Chávez lanza sus amenazas y observa. Vocifera
y fustiga la imaginaria “locura
guerrerista de la élite que gobierna Colombia"
y, al mismo tiempo, escruta a los dirigentes y a la
ciudadanía “neogranadinas”, como dicen en Caracas. Chávez
observa el impacto que tienen sus horribles gritos entre sus
vecinos. El crea esa crisis pues el momento propicio.
Estamos en el umbral de una campaña presidencial que va a
ser decisiva y no sólo para los colombianos. Para el régimen
chavista las elecciones de 2010 son terriblemente
importantes. Hugo Chávez, entonces, en medio de un pantano
del que no sabe cómo salir, anda con cien ojos para ver qué
hacen y qué dicen los colombianos en esta nueva coyuntura
grave, de suspensión de relaciones diplomáticas y de brutal
perturbación unilateral del comercio binacional, que él
mismo ha disparado.
El hombre escucha detrás de la puerta lo que
discuten, en público y en privado, los miembros del
gobierno colombiano, los políticos, los empresarios, los
editorialistas, los sindicalistas, el clero. Quiere saber
cuánto saben ellos y cómo analizan y cómo tratan ellos esta
nueva fase de insultos y brutales intimidaciones. Qué mejor
momento, dice él, para sentir el pulso de un país
indescifrable, obcecado y tenaz, que le lleva la contraria
al gran jefe de la revolución “bonita”, y que no comprende
todavía que el bolivarismo, a pesar de su bancarrota
espectacular, le prepara al mundo un paraíso con ríos de
leche y miel.
Ponerle una enorme mordaza a Colombia es la
consigna. La provocación es el método. Los agentes chavistas
y la inefable Telesur se activan. Ellos están escudriñando
incluso a sus propios amigos, a la secta polista, a los
secuaces de las Farc y a los senadores de la antipatria que
en otras ocasiones callaron o rompieron el espíritu de
unidad nacional que emergía ante la crisis con el vecino
pendenciero. Esta vez hay que sembrar la cizaña más
profundamente.
Crucial para el Alba y para el Foro de Sao
Paulo es saber quien está maduro en Colombia para recibir,
sin vomitar, el apoyo financiero de Caracas para la batalla
electoral que se prepara. Decisivo es para ellos ampliar el
número de sus militantes en el Senado y en la Cámara de
Representantes colombiana, sin dejar de lado una mejora de
la situación en los niveles inferiores del poder regional y
municipal colombiano.
Los candidatos a esa piñata siniestra están
entre quienes siembran la discordia y se atreven a
aconsejarle al presidente Álvaro Uribe que deje pasar las
cosas en silencio, que no denuncie el rearme ni las
atrocidades de las Farc y que calle la complicidad del poder
venezolano en todo ello. Algunos ya han dado la tónica. ¿No
dijo el otro día una conocida senadora ultra que “la cosa es
con diplomacia y no con declaraciones”? La orden de Caracas
es que el asunto de los lanzacohetes sea archivado sin
tardar, pues los suecos están pidiendo explicaciones y la
imagen de Chávez se ha deteriorando aún más por ese nuevo
escándalo.
Nadie puede ignorar que este asunto de los AT-4
podría ocultar otro hecho: la presencia de militares
venezolanos en las filas de las Farc. Pues el traspaso a las
fuerzas narco-terroristas de esas armas sofisticadas no
podría hacerse sin instructores y asesores bien entrenados.
Pero no sólo estamos ante un plan mordaza. Lo
que busca Chávez es peor: el quiere arrebatarle a Colombia
su soberanía nacional. “Venezuela
considera que el acuerdo militar que negocian EE.UU. y
Colombia debería ser tratado en la Organización de Estados
Americanos (OEA), entre otras instancias internacionales”,
dijo el embajador venezolano. Gustavo Márquez propone,
además, que Unasur, una creatura de Hugo Chávez donde está
excluida la presencia de Estados Unidos, decida el tema del
acuerdo militar con Estados Unidos. Otros van a pedir que
ese acuerdo sea revisado también por el Consejo
Sudamericano de Defensa, un engendro Lulo-chavista, creado
en diciembre de 2008. Si Colombia no puede negociar
de manera independiente y sin interferencias grotescas un
acuerdo militar con Estados Unidos, sino que tiene que pasar
por las hordas caudinas de los aparatos chavistas, y por
instancias dirigidas por servidores del chavismo, como es la
oficina que dirige José Miguel Insulza, Colombia habrá
entregado a Caracas el control de su política interior y
exterior.
Antes de exigir tales necedades, Hugo Chávez
debería explicar por qué no pidió lo mismo cuando el
presidente Luis Inacio Lula da Silva negoció, sin la menor
injerencia de la OEA, ni de Unasur, un acuerdo militar
estratégico con Francia, en diciembre de 2008. Este, sin
embargo, incluye compras de armamentos a París por cerca de
nueve billones de euros, la adquisición de cuatro submarinos
de ataque Scorpène, y otro de propulsión nuclear, sin
olvidar el punto de la construcción en Brasil de una fábrica
de helicópteros militares EC-725.
El jefe de la revolución “bolivariana” debe
saber, por otra parte, que Colombia no puso el grito en el
cielo cuando Venezuela estableció con la Rusia de Putin-Medvedev
una inquietante alianza estratégica que incluye la
adquisición de armamento por valor de 4,5 mil millones de
dólares, la llegada a Caracas de aviones de combate rusos de
última generación y hasta la producción de fusiles rusos en
suelo venezolano. Bogotá tampoco se inmutó cuando el
presidente Chávez invitó a Moscú a hacer maniobras militares
en el mar Caribe. Chávez vocifera y se dice partidario de
la “independencia” de Latinoamérica. Empero, con el mayor
cinismo, él le abre las puertas del continente a los
intereses rusos y al fundamentalismo iraní.
Lo que está
quedando claro de esta nueva ofensiva anti colombiana de
Hugo Chávez es que la negociación entre Bogotá y Washington
sobre la presencia de Estados Unidos en algunas bases
colombianas, para luchar contra el narcotráfico y el
terrorismo, es algo de importancia capital para la
estabilidad y la prosperidad de Colombia. Álvaro Uribe y su
equipo deberán llevar a término, en la más grande autonomía
y sin las interferencias que tratan de ponerle los enemigos
de la libertad, esa negociación. Y
cuidarse mucho de la propuesta que consiste en introducir a
Brasil
en este asunto, en calidad de mediador entre Bogotá y
Caracas, pues Brasilia, en vista de sus enormes intereses,
está lejos de poder ser neutral en el juego complicado de
poderes del continente.
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Periodista
y escritor. Autor de "El enigma IB" (sobre el caso
Ingrid Betancourt), publicado en
diciembre de 2008 (Random House Mondadori, Bogota).
Tambien es autor de "Las Farc, fracaso de un
terrorismo", (Random House Mondadori, Bogota).
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