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Emmanuel, otra victima que escapó de las Farc
Eduardo Mackenzie
domingo, 6 ebero 2008


Las Farc no conocen a Colombia. No saben que cuando un niño está herido o enfermo las entidades oficiales o privadas, sin mirar la condición ni el origen de éste, le prodigan los cuidados médicos necesarios. No saben que eso es obvio y natural en una democracia. No saben que la compasión y la solidaridad hacen parte de los valores de la civilización que ellos pretenden destruir. Cuando los jefes de las Farc se encontraron con un recién nacido entre sus manos, el 20 de julio de 2004, lo trataron como a un enemigo: lo separaron de su madre secuestrada y le hicieron correr toda suerte de calamidades: maltratos, desnutrición, infecciones.  

La historia de Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, una de las tantas víctimas “políticas” de las Farc, revela nuevos detalles de la verdadera naturaleza de ese movimiento fascista-bolchevique. Ante el clamor de los colombianos para que el niño fuera entregado a su abuela, pues un periodista amigo de la banda había revelado ese nacimiento, el jefe terrorista Manuel Marulanda proclamó que ese menor, cuyo padre es uno de los hombres que vigilaba a Clara Rojas,  era “propiedad de las Farc”.

 

Las Farc, que pretenden aparecer en Europa como un poderoso movimiento rebelde con complicidades en todas partes, nunca fueron capaces de dotarse de la más mínima orientación racional y humana ante Emmanuel. John Frank Pinchao, un policía secuestrado que permaneció tres de sus nueve largos años de cautiverio con el grupo donde se encontraban Clara Rojas e Ingrid Betancourt, logrando escapar a las Farc en mayo de 2007, recordó que los guerrilleros no querían siquiera lavarle los pañales al bebé, ni calentarle un tetero. Y que en las noches éste “incomodaba” a los hombres en armas con su llanto.  Por eso, un año después de ese nacimiento, y en vista de que se les estaba muriendo de desnutrición y por sus heridas mal curadas, los secuaces de Tirofijo no encontraron otra solución que imponerle a José Crisanto Gómez, un albañil de 39 años que vivía en un caserío aislado,  una tarea so pena de muerte: mimetizar al niño entre sus siete hijos.

 

Ante la  leishmaniasis[1] contraída por el bebé por el descuido de sus captores, los guerrilleros le dijeron que un curandero indígena del lugar, su suegro, podría encargarse de ese problema. Pero, claro está,  el curandero  nada pudo hacer ante la agravación de una diarrea de Emmanuel y muy pronto, en julio de 2005,  Gómez tuvo que emprender viaje hacia San José del Guaviare, para entregar el niño a un hospital. En vista del cuadro de salud desastroso del menor (éste no podía gatear, solo arrastrarse, pues durante el terrible parto en la selva le habían partido un brazo), los médicos lo enviaron poco después al Instituto de Bienestar Familiar de Bogotá.

 

A mediados de diciembre de 2007, cuando parecía tomar forma la anunciada liberación “en pocos días” de tres rehenes de las Farc --Clara Rojas, su hijo y la ex congresista Consuelo González--, operación unilateral lanzada ese 18 de diciembre por los hombres de Manuel Marulanda para “desagraviar” al presidente venezolano Hugo Chávez[2], José Crisanto Gómez recibió la visita inesperada de tres individuos de las Farc: éstos le exigían la devolución del niño. Gómez corrió al hospital de San José y se presentó como el padre del menor (cuando en 2005 había dicho que era su tio-abuelo) y pidió que se lo entregaran.

 

Como ello era imposible, los subversivos amenazaron a Gómez y le lanzaron un ultimatum: la devolución del niño en cuestión de horas. En vista de eso, el modesto albañil optó por acudir a la Base Antinarcóticos de la Policía del Guaviare y pedir protección para él y su familia. Trasladado a Bogotá, Gómez contó ante un juez antisecuestros sus peripecias con el menor. Explicó lo que antes hemos visto y agregó, entre otras cosas, que él no era el padre de Emmanuel y que las Farc nunca le dieron dinero para la alimentación del niño, como le habían prometido, pero que sí lo espiaban con frecuencia.

 

En el momento de su narración, cuando los ministros y emisarios de Hugo Chávez y la prensa internacional, ignorantes de todo esto, se preparaban para ver partir de Villavicencio los dos helicópteros Bell con insignias de la Cruz Roja  para el espectacular rescate, el frente guerrillero que había descargado sobre José Crisanto Gómez el cuidado de Emmanuel, descubrió que la pequeña víctima se encontraba en Bogotá desde hacía dos años.  

 

Desconcertados y sin saber a quien atacar, pues Gómez había desaparecido, los terroristas enviaron emisarios  a San José del Guaviare para dar con el paradero del menor.  El Defensor del Pueblo de esa ciudad no supo qué responderles pues el niño, en efecto, no estaba en el ICBF de allí y el funcionario que había tramitado en 2005 su traslado a Bogotá, el Defensor de la Familia, Juan Alberto Cuta Cadena,  había sido degollado en noviembre de 2007, en condiciones misteriosas. Informados de todo ello, los jefes de las Farc ordenaron entonces, una segunda vez, secuestrar a Emmanuel en Bogotá.

 

Por fortuna, no lograron hacerlo. El 28 de diciembre, el Gaula, un servicio antisecuestros del Ejército colombiano, fue alertado por una llamada telefónica anónima: un hombre aseguraba que las Farc estaban tratando en esos momentos de  sacar de un hogar del ICBF de Bogotá, con papeles falsos, un niño identificado como Juan David Gómez Tapiero, proveniente de San José del Guaviare. Alertado por expertos de la Fiscalía, el ICBF congeló la entrega del menor y trasladó el niño a otro lugar. El 31 de diciembre, una segunda llamada al Gaula, reveló el fondo del asunto. El niño que iba a ser raptado,  era nada menos que el hijo de Clara Rojas, el mismo cuya entrega  a la gente de Hugo Chávez estaba siendo anunciada como algo “inminente”.

 

Sin perder un minuto, ese mismo día, en una rueda de prensa en Villaviencio, el presidente colombiano, Alvaro Uribe, quien había acogido todas las iniciativas de Caracas para facilitar la liberación de esas personas (helicópteros rusos y americanos, avionetas, emisarios de diverso pelambre), reveló que su gobierno tenía una hipótesis: que el hijo de Clara Rojas no estaría en poder de las Farc, sino que se encontraría en Bogotá, bien protegido por el Estado colombiano, en un hogar del Instituto de Bienestar Familiar. La conclusión era más que obvia: las Farc habían montado esa operación de “desagravio” a Hugo Chávez sin tener en sus manos los tres rehenes, y habían engañado, una vez más[3], al presidente venezolano pues lo habían involucrado  en una miserable comedia que se derrumbaría sin remedio: la entrega de un niño-rehén que no estaba en su poder.

 

Realizada por científicos colombianos, la prueba del ADN reveló el 4 de enero de 2008 que el niño recibido por José Crisanto Gómez en 2005 era el hijo de Clara Rojas.  Para tratar de diluir el manto de ridículo que caía sobre su aliado Hugo Chávez, las Farc acudieron, como siempre, a la mentira. Dijeron que el presidente Uribe era el culpable del fracaso de la liberación de los tres rehenes por los “combates” desatados en la zona de la entrega. Sin embargo, las Farc nunca dieron las coordenadas ni el nombre exacto del lugar donde cumplirían su promesa. Hugo Chávez no se quejó jamás de que hubieran “combates” en los lugares donde se movían las Farc.

 

El jefe de Estado venezolano tuvo que admitir más tarde que si el niño encontrado en Bogotá era el hijo de Clara Rojas, las Farc le habían mentido.

 

Ese episodio triste de la no liberación de Clara Rojas y de Consuelo González, se salda, al menos, con una buena noticia: gracias al sentido humanitario de un hospital colombiano, Emmanuel escapó a sus torturadores comunistas y podrá crecer de ahora en adelante como todo niño colombiano al lado de su familia y de los cariños y cuidados de su abuela, la muy digna y serena Clara de Rojas.  Esperemos que los daños sufridos por el niño no tengan consecuencias negativas a largo plazo.

 

El fracasado “desagravio” mostró cuán lejos de la realidad está la dirección de las Farc y cuán desarticulados están sus frentes ante las ofensivas del Ejército colombiano y la política de Seguridad Democrática de Alvaro Uribe. Y lo más importante: mostró los riesgos que corren los jefes de Estado, como Hugo Chávez y el ex presidente argentino Néstor Kirchner, al apoyar las falsas aventuras “altruístas” montadas por  implacables terroristas. El presidente francés Nicolas Sarkozy, quien parece haber tomado distancias con las Farc desde su declaración del 5 de diciembre de 2007[4], escapó sólo parcialmente a esa ola de ridículo, pues él había designado a su embajador en Caracas para que participara en el frustrado rescate. En cuanto a Oliver Stone, convertido ahora en miserable sicario moral de Fidel Castro y Hugo Chávez, huyó de Villavicencio no sin lanzar violentos insultos contra el presidente Uribe, cuando vió que su marchita gloriola de cineasta avinagrado no renacerá con la explotación  comercial de la tragedia de los rehenes colombianos.

 

La crueldad ejercida por las Farc contra Emmanuel y su madre, no debe engañarnos. Esa ferocidad inaudita no se explica sólo  por el carácter perverso de los secuestradores.  Esa crueldad viene de lejos y sus raíces son ideológicas. Viene del leninismo soviético, el creador de las Farc en los años 1948-50.

 

Si las Farc asesinan y masacran desde hace más de cinco décadas, si secuestran y maltratan niños, es porque eso es lo que les inculcaron sus jefes soviéticos.   En uno de los capítulos más conmovedores de  “Krestosev”, el libro de Alexander Yakovlev, el padre de la perestroika y de la glasnost en la época de Gorbachev,  traducida al inglés como “A Century of Violence in Soviet Russia” (Yale University, 2002), el autor recuerda que la captura de niños fue un  invento de los bolcheviques y que éstos los utilizaban desde 1918 como rehenes durante su lucha contra el campesinado que rechazaba la política agraria de la dictadura soviética. En el campo de concentracion de Tambov, en 1921, hubo más de 450 niños rehenes  que tenían entre uno y diez años. 

 

“La acción represiva contra los niños constituye el extremo más abismal de la inhumanidad del fascismo-bolchevique”, escribe Alexander Yakovlev, en su importante obra. Esa actitud hacia los niños continuó hasta el final del régimen comunista, con la aparición de la perestroika.

 

Gracias a los decretos de Lenin y a los textos legislativos más absurdos, en la URSS los recién nacidos eran enviados a campos de concentración con sus madres condenadas. Decenas de miles de hijos de “traidores de la madre patria” murieron fusilados o murieron de frío y hambre durante las deportaciones masivas. La captura de rehenes, el fusilamiento de niños, explica Yakovlev, era un método que los bolcheviques utilizaron para obligar a todos aquellos que  “rechazaban cooperar con los eventureros en el poder”.

 

En 1960, cuando Marulanda toma las riendas de las Farc tras la muerte de su jefe Jacobo Prías Alape, alias Charro Negro, la captura y el asesinato de rehenes comenzó. Ello hacía parte de  las nuevas instrucciones tácticas recibidas por él para reforzar la máquina de muerte con la que los comunistas pensaban conquistar el poder en pocos meses.

 

Cuarenta y siete años más tarde, las Farc siguen aplicando esa misma línea. Ellos tratan a Clara Rojas, a Ingrid Betancourt y a los otros rehenes como “enemigos del pueblo”, como miembros de la “clase dominante” que deben, por eso, ser secuestrados y sufrir las peores violencias. No es sino leer las alucinantes páginas web de ciertos extremistas europeos y norteamericanos, quienes justifican el secuestro de Ingrid Betancourt. Lo ocurrido al pequeño Emmanuel es el resultado de esa criminal política.  

 

En la época del gran terror stalinista, y durante los años de guerra contra Hitler,  los hijos de los llamados “enemigos del pueblo” eran utilizados como medio de presión. ¿No es eso lo que hicieron las Farc con Emmanuel? ¿No lo utilizó Marulanda como chantaje contra el gobierno? ¿No lo hacen contra los familiares de los rehenes?

 

Los esfuerzos para liberar los rehenes en poder de las Farc deben continuar. Los gobiernos europeos deben abandonar su política vacilante al respecto y apoyar sin equívocos al gobierno y al pueblo de Colombia en su lucha contra esa calamidad que son las Farc.

 

[1]  La leishmaniasis es una infección cutánea causada por un insecto que se incrusta bajo la piel de la víctima.

[2]  Las Farc consideran que el presidente Alvaro Uribe « agravió » al presidente Hugo Chávez al retirarle la autorización para gestionar ante las Farc la liberación de 54 rehenes que ésta detiene. Chávez había violado, sin embargo, el protocolo de su misión al no preservar su neutralidad ante los jefes de las Farc y al hacer una llamada telefonica, desde La Habana, al comandante del Ejército colombiano, a espaldas del presidente Uribe.

[3]  El jefe de Estado venezolano había recibido la promesa de las Farc de realizar una entrevista personal con Manuel Marulanda (quien  no ha sido visto desde 2002), y la garantía de que él recibiría las “pruebas de vida” de Ingrid Betancourt y de los otros secuestrados. Chávez no ha obtenido nada de eso. 

[4]  En su mensaje televisivo,  Nicolas Sarkozy dijo, entre otras cosas: “Señor Marulanda, yo no comparto sus ideas, yo condeno sus métodos” (...) yo le pido soltar a Ingrid Betancourt (...) usted tiene en eso gran responsabilidad”. El mandatario francés pidió, como lo propone el presidente Uribe, llegar a una “solución humanitaria” y desechó la fórmula de las Farc de un “acuerdo humanitario”.

 

 

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Periodista colombiano, autor del libro: "Les Farc, ou l'échec d'un communisme de combat".
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de 2005.


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