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El Che de Benicio
Eduardo Mackenzie
domingo, 8 febrero 2009

 


Tal vez la falla más visible del filme interminable de Steven Soderbergh es su obsesión pedagógica. Todo en éste es hecho para presentar unos hechos y esconder otros, para hacer la apología de una aventura liberticida, para mostrar la violencia castrista como una forma de heroismo. Soderbergh sirve con soberbia el plato agrio de la lucha armada como único recurso de los “oprimidos” contra los “opresores”. Nos dice que el asalto al poder del movimiento 26 de julio fue un progreso inmenso para el pueblo cubano.

Todo eso es consternante, pero peligrosamente soluble: miles de jóvenes latinoamericanos verán esa película como une verdadera revelación. Nada peor que los ojos vírgenes que algunos quieren cegar. Por fortuna en ese filme vemos al Che decir: “Luchábamos por la libertad”. Esa frase permite revertirle el Che sus palinodias. Es cierto. Los guerrilleros de la Sierra Maestra creían firmemente en la libertad. Como lo creían también los del movimiento 13 de marzo (de Chomón y Cubela), los del Directorio Revolucionario (de José Antonio Echeverría) y los otros grupos revolucionarios que luchaban, todos, contra Batista y para reinstaurar un gobierno democrático. Sin embargo, esa lucha de todos, acaparada por el hábil y pragmático Fidel Castro, desembocó en otra dictadura aún peor y en la destrucción de una de las economías más florecientes de la América Latina. Cuando triunfa la revolución, el nivel de vida de Cuba era uno de los mejores del continente y del mundo. El ingreso nacional bruto llegaba a los 2 800 millones de dólares anuales, el consumo de electricidad era de 800 kwh por habitante, el salario de un obrero agrícola era el más alto de América Latina, la tasa de mortalidad era una de las más bajas del continente. Hoy Cuba sólo es superado en miseria por Haití.

La gesta de Fidel Castro y de sus tenientes, uno de los cuales era el Che, no fue un triunfo de la libertad. Fue el tránsito sangriento de una dictadura a otra. De una dictadura corrompida y engreída, pero relativamente débil, que no supo organizar su propia defensa, a otra mucho más violenta y predadora, que importó e impuso, contra el querer de las mayorías, los detestables métodos del totalitarismo soviético.

¿Cómo esa lucha de los cubanos por la libertad se convirtió en su contrario, en la creación de una tiranía peor que la de Batista? ¿En un régimen totalitario extremista que llegó a poner al mundo entero al borde del cataclismo nuclear? Ni Soderbergh ni Benicio del Toro (coproductor del filme) están dispuestos a explicar nada al respecto. La pesadilla de 50 años que viven los cubanos y que promete culminar en un nuevo baño de sangre en caso de que la población se alce, es para Soderbergh un asunto secundario.

Soderbergh ha montado su obra como una pieza de propaganda que intenta soplar sobre las brazas de una utopía que se creía extinguida. La lucha armada ha fracasado en todo el hemisferio occidental. Empero, Soderbergh y su clique, los Sean Penn y los Oliver Stone, gente riquísima y coléricos alcahuetas del castrismo, pretenden hacer pasar la barbarie guevarista como una gesta encomiable para ofuscar las mentalidades de los jóvenes, sobre todo en Estados Unidos y Latinoamérica. Su meta: invitarlas a caer en aventuras similares o peores que las emprendidas por el pretendido héroe ultimado en Vallegrande.

La prensa bien pensante asegura que el filme de Soderbergh es “ultradocumentado e históricamente riguroso”, que los guionistas tuvieron que entrevistar a “decenas de testigos” que conocieron al Che. Aseguran que La Habana les abrió archivos “confidenciales”. Sin embargo, lo que muestra el film es la versión archi usada que exporta Fidel Castro. “Después de ver las cuatro horas de proyección (...) se sabe tanto sobre el Che como si el cineasta hubiera filmado una estatua en plano fijo”, estimó, con razón, un periodista del diario parisino Libération.

El filme sugiere que Guevara se formó políticamente en México. En realidad, en 1953, Guevara era ya un estalinista cuando llega a Costa Rica. En Guatemala, después, al lado de la peruana Hilda Gadea, su primera esposa, él completará sus estudios leninistas. Jean Contenté, un francés que había participado en la Resistencia durante la Ocupación alemana de Francia y luchado, en 1948, con el Irgun de Menahem Begin en Israel, conoció y auxilió a Guevara, primero en San José y luego en Guatemala. Este, a cambio de lo que aprendió de él sobre los rudimentos de la acción armada, le dió a Contenté el apelativo de “hermano”. El francés hacía parte de la Legión Caribe, una organización armada revolucionaria aunque no marxista. Después de cuatro años de servicio a la revolución cubana, Contenté cae en desgracia. El Che lo salva in extremis del paredón pues Raúl Castro, protector del comunismo, estaba dispuesto a enviarlo al otro mundo. Raúl arresta también al general Ramírez, un jefe de la Legión Caribe, como “enemigo de la revolución”.

Lejos de ser una versión “históricamente rigurosa”, como dice cierta prensa, el filme muestra un Che de opereta, impartiendo casi todos los días una clase de marxismo rudimentario a los reclutas de la Sierra Maestra (el leve acento norteamericano de Benicio del Toro es perceptible, a pesar de los esfuerzos de los técnicos para evitarlo y de los trucos sonoros del realizador). En la segunda parte del filme, los capítulos centrales de la aventura guevarista son escamoteados alegremente. ¿Los cientos de fusilamientos que el Che dirigió en el cuartel de La Cabaña, que le valieron el apodo de “carnicerito”? Esfumados. ¿La destrucción del capitalismo cubano, durante su paso por varios ministerios, y los resultados catastróficos de eso para las mayorías cubanas? Ignorado. ¿La crisis de los misiles y el riesgo de un holocausto atómico, propiciado en 1962 por el fanatismo de un Fidel Castro, que recomienda a Khrushchev, con el apoyo del Che, “golpear primero” a los Estados Unidos en una guerra nuclear? Desaparecida. ¿Los roces ulteriores del Che con Fidel Castro y con la dirigencia soviética? Disimulados. De esto último se ve apenas una fina hilacha durante el episodio con Mario Monje: cuando número uno del partido comunista boliviano rehúsa ponerse al servicio de él y de su nueva aventura.

El Che repetirá en Bolivia casi los mismos errores que llevó al colapso su expedición en el Congo: no entiende la mentalidad de los locales, no conoce la lengua de la población más pobre, no se preocupa por la geografía ni por el clima, y no logra crear una mística. En Bolivia, el Che comete un error adicional: sus hombres atacan una columna del ejército meses antes de lo previsto y la cacería de los insurgentes comienza sin que éstos conozcan siquiera el terreno. El Ňancahuazú semi desértico, escogido por el Ché contra el consejo de Régis Debray de instalar la guerrilla en el Alto Beni, más poblado, fue una pésima decisión. El Che esperaba construir una escuela de guerrillas y terrorismo en Bolivia, no un ejército para llevar sus hombres hasta La Paz. Su objetivo era “liberar” Argentina algún día y diseminar, antes, sus columnas “invencibles” sobre los otros cuatro países limítrofes: Perú, Brasil, Paraguay y Chile. Concebido desde su refugio clandestino de cuatro meses en Praga, y preparado a las carreras, el proyecto boliviano fracasa y le cuesta la vida a su gestor. El filme tiene al menos un mérito: muestra cómo el Che no supo proteger su guerrilla, ni arrastrar a la misma a los comunistas, ni obtener complicidades y ayuda de otros grupos. El Che pensó probablemente que el Estado y el pueblo boliviano serían una presa fácil. Error. El Estado y el pueblo se volvieron contra él. El pacto campesino-militar firmado entre las fuerzas armadas y las organizaciones campesinas oficiales, en noviembre de 1966, complicó las cosas de los rebeldes. Sin embargo, ese error lo siguen cometiendo los guevaristas de hoy. Calculan que Bolivia dejará imponerse un régimen liberticida y anticapitalista, bajo la tutela del poder militar venezolano. El rechazo de los bolivianos a las pretensiones de un Evo Morales y del presidente Hugo Chávez, muestran que la resistencia boliviana continúa y que con ese país no se juega, o se juega pero se corren riesgos grandes.

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Periodista y escritor. Ultima obra publicada: “Las Farc, fracaso de un terrorismo” (Ediciones Random House Mondadori/Debates, Bogotá, 2007)

 


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