Como
todo lo de Hugo Chávez, el reconocimiento de las Farc como
fuerza “beligerante”, se hizo de manera brutal y
desconociendo la ley internacional. Tal medida, una de las
más graves que ha tomado ese régimen respecto de Colombia,
es una aberración jurídica, política e histórica. Pero no
sería inteligente concluir que Chávez, en vista del carácter
anómalo de esa salida, no irá más lejos, o que la nueva
bravuconada del ex paracaidista quedará sin efectos, como
insiste por ahí un expresidente colombiano. Bogotá no puede
jugar la carta de la ingenuidad ni vendarse los ojos.
Colombia debe dotarse de una orientación realista y
coherente frente a la nueva amenaza.
Es obvio que
con esa medida, el presidente Chávez trata de impedir que
la organización que captura personas inocentes para
convertirlas en rehenes y en escudos humanos, las Farc,
quede definitivamente calificada de terrorista. Chávez trata
también de escapar a una acusación que le podría caer a él
mismo, en cualquier momento y ante una corte internacional
de justicia: la de ser cómplice de una entidad que es
traficante de drogas y que secuestra, protector de una
organización que detiene, tortura y asesina rehenes.
No se puede
dudar que el hombre fuerte de Caracas irá más allá de la
mera declaración de organización beligerante. El le
permitirá a las Farc y al Eln abrir oficinas en la capital
venezolana y les facilitará realizar allí contactos
internacionales con otros gobiernos y con diversas facciones
políticas extranjeras. A quienes afirman que Chávez “no irá
tan lejos” se los puede descartar desde ya de todo juego
político por ser, para decir lo menos, irresponsables y
obtusos.
La decisión
de Hugo Chávez y de su asamblea nacional de bolsillo de
otorgarle a las Farc y al Eln el estatuto
de beligerancia es un adefesio pues no respeta los criterios
fijados a ese respecto por el derecho. El profesor Gaston
Bouthoul, en su famoso Tratado de Polemologia[1],
dice que sólo ante una guerra civil el derecho internacional
autoriza a los gobiernos extranjeros a reconocer a algunas
partes « como beligerantes », y eso si se reúnen ciertas
condiciones.
Según el
tratadista francés, el reconocimiento sólo puede hacerse
cuando el sector rebelde ha establecido “de manera cierta su
dominio sobre una parte apreciable del territorio nacional”.
Pues de ese reconocimiento se desprenden consecuencias
jurídicas importantes. Aunque no sean considerados aún
como un Estado propiamente dicho, el o los declarados
“beligerantes” se benefician de ciertos privilegios propios
de la soberanía: “podrán enviar misiones al extranjero,
recibir armas, y sus combatientes no serán considerados como
rebeldes”. Los considerados “beligerantes” tendrán derecho,
además, según Bouthoul, “a la protección que las
convenciones internacionales otorgan a los miembros de los
ejércitos en guerra”.
El peligro de
que las Farc y el Eln, guerrillas fanáticas pero en derrota,
logren reorganizar desde Caracas una plataforma de
suministro de armas para relanzar su actividades criminales
en Colombia, es un riesgo que no hay que ocultarle a la
opinión. Ese suministro de armas, que existía desde ya en el
pasado, podría ser ahora más masivo. El daño ha sido hecho
por Chávez y Colombia y sus aliados debe saber exactamente a
qué atenerse tras la votación del legislativo venezolano.
Sin embargo,
Colombia debe hacer valer sus argumentos en la esfera
internacional para evitar que otros gobiernos se involucren
en esa aventura y se dejen seducir por la propaganda de
Chávez y de las Farc. La postura de Colombia está ganado
simpatías en el mundo y la gira por Europa del presidente
Alvaro Uribe, en enero de 2008, comenzó con notable éxito en
París.
En Colombia
no hay una guerra civil. Colombia hace frente, lo que es muy
distinto, a dos organizaciones terroristas dirigidas y
financiadas históricamente por potencias extranjeras. Esas
organizaciones subversivas no controlan ni ejercen dominio
alguno sobre un sólo kilómetro cuadrado del territorio
nacional. Por esas dos razones, la declaratoria de la
Asamblea nacional venezolana es ilegal y arbitraria. Ello
explica por qué Chávez no ha sido secundado en eso por
ningún gobierno del mundo, ni por la misma Cuba de Castro,
lo que es muy curioso.
La
militarización de una frontera siempre es un ejercicio
peligroso. Empero, Chávez ordenó a la Guardia Nacional, el
19 de enero pasado, en medio del clima irrespirable creado
por su andanada de insultos contra el jefe de Estado
colombiano, militarizar la frontera con Colombia “para parar
el contrabando”. Ese pretexto debe ocultar sin duda otras
intenciones menos loables. Ello prueba que tras la farsa de
la “beligerancia” el dictador venezolano puede empeorar las
cosas. ¿Qué otra sorpresa nos prepara el régimen
“bolivariano”? La existencia de yacimientos petrolíferos en
territorios colombianos (los departamentos de Santader y el
departamento de Arauca) por donde pasa la línea de
demarcación de los dos países podría haber desatado los
apetitos expansionistas de un Hugo Chávez poseído por el
demonio no sólo del control político e ideológico del
continente sino de pesar cada vez más en el mercado
petrolero internacional.
Sin embargo,
un detalle podría aguarle la fiesta mesiánica a Hugo Chávez:
él no tomó esa medida de apoyo a las Farc en un contexto de
consolidación de su poder, sino en un momento de decadencia
de éste. Tras nueve años de gobierno, el jefe de Estado
venezolano perdió el referéndum del 2 de diciembre de 2007 y
debe hacerle frente a una oposición interna cada vez más
amplia y organizada y a una desafección evidente de la
comunidad internacional y de los gobiernos de Occidente.
Fidel Castro, su jefe político, está muriendo y la llamada
revolución cubana está en su fase final. Por otra parte, la
crisis social venezolana se profundiza, pues el desempleo,
la inseguridad, la penuria alimenticia y el bajón de los
servicios públicos están aumentando. La decisión de darle
ese estatuto tan especial a las dos organizaciones
terroristas agravará, además, la fractura que existe en el
seno de las fuerzas armadas venezolanas. Una agresión
militar a Colombia, directa o por medio de las dos
guerrillas, ¿no hará saltar los fusibles del alto mando
venezolano?
Todo esto
permite decir que Hugo Chávez, con su línea de huída hacia
adelante, está creando nuevas tensiones dentro de su propio
régimen y que éste, si la carrera desenfrenada sigue, podría
explotarle en pleno vuelo. Sólo los altos precios del
petróleo lo sostienen. Pero eso es insuficiente para
continuar su azarosa marcha por la selva obscura.
Nota
[1]
Gaston Bouthoul, Traité de Polémologie, Sociologie
des guerres (Editions Payot, Paris, 1951), página
448.
* |
Periodista
colombiano,
autor del libro: "Les Farc, ou l'échec d'un communisme
de combat".
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de
2005. |