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¿Chávez hará saltar los fusibles del alto mando venezolano?
Eduardo Mackenzie
miércoles, 23 enero 2008


Como todo lo de Hugo Chávez, el reconocimiento de las Farc como fuerza “beligerante”, se hizo de manera brutal y desconociendo  la ley internacional. Tal medida, una de las más graves que ha tomado ese régimen respecto de Colombia, es una aberración jurídica, política e histórica.  Pero no sería inteligente concluir que Chávez, en vista del carácter anómalo de esa salida, no irá más lejos, o que la nueva bravuconada del ex paracaidista quedará sin efectos, como insiste por ahí un expresidente colombiano. Bogotá no puede jugar la carta de la ingenuidad ni vendarse los ojos. Colombia debe dotarse de una orientación realista y coherente frente a la nueva amenaza.  

Es obvio que con  esa medida, el presidente Chávez trata de impedir que la organización que captura personas inocentes para convertirlas en rehenes y en escudos humanos, las Farc, quede definitivamente calificada de terrorista. Chávez trata también de escapar a una acusación que le podría caer a él mismo, en cualquier momento y ante una corte internacional de justicia: la de ser cómplice de una entidad que  es traficante de drogas y que secuestra, protector de una organización que detiene, tortura y asesina rehenes.

 

No se puede dudar que el hombre fuerte de Caracas irá más allá de la mera declaración de organización beligerante. El le permitirá a las Farc y al Eln abrir oficinas en la capital venezolana y les facilitará realizar allí contactos internacionales con otros gobiernos y con diversas facciones políticas extranjeras. A quienes afirman que Chávez “no irá tan lejos” se los puede descartar desde ya de todo juego político por ser, para decir lo menos, irresponsables y obtusos.

 

La decisión de Hugo Chávez y de su asamblea nacional de bolsillo de otorgarle a las Farc y al Eln el estatuto de beligerancia es un adefesio pues no respeta los criterios fijados a ese respecto por el derecho. El profesor Gaston Bouthoul, en su famoso Tratado de Polemologia[1], dice que sólo ante una guerra civil el derecho internacional autoriza a los gobiernos extranjeros a reconocer a algunas partes « como beligerantes », y eso si se reúnen ciertas condiciones.

 

Según el tratadista francés, el reconocimiento sólo puede hacerse cuando el sector rebelde ha establecido “de manera cierta su dominio sobre una parte apreciable del territorio nacional”. Pues de ese reconocimiento se desprenden consecuencias jurídicas  importantes. Aunque no sean  considerados aún como un Estado propiamente dicho, el o los declarados “beligerantes” se benefician de ciertos privilegios propios de la soberanía:  “podrán enviar misiones al extranjero, recibir armas, y sus combatientes no serán considerados como rebeldes”. Los considerados “beligerantes” tendrán derecho, además, según Bouthoul, “a la protección que las convenciones internacionales otorgan  a los miembros de los ejércitos en guerra”.

 

El peligro de que las Farc y el Eln, guerrillas fanáticas pero en derrota, logren reorganizar desde Caracas una plataforma de suministro de armas para relanzar su actividades criminales en Colombia, es un riesgo que no hay que ocultarle a la opinión. Ese suministro de armas, que existía desde ya en el pasado, podría ser ahora más masivo. El daño ha sido hecho por Chávez y Colombia y sus aliados debe saber exactamente a qué atenerse tras la votación del legislativo venezolano.

 

Sin embargo, Colombia debe hacer valer sus argumentos en la esfera internacional para evitar que otros gobiernos se involucren en esa aventura y se dejen seducir por la propaganda de Chávez y de las Farc. La postura de Colombia está ganado simpatías en el mundo y la gira por Europa del presidente Alvaro Uribe, en enero de 2008, comenzó con notable éxito en París. 

 

En Colombia no hay una guerra civil. Colombia hace frente, lo que es muy distinto, a dos organizaciones terroristas dirigidas y financiadas históricamente por potencias extranjeras.  Esas organizaciones subversivas no controlan ni ejercen dominio alguno sobre un sólo kilómetro cuadrado del territorio nacional. Por esas dos razones, la declaratoria de la Asamblea nacional venezolana es ilegal y arbitraria. Ello explica por qué Chávez no ha sido secundado en eso por ningún gobierno del mundo, ni por la misma Cuba de Castro, lo que es muy curioso.

 

La militarización de una frontera siempre es un ejercicio peligroso. Empero, Chávez ordenó a la Guardia Nacional, el 19 de enero pasado, en medio del clima irrespirable creado por su andanada de insultos contra el jefe de Estado colombiano, militarizar la frontera con Colombia “para parar el contrabando”. Ese pretexto debe ocultar sin duda otras intenciones menos loables. Ello prueba que tras la farsa de la “beligerancia” el dictador venezolano puede empeorar las cosas. ¿Qué otra sorpresa nos prepara el régimen “bolivariano”? La existencia de yacimientos petrolíferos en territorios colombianos (los departamentos de Santader y el departamento de Arauca) por donde pasa la línea de demarcación de los dos países podría haber desatado los apetitos expansionistas de un Hugo Chávez poseído por el demonio no sólo del control político e ideológico del continente sino de pesar cada vez más en el mercado petrolero internacional.

 

Sin embargo, un detalle podría aguarle la fiesta mesiánica a Hugo Chávez: él no tomó esa medida de apoyo a las Farc en un contexto de consolidación de su poder, sino en un momento de decadencia de éste. Tras nueve años de gobierno, el jefe de Estado venezolano perdió el referéndum del 2 de diciembre de 2007 y debe hacerle frente a una oposición interna cada vez más amplia y organizada y a una desafección evidente de la comunidad internacional y de los gobiernos de Occidente. Fidel Castro, su jefe político, está muriendo y la llamada revolución cubana está en su fase final. Por otra parte, la crisis social venezolana se profundiza, pues el desempleo, la inseguridad, la penuria alimenticia y el bajón de los servicios públicos están aumentando. La decisión de darle ese estatuto tan especial a las dos organizaciones terroristas agravará, además, la fractura que existe en el seno de las fuerzas armadas venezolanas. Una agresión militar a Colombia, directa o por medio de las dos guerrillas, ¿no hará saltar los fusibles del alto mando venezolano?

 

Todo esto permite decir que Hugo Chávez, con su línea de huída hacia adelante, está creando nuevas tensiones dentro de su propio régimen y que éste, si la carrera desenfrenada sigue, podría explotarle en pleno vuelo. Sólo los altos precios del petróleo lo sostienen. Pero eso es insuficiente para continuar su azarosa marcha por la selva obscura.

 


Nota 


[1] Gaston Bouthoul, Traité de Polémologie, Sociologie des guerres (Editions Payot, Paris, 1951), página 448.

 

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Periodista colombiano, autor del libro: "Les Farc, ou l'échec d'un communisme de combat".
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de 2005.


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