Las
Farc no conocen a Colombia. No saben que cuando un niño
está herido o enfermo las entidades oficiales o privadas,
sin mirar la condición ni el origen de éste, le prodigan
los cuidados médicos necesarios. No saben que eso es obvio
y natural en una democracia. No saben que la compasión y
la solidaridad hacen parte de los valores de la
civilización que ellos pretenden destruir. Cuando los
jefes de las Farc se encontraron con un recién nacido
entre sus manos, el 20 de julio de 2004, lo trataron como
a un enemigo: lo separaron de su madre secuestrada y le
hicieron correr toda suerte de calamidades: maltratos,
desnutrición, infecciones.
La historia de
Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, una de las tantas
víctimas “políticas” de las Farc, revela nuevos detalles
de la verdadera naturaleza de ese movimiento
fascista-bolchevique. Ante el clamor de los colombianos
para que el niño fuera entregado a su abuela, pues un
periodista amigo de la banda había revelado ese
nacimiento, el jefe terrorista Manuel Marulanda proclamó
que ese menor, cuyo padre es uno de los hombres que
vigilaba a Clara Rojas, era “propiedad de las Farc”.
Las Farc, que
pretenden aparecer en Europa como un poderoso movimiento
rebelde con complicidades en todas partes, nunca fueron
capaces de dotarse de la más mínima orientación racional y
humana ante Emmanuel. John Frank Pinchao, un policía
secuestrado que permaneció tres de sus nueve largos años
de cautiverio con el grupo donde se encontraban Clara
Rojas e Ingrid Betancourt, logrando escapar a las Farc en
mayo de 2007, recordó que los guerrilleros no querían
siquiera lavarle los pañales al bebé, ni calentarle un
tetero. Y que en las noches éste “incomodaba” a los
hombres en armas con su llanto. Por eso, un año después
de ese nacimiento, y en vista de que se les estaba
muriendo de desnutrición y por sus heridas mal curadas,
los secuaces de Tirofijo no encontraron otra solución que
imponerle a José Crisanto Gómez, un albañil de 39 años que
vivía en un caserío aislado, una tarea so pena de muerte:
mimetizar al niño entre sus siete hijos.
Ante la
leishmaniasis[1]
contraída por el bebé por el descuido de sus captores, los
guerrilleros le dijeron que un curandero indígena del
lugar, su suegro, podría encargarse de ese problema. Pero,
claro está, el curandero nada pudo hacer ante la
agravación de una diarrea de Emmanuel y muy pronto, en
julio de 2005, Gómez tuvo que emprender viaje hacia San
José del Guaviare, para entregar el niño a un hospital. En
vista del cuadro de salud desastroso del menor (éste no
podía gatear, solo arrastrarse, pues durante el terrible
parto en la selva le habían partido un brazo), los médicos
lo enviaron poco después al Instituto de Bienestar
Familiar de Bogotá.
A mediados de
diciembre de 2007, cuando parecía tomar forma la anunciada
liberación “en pocos días” de tres rehenes de las Farc
--Clara Rojas, su hijo y la ex congresista Consuelo
González--, operación unilateral lanzada ese 18 de
diciembre por los hombres de Manuel Marulanda para
“desagraviar” al presidente venezolano Hugo Chávez[2],
José Crisanto Gómez recibió la visita inesperada de tres
individuos de las Farc: éstos le exigían la devolución del
niño. Gómez corrió al hospital de San José y se presentó
como el padre del menor (cuando en 2005 había dicho que
era su tio-abuelo) y pidió que se lo entregaran.
Como ello era
imposible, los subversivos amenazaron a Gómez y le
lanzaron un ultimatum: la devolución del niño en cuestión
de horas. En vista de eso, el modesto albañil optó por
acudir a la Base Antinarcóticos de la Policía del Guaviare
y pedir protección para él y su familia. Trasladado a
Bogotá, Gómez contó ante un juez antisecuestros sus
peripecias con el menor. Explicó lo que antes hemos visto
y agregó, entre otras cosas, que él no era el padre de
Emmanuel y que las Farc nunca le dieron dinero para la
alimentación del niño, como le habían prometido, pero que
sí lo espiaban con frecuencia.
En el momento
de su narración, cuando los ministros y emisarios de Hugo
Chávez y la prensa internacional, ignorantes de todo esto,
se preparaban para ver partir de Villavicencio los dos
helicópteros Bell con insignias de la Cruz Roja para el
espectacular rescate, el frente guerrillero que había
descargado sobre José Crisanto Gómez el cuidado de
Emmanuel, descubrió que la pequeña víctima se encontraba
en Bogotá desde hacía dos años.
Desconcertados
y sin saber a quien atacar, pues Gómez había desaparecido,
los terroristas enviaron emisarios a San José del
Guaviare para dar con el paradero del menor. El Defensor
del Pueblo de esa ciudad no supo qué responderles pues el
niño, en efecto, no estaba en el ICBF de allí y el
funcionario que había tramitado en 2005 su traslado a
Bogotá, el Defensor de la Familia, Juan Alberto Cuta
Cadena, había sido degollado en noviembre de 2007, en
condiciones misteriosas. Informados de todo ello, los
jefes de las Farc ordenaron entonces, una segunda vez,
secuestrar a Emmanuel en Bogotá.
Por fortuna,
no lograron hacerlo. El 28 de diciembre, el Gaula, un
servicio antisecuestros del Ejército colombiano, fue
alertado por una llamada telefónica anónima: un hombre
aseguraba que las Farc estaban tratando en esos momentos
de sacar de un hogar del ICBF de Bogotá, con papeles
falsos, un niño identificado como Juan David Gómez
Tapiero, proveniente de San José del Guaviare. Alertado
por expertos de la Fiscalía, el ICBF congeló la entrega
del menor y trasladó el niño a otro lugar. El 31 de
diciembre, una segunda llamada al Gaula, reveló el fondo
del asunto. El niño que iba a ser raptado, era nada menos
que el hijo de Clara Rojas, el mismo cuya entrega a la
gente de Hugo Chávez estaba siendo anunciada como algo
“inminente”.
Sin perder un
minuto, ese mismo día, en una rueda de prensa en
Villaviencio, el presidente colombiano, Alvaro Uribe,
quien había acogido todas las iniciativas de Caracas para
facilitar la liberación de esas personas (helicópteros
rusos y americanos, avionetas, emisarios de diverso
pelambre), reveló que su gobierno tenía una hipótesis: que
el hijo de Clara Rojas no estaría en poder de las Farc,
sino que se encontraría en Bogotá, bien protegido por el
Estado colombiano, en un hogar del Instituto de Bienestar
Familiar. La conclusión era más que obvia: las Farc habían
montado esa operación de “desagravio” a Hugo Chávez sin
tener en sus manos los tres rehenes, y habían engañado,
una vez más[3],
al presidente venezolano pues lo habían involucrado en
una miserable comedia que se derrumbaría sin remedio: la
entrega de un niño-rehén que no estaba en su poder.
Realizada por
científicos colombianos, la prueba del ADN reveló el 4 de
enero de 2008 que el niño recibido por José Crisanto Gómez
en 2005 era el hijo de Clara Rojas. Para tratar de diluir
el manto de ridículo que caía sobre su aliado Hugo Chávez,
las Farc acudieron, como siempre, a la mentira. Dijeron
que el presidente Uribe era el culpable del fracaso de la
liberación de los tres rehenes por los “combates”
desatados en la zona de la entrega. Sin embargo, las Farc
nunca dieron las coordenadas ni el nombre exacto del lugar
donde cumplirían su promesa. Hugo Chávez no se quejó jamás
de que hubieran “combates” en los lugares donde se movían
las Farc.
El jefe de
Estado venezolano tuvo que admitir más tarde que si el
niño encontrado en Bogotá era el hijo de Clara Rojas, las
Farc le habían mentido.
Ese episodio
triste de la no liberación de Clara Rojas y de Consuelo
González, se salda, al menos, con una buena noticia:
gracias al sentido humanitario de un hospital colombiano,
Emmanuel escapó a sus torturadores comunistas y podrá
crecer de ahora en adelante como todo niño colombiano al
lado de su familia y de los cariños y cuidados de su
abuela, la muy digna y serena Clara de Rojas. Esperemos
que los daños sufridos por el niño no tengan consecuencias
negativas a largo plazo.
El fracasado
“desagravio” mostró cuán lejos de la realidad está la
dirección de las Farc y cuán desarticulados están sus
frentes ante las ofensivas del Ejército colombiano y la
política de Seguridad Democrática de Alvaro Uribe. Y lo
más importante: mostró los riesgos que corren los jefes de
Estado, como Hugo Chávez y el ex presidente argentino
Néstor Kirchner, al apoyar las falsas aventuras
“altruístas” montadas por implacables terroristas. El
presidente francés Nicolas Sarkozy, quien parece haber
tomado distancias con las Farc desde su declaración del 5
de diciembre de 2007[4],
escapó sólo parcialmente a esa ola de ridículo, pues él
había designado a su embajador en Caracas para que
participara en el frustrado rescate. En cuanto a Oliver
Stone, convertido ahora en miserable sicario moral de
Fidel Castro y Hugo Chávez, huyó de Villavicencio no sin
lanzar violentos insultos contra el presidente Uribe,
cuando vió que su marchita gloriola de cineasta avinagrado
no renacerá con la explotación comercial de la tragedia
de los rehenes colombianos.
La crueldad
ejercida por las Farc contra Emmanuel y su madre, no debe
engañarnos. Esa ferocidad inaudita no se explica sólo por
el carácter perverso de los secuestradores. Esa crueldad
viene de lejos y sus raíces son ideológicas. Viene del
leninismo soviético, el creador de las Farc en los años
1948-50.
Si las Farc
asesinan y masacran desde hace más de cinco décadas, si
secuestran y maltratan niños, es porque eso es lo que les
inculcaron sus jefes soviéticos. En uno de los capítulos
más conmovedores de “Krestosev”, el libro de
Alexander Yakovlev, el padre de la perestroika y de
la glasnost en la época de Gorbachev, traducida al
inglés como “A Century of Violence in Soviet Russia”
(Yale University, 2002), el autor recuerda que la captura
de niños fue un invento de los bolcheviques y que éstos
los utilizaban desde 1918 como rehenes durante su lucha
contra el campesinado que rechazaba la política agraria de
la dictadura soviética. En el campo de concentracion de
Tambov, en 1921, hubo más de 450 niños rehenes que tenían
entre uno y diez años.
“La acción
represiva contra los niños constituye el extremo más
abismal de la inhumanidad del fascismo-bolchevique”,
escribe Alexander Yakovlev, en su importante obra. Esa
actitud hacia los niños continuó hasta el final del
régimen comunista, con la aparición de la perestroika.
Gracias a los
decretos de Lenin y a los textos legislativos más
absurdos, en la URSS los recién nacidos eran enviados a
campos de concentración con sus madres condenadas. Decenas
de miles de hijos de “traidores de la madre patria”
murieron fusilados o murieron de frío y hambre durante las
deportaciones masivas. La captura de rehenes, el
fusilamiento de niños, explica Yakovlev, era un método que
los bolcheviques utilizaron para obligar a todos aquellos
que “rechazaban cooperar con los eventureros en el
poder”.
En 1960,
cuando Marulanda toma las riendas de las Farc tras la
muerte de su jefe Jacobo Prías Alape, alias Charro Negro,
la captura y el asesinato de rehenes comenzó. Ello hacía
parte de las nuevas instrucciones tácticas recibidas por
él para reforzar la máquina de muerte con la que los
comunistas pensaban conquistar el poder en pocos meses.
Cuarenta y
siete años más tarde, las Farc siguen aplicando esa misma
línea. Ellos tratan a Clara Rojas, a Ingrid Betancourt y a
los otros rehenes como “enemigos del pueblo”, como
miembros de la “clase dominante” que deben, por eso, ser
secuestrados y sufrir las peores violencias. No es sino
leer las alucinantes páginas web de ciertos extremistas
europeos y norteamericanos, quienes justifican el
secuestro de Ingrid Betancourt. Lo ocurrido al pequeño
Emmanuel es el resultado de esa criminal política.
En la época
del gran terror stalinista, y durante los años de guerra
contra Hitler, los hijos de los llamados “enemigos del
pueblo” eran utilizados como medio de presión. ¿No es eso
lo que hicieron las Farc con Emmanuel? ¿No lo utilizó
Marulanda como chantaje contra el gobierno? ¿No lo hacen
contra los familiares de los rehenes?
Los esfuerzos
para liberar los rehenes en poder de las Farc deben
continuar. Los gobiernos europeos deben abandonar su
política vacilante al respecto y apoyar sin equívocos al
gobierno y al pueblo de Colombia en su lucha contra esa
calamidad que son las Farc.
[1]
La leishmaniasis es una infección cutánea causada por
un insecto que se incrusta bajo la piel de la víctima.
[2]
Las Farc consideran que el presidente Alvaro Uribe
« agravió » al presidente Hugo Chávez al retirarle la
autorización para gestionar ante las Farc la
liberación de 54 rehenes que ésta detiene. Chávez
había violado, sin embargo, el protocolo de su misión
al no preservar su neutralidad ante los jefes de las
Farc y al hacer una llamada telefonica, desde La
Habana, al comandante del Ejército colombiano, a
espaldas del presidente Uribe.
[3]
El jefe de Estado venezolano había recibido la promesa
de las Farc de realizar una entrevista personal con
Manuel Marulanda (quien no ha sido visto desde 2002),
y la garantía de que él recibiría las “pruebas de
vida” de Ingrid Betancourt y de los otros
secuestrados. Chávez no ha obtenido nada de eso.
[4]
En su mensaje televisivo, Nicolas Sarkozy dijo, entre
otras cosas: “Señor Marulanda, yo no comparto sus
ideas, yo condeno sus métodos” (...) yo le pido soltar
a Ingrid Betancourt (...) usted tiene en eso gran
responsabilidad”. El mandatario francés pidió, como lo
propone el presidente Uribe, llegar a una “solución
humanitaria” y desechó la fórmula de las Farc de un
“acuerdo humanitario”.