¿Por
qué ese turbio ambiente, ese
malestar que envuelve, como un gris fantasma, la invitación
que hacen algunos a participar en una manifestación el 6 de
marzo en Colombia? Porque se trata de una invitación rara,
enmascarada: no se sabe quien la convoca realmente, ni
cuales son sus alcances ni motivaciones.
Después de
haber calificado de “fascistas” y de “paramilitares” a los
doce millones de ciudadanos que, en Colombia y en numerosos
países, desfilaron el 4 de febrero contra las Farc, los
convocantes de la nueva marcha, sin saber qué ropajes
utilizar para no asustar a la gente, apelan al truco de la
lista de las buenas intenciones. La marcha será, nos dicen,
“por la vida, por la paz y por la democracia”. Magnífico.
¿Quien podría decirle no a eso? Sin embargo, si se leen sus
comunicados, se descubre que la marcha del 6 de marzo tiene
objetivos bien diferentes.
En un volante
distribuido en París, dicen, por ejemplo, que la marcha es
para pedirle a las Farc “la liberación inmediata e
incondicional de todos los rehenes civiles”. ¿Civiles? ¿Por
qué sólo los rehenes civiles? Quien instiga esa marcha
quiere sin duda que el cautivero de los rehenes militares y
policías continúe y se agrave. Y porque para esa gente los
otros secuestrados, los “no políticos”, no deben ser
liberados. ¿Es legítimo pedirle a los colombianos salir a
manifestar por eso? No, mil veces no.
En otra frase
del mismo texto, piden que el gobierno colombiano “reconozca
la existencia del conflicto armado” y que acepte “negociar
un acuerdo humanitario”. Eso equivale a decir, en realidad,
que los colombianos deben salir a las calles para exigir que
la agresión del narco-terrorismo contra la sociedad y contra
el Estado continúe y se perpetúe, y hasta sea premiada con
una “negociación” que deberá buscar desde luego la rendición
total de la sociedad y del Estado y que, además, los
agresores, al final, sean amnistiados e indultados pues todo
ese circo “transaccional” hace parte de algo muy “legítimo”,
algo que ellos llaman “el conflicto armado”, cuyo único
desenlace debe ser la pretendida “solución política”.
Estamos ante
un planteamiento central de las Farc. Ante la acción
política central de las Farc. ¿Podemos los colombianos ser
convocados a una manifestación con tales presupuestos? No,
mil veces no.
Es obvio que
esa invitación no será acogida por los colombianos que
desfilaron el 4 de febrero pues ellos han visto que, tras la
agitación de algunos testaferros, el verdadero patrocinador
son las Farc.
Esa
invitación ha sido lanzada, nos dicen, por un individuo,
Iván Cepeda, y por unas organizaciones políticas y
sindicales de izquierda que no tienen nada que ver con las
Farc. De acuerdo. Aceptemos por un momento que eso es
cierto. ¿Ello resuelve el problema? No. Esa convocatoria
confirma, por el contrario, un hecho: la izquierda
colombiana, desde la más dura, hasta la más ingenua, no es
independiente. Esa corriente, lamentablemente, sigue bajo la
tutela política, psicológica e intelectual de las Farc. Cada
vez que esa izquierda despliega sus alas, la hilacha fariana
sale a flote para decir tercamente: aquí estoy yo y nadie
más puede orientar a este sector.
Es lo que se
ha visto ahora. Los convocantes, quienes se negaron a
repudiar públicamente a las Farc el 4 de febrero pasado y
trataron de disuadir a los manifestantes de salir a plazas y
calles, retoman ahora, sin el menor escrúpulo, los dictados
de las Farc, impulsan sus imposturas y amalgamas. ¿No es
eso lo que hacen cuando aseguran que los colombianos debemos
protestar “contra los paramilitares quienes ‘apoyados por el
Ejército’ desaparecieron a 15 000 personas y asesinaron a
5 000 miembros de la Unión Patriótica”?
Si eso fuera
cierto, deberíamos marchar. Pero eso no es cierto. Esa
visión falsa disculpa al cartel de Medellín de su terrible
papel en la exterminación de la UP y esconde, además, el
vergonzoso papel de las mismas Farc, y de sus disidencias,
en el asesinato de miembros de la UP, todo lo cual es
imputado ahora al Estado colombiano gracias a la ceguera e
incompetencia de los historiadores de la violencia en
Colombia.
Los
paramilitares, como las Farc, cometieron crímenes horribles.
Pero ellos se desmovilizaron y sus jefes están encarcelados.
El Estado está organizando la reparación de las víctimas.
Las Farc no se desmovilizaron y siguen cometiendo
atrocidades. Marchar en esas condiciones es ayudar a borrar
de la memoria colectiva hechos claves de la realidad
nacional, negar que uno de los grandes logros del gobierno
del presidente Alvaro Uribe fue el desmantelamiento de los
paramilitares. Aunque hay de nuevos brotes paramilitares,
éstos están bajo el asedio de las autoridades. Pervertir la
mente de la población mediante una visión falsa de las cosas
es el objetivo de esa marcha. ¿Podemos aceptar eso? No, mil
veces no.
Si hay que
enviar un mensaje a los paramilitares, éste debe ser hecho
desde la perspectiva sana de las manifestaciones del 4 de
febrero, no desde el marco conceptual de las Farc.
Iván Cepeda
denuncia el asesinato de su padre, Manuel Cepeda Vargas, el
9 de agosto de 1994. Manuel Cepeda era un dirigente
comunista. El jamás repudió las atrocidades de las Farc. El
creía, por el contrario, en el uso de la violencia para
imponer sus ideas. El nunca ocultó esas convicciones. Un
frente de las Farc, autor de numerosas muertes de
colombianos, lleva hoy su nombre. ¿Iván Cepeda repudia el
uso de ese nombre? Manuel Cepeda fue asesinado en
condiciones obscuras. Dos paramilitares de la banda de
Carlos Castaño fueron condenados a 43 años de prisión por
la justicia colombiana el 16 de diciembre de 1999. Iván
Cepeda no está satisfecho. El quiere ir más lejos. Para él,
Colombia debe ser visto como un Estado criminal. Su campaña
de odio aspira a que ciertos tribunales extranjeros abran un
proceso por “genocidio” contra Colombia. Sus argumentos son
falaces e idénticos a los de quienes impulsan la
manifestación del 6 de marzo. ¿Esa manifestación es una
pieza más de esa operación? ¿Vamos los colombianos a salir
ese día a validar esa empresa? No, mil veces no.
Las Farc
apoyan la marcha del 6 de marzo. Lo dicen en sus páginas web.
La central sindical CUT y el Polo Democrático, controlados
ambos por el mamertismo criollo, parecen no saberlo. Al
impulsa esa marcha en esas condiciones, ese bloque prueba
cuál lejos está el país de tener un día una izquierda
democrática. Esta, para serlo, debería no solo decir en los
cocteles que está “contra la violencia”, en abstracto, sino
repudiar públicamente a las Farc, sus acciones y su discurso
asesino, exigir y trabajar por el desmantelamiento de las
organizaciones narco-terroristas mediante la fuerza legítima
del Estado. Como lo hicieron, desde el poder, durante años,
los partidos socialistas de España, Francia, Italia y Gran
Bretaña. Es la lección que los Carlos Gaviria y los Wilson
Borja no quieren aprender.
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Periodista
y escritor. Ultima obra publicada:
“Las Farc, fracaso de un terrorismo” (Ediciones Random
House Mondadori/Debates, Bogotá, 2007) |