nunca Colombia se había visto en una situación geopolítica
como la actual. Una potencia petrolera mundial vecina, a
pesar de los lazos históricos que unen a las dos naciones,
utiliza todo su potencial económico, financiero y militar
para tratar de derribar el gobierno colombiano,
democráticamente elegido, y alterar la continuidad de su
tradición liberal y civilista. Todo ello mediante el fomento
visible de una guerrilla comunista degenerada y el auspicio
de oposiciones pseudo legales y extremistas dentro del país.
Esa potencia petrolera intenta, por otra parte, cercar a
Colombia por el sur, el oriente y el norte, con regímenes
agresivos y liberticidas, dirigidos con gran desfachatez por
los regímenes “revolucionarios” de Cuba y Venezuela.
La respuesta del Estado y de la nación colombiana a esos
graves desafíos es conocido de todos: la elección y la
reelección de un presidente de mano firme contra la
subversión armada y un respaldo popular casi unánime y
durable a una política de defensa y seguridad nacional que
incluye ahora la renovación de los acuerdos militares
tradicionales entre Colombia y los Estados Unidos.
Hugo Chávez ha debido pensar en eso antes de emprender su
larga campaña que lleva más de una década de humillaciones y
amenazas militares, comerciales y diplomáticas contra
Colombia, sobre todo desde que dispuso de aviones rusos de
combate. El está cosechando lo que ha sembrado.
La aprobación de Bogotá de un refuerzo de la presencia
militar norteamericana en Colombia ocurre precisamente en
una coyuntura dramática para el régimen “bolivariano”. El
fracaso de la aventura golpista en Honduras, y la caída de
Zelaya, no sólo dejó a Caracas sin un peón esencial que iba
a reforzar sus planes en Centroamérica sino que sirvió para
abrirle los ojos a los demás pueblos del continente sobre
los métodos siniestros que son capaces de utilizar contra
las sociedades democráticas el tándem Castro-Chávez.
Durante dos semanas el presidente de Venezuela apeló a los
más histéricos anuncios para tratar de parar o entrabar las
negociaciones Bogotá-Washington. Ordenó “congelar”, de
nuevo, las relaciones diplomáticas con Colombia y retiró a
su embajador en Bogotá. Telesur hizo creer a la prensa
europea que las negociaciones de Bogotá y Washington habían
creado una “crisis regional”.
Colombia, sin embargo, conservó la sangre fría. El
presidente Uribe en lugar de echar marcha atrás, propuso,
por el contrario, explicar personalmente a cada presidente
latinoamericano (salvo a aquellos que habían roto relaciones
diplomáticas con Colombia), en una rápida gira, los alcances
del acuerdo con Estados Unidos.
En ese momento, el jefe de Estado venezolano ya había
mostrado el garrote económico con el que esperaba doblegar,
por fin, la resistencia de los colombianos: decidió la
cancelación de la importación de 10.000 vehículos
colombianos y advirtió que ello obedecía a los “roces
diplomáticos entre ambos países”, generados por el acuerdo
militar entre Estados Unidos y Colombia.
Pero ni los industriales colombianos, ni el país en general,
entraron en colapso nervioso, a pesar de que semejante
muestra de barbarie económica, digna de los peores regímenes
totalitarios del mundo, causará, ciertamente, enormes
dificultades al sector automotriz colombiano y venezolano.
Finalmente, la gira de Álvaro Uribe fue exitosa. Ella
demostró que la tal “crisis regional” era un globo
desinflado. Ninguno de los presidentes latinoamericanos que
Uribe entrevistó, ni siquiera el exaltado Evo Morales, ni la
irascible señora Kirchner, repitieron las promesas
incendiarias y guerreristas del ogro de Caracas contra el
acto de soberanía de Colombia. Luis Inacio Lula da Silva, en
quien Chávez fundaba sus mayores esperanzas, tampoco se
atrevió a sacar el disco rayado de la “amenaza imperialista
que quiere devorar a Suramérica”. Por el contrario, el
presidente colombiano logró de su émulo brasileño una
actitud de respeto hacia el acuerdo sobre las bases
militares colombianas.
Tras el encuentro de Uribe y Lula, Celso Amorim, el
canciller brasileño, señaló que cualquiera que sea el
acuerdo del gobierno de Uribe con la administración de
Barack Obama, "es una materia naturalmente de soberanía de
Colombia". Si bien Brasilia le pidió “transparencia” a
Uribe, el gobierno de Brasil acudió a la doctrina de la
"soberanía nacional" para rechazar inmiscuirse en la
decisión de Bogotá.
Antes de ese desenlace favorable a Colombia, Hugo Chávez
trató de incluir en sus planes a Barack Obama. Creyó que
podría hacerle sufrir al nuevo presidente de Estados Unidos
la conocida farsa de la reverencia-intimidación. El 5 de
agosto, en efecto, Chávez le suplicó al jefe de la
civilización que él más aborrece, que no amplíe la presencia
norteamericana en Colombia. Amenazante, subrayó que esas
bases “podrían ser el comienzo de una guerra en América del
Sur”. Y ante los reporteros deslizó, como para que en
Washington no quedasen dudas: “Estamos hablando de los
Yanquis, la nación más agresiva de la historia de la
humanidad”.
Barack Obama le respondió fríamente el 7 de agosto. Dijo que
su Gobierno no tiene intención de establecer bases militares
en Colombia, y que el acuerdo que negocia con Bogotá es para
“mejorar los lazos de la cooperación”. Obama explicó que se
trata de una actualización del acuerdo de cooperación
militar que tienen ambos países, y reiteró que en Estados
Unidos "no tenemos ninguna intención de establecer una base
militar estadounidense en Colombia". "No he autorizado una
base militar estadounidense en Colombia, no me lo han
pedido", insistió. "No tenemos intención de enviar un gran
número de tropas adicionales a Colombia", concluyó.
Al ver que no había sido secundado por Obama ni por los
otros presidentes latinoamericanos, Hugo Chávez echó marcha
atrás y despachó de nuevo a Bogotá a su embajador. Sería un
error tomar ese gesto como un signo de apaciguamiento. La
ofensiva chavista para desacreditar y malograr el pacto y el
gobierno de Álvaro Uribe ya comenzó y continuará.
El aparato de propaganda del Foro de Sao Paulo apeló al
viejo truco de la arqueología comunista de trasmutar el bien
en mal, y el mal en bien. Ejemplo: decir que el pacto
Bogotá-Washington equivale a una “entrega de la soberanía”,
y a un gesto de “dependencia ante los Estados Unidos”.
Enseguida, los grupúsculos chavistas en Bogotá y otras
capitales latinoamericanas armaron operaciones de “agitación
y propaganda”. Y comenzó así la nueva movilización
“antiimperialista” la cual será, como siempre, de carácter
combinado.
Carlos Gaviria, el gran manitú del Polo Democrático, fue el
primero en tomar un micrófono para repetir los insultos de
Caracas. Dijo que “Colombia es un país súbdito de Estados
Unidos” y que el gobierno de Uribe “está entregando la
soberanía”.
El senador Jaime Dussán, otro cacique del PD, partió tan
rápidamente en cruzada que se equivocó. El 4 de agosto dijo
a la prensa que le pedirá al presidente Uribe que “descarte
definitivamente la posibilidad de la presencia de bases
militares en Colombia” (sic). Jaime Dussán se refería quizás
a la presencia militar norteamericana en bases colombianas.
El lapsus cometido ante los periodistas (ver El Espectador,
“Polo busca mediación con Chávez y Correa”, 4 de agosto de
2009) revela el deseo profundo de Dussán: que en Colombia no
hayan bases militares de ningún género, ni norteamericanas
ni colombianas, pues para su secta marxista lo mejor es una
Colombia desnuda ante los modernos tanques, misiles y
aviones rusos adquiridos por la fracasada pero bien armada
revolución “bolivariana”. Dussán anunció viajes de jefes del
Polo a Caracas y a Quito para preparar acciones
internacionales contra su propio país. Otra eminencia del
PD, el ex guerrillero y senador Gustavo Petro, reiteró que
esos acuerdos, en su opinión, “aislarán a Colombia de
América Latina”.
Quienes se están aislando del mundo son los señores del
Polo, pues las mayorías colombianas, según numerosos sondeos
de opinión, dicen estar de acuerdo con el gobierno de Álvaro
Uribe, con el acuerdo sobre las bases y con la gira
emprendida por el jefe de Estado colombiano por
Latinoamérica.
Ante cada coyuntura delicada que vive Colombia en el espacio
internacional el Polo Democrático se alinea servilmente con
las posiciones de los dictadores.
La nueva movilización mamerta incluye no sólo discursos. En
sincronía perfecta con la agitación política, sobrevino el
ataque armado contra una propiedad de la multinacional
Cartón de Colombia. Hombres armados llegaron a una localidad
cerca de Popayán, en el departamento del Cauca, y
destruyeron bosques y maquinaria que daba trabajo a 200
personas. Ese acto terrorista mostró que la campaña contra
el tratado con Estados Unidos tiene y tendrá aristas en los
que las Farc harán de las suyas directamente.
Después, entró en escena el espectáculo archiconocido de las
“mediaciones” espontáneas y de los viajes “salvadores”.
El ex presidente Ernesto Samper creyó indispensable ir en
peregrinaje a Caracas. De su encuentro con Chávez se sabe
poco. Horas después, Chávez recibió a Piedad Córdoba y
cambió de táctica. Ordenó el retorno a Bogotá de su
embajador y empezó a hablar de “desuribizar el diálogo con
Colombia”. Pidió que la ex canciller colombiana María Emma
Mejía fuera a Caracas a servir de “mediadora” e invitó a
alcaldes y gobernadores colombianos de la región fronteriza
a iniciar conversaciones con él acerca de las tensiones
entre los dos países.
Esa insidiosa táctica es conocida. En 2003, Chávez quiso
quitarle al presidente Uribe el tema de la liberación de
Ingrid Betancourt y para eso realizó contactos directos con
el gobierno francés. En agosto de 2009, Chávez reforzó su
intento de apoderarse del asunto de los rehenes con el
pretexto de adelantar una gestión “mediadora”. Su fracaso
fue espectacular. Ahora retoma el mismo método, con la ayuda
de Córdoba y Samper. Empero, Mejía rechazó jugar ese papel y
le recordó que quien dirige las relaciones exteriores de
Colombia es el presidente Uribe y su canciller. El
presidente Uribe salió al paso del intento chavista y
desautorizó en un comunicado todo gesto en ese sentido. “La
Constitución Nacional es expresa: las relaciones exteriores
son de exclusiva competencia del Presidente de la República
y el canciller y por tanto, ningún funcionario de nivel
nacional, departamental, municipal o local podrá adelantar
gestión que viole este precepto constitucional.”
Desgastada hasta el hueso por su discurso pro Farc y su
servilismo ante el régimen chavista, la senadora Córdoba
hace llamados alarmistas. Pretende que el “conflicto”
colombiano (un concepto de las Farc) “inundará a toda
Sudamérica” y que por eso el cascarón vacío de Unasur debe
discutir los nuevos acuerdos Bogotá–Washington. Su idea es
infiltrar esas discusiones y transformar las bases militares
colombianas con presencia norteamericana en “bases de paz”.
Hay que impedir esa injerencia. Ya se sabe lo que hacen los
mamertos cuando hablan de “paz”.
* |
Periodista
y escritor. Autor de "El enigma IB" (sobre el caso
Ingrid Betancourt), publicado en
diciembre de 2008 (Random House Mondadori, Bogota).
Tambien es autor de "Las Farc, fracaso de un
terrorismo", (Random House Mondadori, Bogota).
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