¿Que
significa el hecho de que Timoleón Jiménez haya sido
escogido por las Farc para anunciar que el sucesor de Manuel
Marulanda es Alfonso Cano ? ¿Hay en esa aparición del
terrible Timochenko un signo que debe ser descifrado?
Los
interrogantes son numerosos pues nada es claro en ese
discurso violento, amenazante, falsamente emotivo, en el que
el alias Jiménez afirma que “la humanidad no tiene
antecedentes de un lider de las condiciones de Manuel
Marulanda Vélez” y que éste murió de un infarto y “en brazos
de su compañera”, el 26 de marzo de 2008.
En la época
del stalinismo triunfante, los jefes comunistas (aquellos
que no eran liquidados por sus propios camaradas en los
sótanos de la Lubianka, en el Goulag o en aviones en pleno
vuelo), eran mostrados como héroes inmensos, como“padres de
los pueblos”, como “grandes timoneles", “conducatores” y
“comandantes en jefe”. La Historia, que nunca fue tierna con
los tiranos, los recuerda en cambio como lo que eran,
infelices mortales perfectamente inútiles que dejaron tras
de ellos inmensos océanos de sangre.
El elogio que
hizo Timochenko de Pedro Antonio Marín, en el que la
historia de su propio movimiento y de su país es falsificada
sin verguenza, corresponde a esa misma psicología, a ese
mismo cinismo, a esa necesidad patológica de ensalzar a un
monstruo que tantas tragedias sembró en Colombia. Pero la
época es otra. El comunismo ha fracasado en los cinco
continentes.
Ese discurso
es, sin embargo, un residuo de una época terrible. Es un
vestigio de nuestro pasado cercano, en el que los fundadores
de las Farc (y Tirofijo no fue uno de ellos, pues el llegó
después como un recluta especialmente feroz) le impusieron
al país la falsa creencia de que la justicia social sólo
podía ser alcanzada mediante la violencia impartida por una
minoría de chacales bien organizada y decidida.
Colombia
terminó por ver lo que esa ideología podía hacer con los
seres humanos. Las masacres, los secuestros, las
destrucciones, la miseria, es decir, la tarea diaria de las
Farc, es lo que Timochenko le promete de nuevo al país
cuando anuncia que su banda continuará “la confrontación”.
Sin embargo, las gesticulaciones de Timochenko no fecundarán
el futuro de Colombia. Sus palabras resuenan como una
escoria bestial del pasado, como una pesadilla que nadie
quiere que se prolonge un día más.
Timochenko
asegura que Alfonso Cano es el nuevo jefe de las Farc. El
habla de “unanimidad” en esa escogencia, pero la duda se
impone. La forma que él escoge para decir eso sorprende:
“Acordamos unánimemente que a la cabeza del secretariado y
como nuevo comandante del estado mayor central esté el
camarada Alfonso Cano”. Ese “acordamos” no se sabe de dónde
viene. El no dice si el secretariado se reunió. Mal podría
hacerlo: los miembros que quedan de ese cuerpo están
dispersos. Se sabe, por ejemplo, que entre el Bloque
Oriental, el más fuerte, y el Occidental, dirigido por
Alfonso Cano, y el Noroccidental, no hay puentes y que las
comunicaciones son pésimas. Todo el mundo tiene miedo de ser
escuchado, ubicado y bombardeado. Esa nominación no
convence. Parece más la expresión de la voluntad de un
sector sobre los otros, sobre los elementos de ese
archipiélago de grupos y columnas errantes que son las Farc
de hoy. ¿Ese “acordamos” de dónde viene? ¿De La Habana? ¿De
Caracas? Desde el episodio Fernando Serna[1],
en 2001, se sabe que Alfonso Cano tiene excelentes amigos en
Venezuela.
En la
aparición de Timochenko hay como un mensaje subliminal.
Timochenko, y no otro, es quien anuncia la llegada de
Alfonso Cano a la cúspide de las Farc. ¿Es ello casual? Nada
es casual en las Farc. Timochenko tiene fama de “duro”. Cano
tiene fama de “político”. ¿Un duro que introniza a su
contrario? El mensaje velado se dirige a aquellos que creen
saber que en la dirección de las Farc hay dos tendencias, la
de los “militaristas” y la de los “políticos”. Los jefes del
Polo Democrático y los artistas del semanario comunista
Voz, empeñados en mejorar la imagen de Alfonso Cano,
aseguran que tras la muerte de Tirofijo habrá una “lucha
interna” en las Farc, entre una línea “guerrerista” y una
“política”.
Estamos ante
el viejo truco bolchevique de la supuesta querella entre los
duros y los blandos “en el seno del comité central”. Ficción
siempre muy útil y que hace que la gente normal, en este
caso, crea que hay que ceder ante las iniciativas “de los
blandos” de las Farc para que su sector más brutal no
prevalesca.
La perorata
de Timochenko dice, entre líneas, eso pero con una variante:
que hay un sector “militarista” que apoya al sector
“político” y que en las Farc, al menos por ahora, hay
unidad. Que la línea de ambos es “el pensamiento” de
Tirofijo y que así el “gran jefe” sigue de alguna manera
vivo.
Ello hace
improbable que Alfonso Cano, un puro producto de la cultura
Juco (juventud comunista), estrene su nuevo cargo con un
acto de cordura, de generosidad, como sería poner en
libertad a los rehenes y secuestrados, o cediendo en cuanto
a la aspiración exorbitante de negociar un acuerdo
humanitario en una zona desmilitarizada en Pradera y
Florida, a sólo 33 kilómetros de Cali en línea recta, en
donde 112 000 personas y sus bienes quedarían a la merced de
los narco-guerrilleros.
Soltar a los
rehenes es una tentación en boga. Los actores socialo-comunistas
que hacen lobby ante la Unión Europea para que las Farc sean
retiradas de la lista de organizaciones terroristas,
necesitan munición para redoblar esa exigencia. Es lo que
ellos quieren que Cano haga, para avanzar hacia el
reconocimiento de las Farc como fuerza beligerante. No
obstante, tal movida agravaría los celos de quienes
aspiraban, como el Mono Jojoy, a reemplazar a Marulanda en
la jefatura máxima. Y como los asesinatos inter-farianos
están de moda, Cano se cuidará de dar un paso en falso.
Aún si tal
retiro es votado, el problema militar, el central de las
Farc en este momento, sigue intacto. ¿Cómo recuperar el
terreno perdido ante el empuje de las Fuerzas Militares?
¿Cómo parar la desmoralización de sus filas, cómo detener
las deserciones (lo de Karina es un caso más entre otros),
cómo desviar la acción de la seguridad democrática?
Alfonso Cano,
quien no comenzó en las Farc como un jefe de frente, como sí
lo hicieron otros miembros del secretariado, tampoco es un
hombre de diálogo, ni un ideólogo moderado. El comparte la
responsabilidad de los fracasos de las conversaciones en
Tlaxcala y en Caracas. La violencia guerrillera desatada en
esos meses de “diálogo de paz” arruinó esas iniciativas.
Cano fue uno de los que demolió, junto con Raúl Reyes, los
acuerdos de Los Pozos, luego de tres años de falso “diálogo”
en la zona desmilitarizada del Caguán. Cano hizo saber, en
abril de 2002, que la intención de las Farc era dividir en
dos a Colombia. Los colombianos le respondieron eligiendo un
mes después a Alvaro Uribe. Cano propuso entonces a Andrés
Pastrana, en junio de 2002, que le diera a las Farc el
Putumayo y el Caquetá (una superficie de 115 755 km²), pues
había que “compartir el poder”.
Hace ocho
años, Cano creó un organismo llamado “partido comunista
colombiano clandestino” (PCCC o PC3), un brazo adicional de
las Farc destinado a infiltrar el Estado y los sectores
claves de la sociedad civil, en particular las universidades
y los medios de comunicación e información. Inventó también
un “movimiento bolivariano”, organismo pretendidamente
“amplio” llamado a servir de vivero y de mampara al PC3. El
problema es que una parte de los pasos de esos instrumentos
podría haber quedado visible gracias al rescate de los
computadores de Raúl Reyes.
Guillermo
León Saenz Vargas, alias Alfonso Cano, soñó siempre con
apoderarse de la mitad sur de Colombia. Los ataques en los
departamentos del Cauca, Nariño, Putumayo y Huila
corresponden a ésa lógica. Sus hombres trataron de instalar
redes terroristas en Buenaventura, puerto sobre el océano
Pacífico, para controlar todo tipo de tráficos. Cano sueña
con hacer de Cali la capital de esa “Nueva Colombia” que las
Farc quisieran dominar. Cano arrastra una reciente condena
de prisión adicional por haber ordenado el fusilamiento de
40 guerrilleros tras un “consejo de guerra” por
“indisciplina”.
Ese es el
personaje que Yolanda Pulecio, la madre de Ingrid
Betancourt, llama hombre “cultivado y progresista” y que los
jefes del comité parisino de apoyo a IB toman por un
“moderado en el seno de la guerrilla”. Como el angelismo
nunca ha sido un buen argumento ante las Farc, el panorama
de los rehenes y secuestrados seguirá siendo incierto. Un
comunicado de las Farc, expedido tras el anuncio de
Timochenko, no permite pensar otra cosa. Alfonso Cano, dice
el texto, seguirá en la línea habitual sobre el acuerdo
humanitario y las otras “soluciones políticas”.
Por el
momento, en el Cañón de las Hermosas, al sur del Tolima, un
destacamento del ejército está buscando a Cano. Dicen que se
había escondido en el campamento de El Diamante. Sáenz, en
todo caso, está huyendo de los militares sin saber qué
suerte le reservan sus propios camaradas de la comandancia
de las Farc.
[1]
Fernando
Serna es un pistolero de las Farc que se entregó a las
autoridades. El confesó haber estado a punto de asesinar
al presidente Andrés Pastrana durante una visita del
presidente Hugo Chávez a Bogotá, en mayo de 2001. Serna
hacía parte del servicio de seguridad de Chávez, gracias
a las intrigas de Alfonso Cano en esa capital.
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Periodista
y escritor.
Ultima obra publicada: “Las Farc, fracaso de un
terrorismo” (Ediciones Random House Mondadori/Debates,
Bogotá, 2007) |