Una
lección de
heroísmo
Eduardo
Mackenzie
lunes, 23
julio 2007
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Después
de tanto sufrimiento acumulado durante todos estos años, lo
peor que le podría ocurrir a las familias de los rehenes en
poder de las Farc es convertirse en el último eco retórico
de éstas.
Achacarle al presidente Alvaro Uribe la situación de los
rehenes, atribuirle tanto o más responsabilidad en esa
tragedia que a las Farc, es caer en la peor confusión mental
y moral. Es aceptar el juego diabólico de los captores de
rehenes.
El dolor es inmenso en las familias de los secuestrados. Es
un dolor que el país entero comparte y comprende, como quedó
demostrado durante las manifestaciones del 5 de julio de
2007 de repudio a la matanza de los once diputados
secuestrados por las Farc.
Pero ese dolor no puede justificarlo todo. Ese sufrimiento
no puede ponerse al servicio de la injusticia.
No podemos aceptar que ese dolor nos obnubile hasta el punto
de no poder distinguir entre el bien y el mal, entre la
víctima y el victimario, entre la democracia y la barbarie.
No podemos aceptar que ese sufrimiento sea manipulado
impunemente por hábiles creadores de odio. Pues esa
manipulación conduce a intensificar el dolor de las familias
y de los secuestrados.
Desde hace algún tiempo, varios parientes de rehenes, no
todos, y algunos comités de apoyo, sobre todo en Francia,
equiparan las Farc y el presidente Uribe, atribuyéndole a
los dos, por igual, la responsabilidad de esa atrocidad y
del largo cautiverio de los secuestrados. Al hacer esto,
esas personas ayudan, probablemente contra su fuero interno,
a diabolizar un gobierno elegido por el pueblo.
Es cierto que las autoridades y la prensa no han brillado al
momento de repudiar ese injusto símil, esa grave
deformación, pues consideran, erróneamente, que éste es
causado únicamente por la amargura de las familias, y por el
llamado “síndrome de Estocolmo”, contra el cual, dicen, no
hay antídoto.
El problema es que ese síndrome está lejos de ser general.
Este no ha afectado a todos los parientes de rehenes, pues
muchos de éstos apoyan la orientación del gobierno de
rescatar a las víctimas por todos los medios, incluso si los
rescates terminan en la muerte del secuestrado, como es el
caso tan reciente y ejemplar de Diego Mejía Isaza.
La viuda de Diego Mejía Isaza, doña María Matilde Londoño
Jaramillo, dio las gracias a las Fuerzas Armadas y al
ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, por haber intentado
esa liberación, el 12 de julio de 2007, donde, además, un
militar, Edgar Fonseca Gómez, perdió la vida y otro,
Baudilio Peña Castillo, resultó gravemente herido.
A pesar del drama inmenso que constituye para ella y para su
familia la muerte de Diego Mejía, la viuda explicó en
Manizales: “Diego no se pudo salvar porque Dios así lo
dispuso. Los resultados no fueron los que hubiéramos
querido, pero ante la disposición de Dios, no podemos hacer
nada. El Ejército cumplió con su deber”, antes de agregar:
“La vida de mi esposo se fue, pero las de otros que le
hicieron mucho daño al país también se fueron. Espero que
esto sirva para algo”. En efecto, en la operación de rescate
cuatro de los secuestradores fueron abatidos, entre ellos
alias 'Fabio', uno de los jefes del frente 47 de las Farc.
La actitud heróica de doña María Matilde Londoño Jaramillo
debería hacer pensar a quienes aceptan pasivamente los
excesos demagógicos contra el Estado y ayudan de hecho a
crear un clima de confusión que está siendo explotado a
niveles insoportables por extremistas sin escrúpulos cuyas
metas nada tienen que ver con la liberación de los
secuestrados.
El asunto de la actitud de las familias de los rehenes debe
ser examinado de cerca pues otro episodio grave, de signo
contrario, ocurrió en Cali el 5 de julio de 2007. Carolina
Charry, la hija del diputado Carlos Alberto Charry, miembro
del grupo de rehenes que fué asesinado el pasado 18 de
junio, fué abucheada en esa capital por manifestantes, luego
de que ella pronunciara un discurso insensato en el que
acusó violentamente al gobierno de “complicidad” en la
matanza de los once diputados.
Empujada por un grupo que se hace llamar “asamblea
permanente de la sociedad civil por la paz”, Carolina Charry
dijo que el presidente Uribe no había respetado “el
compromiso” de “devolver con vida” [a los rehenes], y
proclamó que la meta de las manifestaciones del 5 de julio
era “rechazar las políticas del gobierno” que están, según
ella, “manchadas con la sangre” de su padre.
Esa caracterización errada de la jornada nacional del 5 de
julio y la acusación contra el gobierno, fueron vistas, con
razón, como una provocación por cientos de manifestantes.
Quienes empujaron a Carolina Charry a lanzar esas frases
cargadas de odio habían obtenido lo que buscaban: poner en
peligro la vida de la hija de un diputado muerto, exponerla
a una agresión verbal o física precisamente durante la
movilización en que los colombianos expresaban su repudio a
las Farc y a los secuestros.
Las manifestaciones del 5 de julio de 2007 en Colombia,
levantaron una consigna esencial, por encima de las otras:
todos contra las Farc, todos contra el secuestro como arma
terrorista.
Estamos pues ante una nueva intriga de gran
irresponsabilidad concebida por individuos que se dicen
partidarios de “la paz” y “solidarios” con las familias de
los rehenes pero que no vacilan en embarcar a las familias
víctimas de las Farc en aventuras peligrosas. Esa gente está
montando incidentes para tratar de desacreditar las
movilizaciones antisecuestros de los colombianos.
¿Cual será el próximo paso de esa curiosa Ong? Si incidentes
como ocurrido a Carolina Charry no son examinados e
investigados por las autoridades, los actores ocultos de ese
tejemaneje intentarán ir más lejos y utilizarán de nuevo,
como carne de cañón, a otros hijos, esposas y parientes de
los secuestrados.
Todos debemos estar alertas no sólo contra los secuestros
sino contra las tentativas de explotación miserable del
dolor de las familias de rehenes.
La mejor arma contra los provocadores vestidos con piel de
oveja es la claridad.
La prensa escrita y los medios de información deben abrir
más los ojos y detectar a tiempo las imposturas que les
ofrecen los manipuladores. Su responsabilidad es inmensa.
En el caso de los secuestrados hay que hacer valer los
hechos, y sólo los hechos, atreverse a distinguir la verdad
del rumor, a oponerse a las distorsiones y a la perversión
de los espíritus.
Las Farc cometen secuestros y crímenes abominables y tratan
de ocultar su responsabilidad, deslizándola a los demás, al
Estado, a la sociedad civil. Pero su acción va más lejos:
ellas tratan de impedir que los colombianos vean la realidad
claramente.
La propuesta de las Farc de crear una “zona de encuentro”
para realizar un “acuerdo humanitario” a condición de que el
gobierno retire la fuerza pública de enormes espacios del
territorio colombiano, se inscribe en ese plan. Su “acuerdo
humanitario” no tiene nada de “humanitario”. Su motivación
es militar.
Cuando el gobierno rechaza el “despeje” exigido por las Farc
no lo hace por “indolencia” ante los secuestrados, como
pretende la citada Ong, ni para impedir que éstos regresen a
sus hogares, pues él propone un acuerdo equitable y sin
despejes e incluso está dispuesto a liberar unilateralmente
ex guerrilleros arrepentidos, sino porque es conciente de la
amenaza global. El llamado “despeje” es una necesidad de las
Farc, para paralizar las fuerzas militares, no un dictado de
las víctimas de ésta. Pues los rehenes, como se sabe, no
pueden expresarse libremente. En cambio, Diego Mejía Isaza
había dicho a su esposa que él estaba a favor de ser objeto
de una liberación por la via militar en el caso de llegar a
ser secuestrado.
A la luz del incidente de Cali y de la masacre de los once
diputados del Valle, se puede concluir que los terroristas
están tratando de explotar no sólo la situación de los
rehenes, para tratar de desmantelar la política de la
Seguridad Democrática, sino que están tratando al mismo
tiempo de convertir a las familias de los rehenes en arma
arrojadiza contra el gobierno.
Lo peor que las familias podrían hacer, el peor insulto que
éstas harían a los secuestrados, y a la memoria de sus
parientes muertos, es respaldar la propaganda de quienes
secuestraron y asesinaron a sus parientes.
La actitud asumida por doña María Matilde Londoño Jaramillo
revela, sin embargo, los límites de esa estrategia. Su
actitud es una muestra de desprendimiento y de generosidad
sin precedentes. Ella constituye el honor de las familias de
los rehenes. El suyo es un llamado a oponerse con entereza a
la barbarie. María Matilde Londoño Jaramillo probó que los
parientes de secuestrados son capaces de ir hasta lo
indecible para liberarse del chantaje de los criminales.
El ejemplo dado por la viuda de Diego Mejía muestra que el
dolor de las familias no le impide a éstas hacer uso de la
razón y adoptar una postura moral decente y transcendente.
La responsabilidad de lo que ocurre a los secuestrados y
rehenes debe ser atribuida únicamente a los captores de
rehenes, a los torturadores y asesinos de rehenes, y no a
quienes buscan, por todos los medios y con toda abnegación,
su liberación.
“La condescendencia con los secuestradores es la ruina de la
civilización misma. El rescate armado de los cautivos es un
derecho de la sociedad y un deber de los hombres en armas.
Si el secuestrador muere, el rescate no ha fallado. La
sangre derramada del justo salva la de muchos, garantiza la
paz y edifica el derecho.” Estas palabras del ex ministro de
Justicia Fernando Londoño Hoyos, pariente del fallecido
Diego Mejía Isaza, pronunciadas luego del dramático
descenlace del 12 de julio pasado, no pueden ser más justas
y admirables.
* |
Periodista
colombiano,
autor del libro: "Les Farc, ou l'échec d'un communisme
de combat".
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de
2005. |
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