El
viaje del jefe de Estado venezolano a París, este 20 de
diciembre, durante el cual se entrevistó con el presidente
Nicolas Sarkozy, recuerda el periplo del primero a Bogotá,
el 31 de agosto pasado, en el que fue recibido por el
presidente Alvaro Uribe: hubo mucho bombo previo, no poca
arandela mediática, grandes promesas, abundante
pseudo-información sobre la labor “salvadora” de Hugo
Chávez respecto de los rehenes en poder de las FARC, para
terminar, en realidad, en un aporte nulo a la solución de
la cruel situación de esas víctimas.
Esta vez, en
efecto, Hugo Chávez llegó a París, como a Bogotá, con las
manos vacías y el presidente Sarkozy no obtuvo siquiera la
más mínima prueba de que Ingrid Betancourt y los otros
rehenes estén vivos. Empero, Chávez había proclamado en
las semanas anteriores que él entregaría “buenas noticias”
al presidente francés. Los parientes de Ingrid Betancourt
habían fincado grandes esperanzas en ese encuentro de
París.
El desagrado
del mandatario galo fue evidente. Al final del encuentro,
Sarkozy se abstuvo de todo comentario.
Chávez consoló
a su homólogo francés afirmando que él tenía una “carta”
del jefe máximo de las FARC, Manuel Marulanda, en la que
éste le “promete”, que antes de finalizar el 2007 le
entregará la prueba de que Ingrid Betancourt, y los demás
“canjeables”, están vivos.
Como las
promesas sólo comprometen a quien las cree, los
observadores en París no ocultaron su molestia. “Chávez
engañó al jefe de Estado”, lanzó un periodista de la
popular Radio Classique. Otro estimó en el mismo
media que Chávez “se sirve de la causa de Ingrid
Betancourt como arma política”[1].
En Francia,
algunos analistas saben que Manuel Marulanda hace más 50
años promete la “paz” a los colombianos al mismo tiempo
que sus esbirros siembran la muerte donde pueden. También
es cierto que el jefe de las FARC no ha sido visto desde
hace varios años y que algunas personas, generalmente bien
informadas, aseguran que el hombre está muerto y enterrado
en un frío páramo andino.
Sin embargo,
en la rueda de prensa, Chávez aseguró que el tenía el
“compromiso de Marulanda” de que las pruebas de vida
llegarán antes del fin de año y que él mismo le había
enviado un mensaje: si las FARC liberan “a un primer grupo
de rehenes”, él, Chávez, iría al Caguán colombiano, a una
“zona de encuentro”, para “instalar un diálogo” y que en
ese caso hasta el mismo presidente Uribe estaría dispuesto
“a ir allá”.
Como se vé,
todo el arte de Chávez es hacer que sus interlocutores
registren como avances significativos lo que no son más
que hipótesis confusas y construcciones en el aire. Pues
Bogotá no ha aprobado jamás que el presidente Chávez
incursione en Colombia para ver a Marulanda, ni para
“instalar diálogos” con quien sea. Lo que el presidente
Uribe ha dicho a su homólogo venezolano es que puede ver a
quien quiera pero en Venezuela.
Es evidente
que el objetivo del presidente Chávez es hacer que Bogotá
y París acepten de buen grado la visión que tienen las
FARC de este asunto: que las negociaciones sobre la
hipotética liberación de sus víctimas sean tratadas dentro
de una perspectiva de largo plazo, de tres o más años, lo
que constituiría, de hecho, una prolongación inútil de la
agonía de los rehenes y de la angustia de sus familiares.
Ese largo plazo es lo que necesitan las FARC para
reconstruir sus redes internacionales y arrimarse a las
cancillerías europeas bajo el pretexto de que adelantan
una labor “humanitaria” en “favor” de los rehenes.
Contra esa
detestable pretensión ni Nicolas Sarkozy ni sus asesores
osaron pronunciarse, mientras que el presidente colombiano
sí lo hizo: Alvaro Uribe explicó desde Bogotá a Chávez
que su misión para obtener la liberación de los rehenes no
podía ir más allá del próximo 31 de diciembre[2].
Pocos desean en Bogotá que Chávez se eternice en ese papel
de “mediador”.
De mediador
bastante atípico, por cierto, pues el jefe de Estado
venezolano rompió con el equilibrio y la neutralidad que
esa gestión exigía al recibir con grandes abrazos a los
jefes de las FARC en Caracas, como ocurrió con Iván
Márquez, Rodrigo Granda y José Santrich, el menos conocido
de los tres. Santrich podría haber sido enviado por la
dirección de las FARC para que vigile en Caracas cada
palabra y cada gesto de sus otros dos cómplices, como
hacían en sus buenos tiempos los agentes de Stalin.
Con su
política de “intercambio humanitario” las FARC pretenden
hacer creer a París que, por otra parte, los secuestrados
son sólo 45, cuando en realidad hay más de dos mil
personas que han caído en manos de esa banda en los
últimos años. Varias de ellas fueron asesinadas o murieron
en cautiverio[3]
sin que hoy se sepa dónde están enterrados sus despojos.
Sus nombres, y los nombres de los que aún permanecen en
cautiverio, no son siquiera mencionados por los activistas
del llamado “intercambio humanitario”, ni por Hugo Chávez.
La liberación de todos los secuestrados debería ser una
exigencia de los comités de apoyo a Ingrid Batancourt y de
las cancillerías europeas.
Hugo Chávez
quiso inmiscuirse en el asunto de los rehenes de las FARC
y logró que el presidente Uribe aceptara tal ayuda. Pues
Hugo Chávez había dado a entender que trabajaría
rápidamente gracias al hecho de que la banda secuestradora
lo ve como un lider revolucionario.
No obstante,
hace más de tres meses que Chávez comenzó a trabajar en
ese campo, con la ayuda de Piedad Córdoba, senadora
colombiana que se dice liberal pero que no oculta sus
fuertes simpatías por Manuel Marulanda. Bajo el pretexto
de ayudar a resolver el drama de los rehenes, ella viaja a
todas partes, incluso a los Estados Unidos, donde las
autoridades tienen en la cárcel a tres o cuatro
guerrilleros de las FARC condenados por trafico de drogas.
En esos tres
meses Chávez faltó a la promesa de obrar rápidamente: no
logró la prueba de que los rehenes estén vivos, no pudo
reunirse una sola vez con el fantasmagórico Marulanda. Hoy
no se sabe si Chávez tiene, realmente, un plan para
convencer a las FARC de dejar en libertad a esas personas.
Lo que sí ha
logrado Chávez en estos 90 días es la instalación en
Caracas de tres jefes de las FARC con abultado pasado
criminal. Posiblemente unidades más vastas de las FARC
están escondidas en Venezuela. La prensa venezolana recoge
rumores en el sentido de que Ingrid Betancourt podría
estar, bajo fuerte custodia, en Venezuela. Alentado por
esos “progresos”, el jefe visible de las FARC, Raúl Reyes,
ha pedido a la Unión Europea retirar esa banda de la lista
de organizaciones terroristas.
Ello muestra
que para las FARC la suerte de Ingrid Betancourt y de los
otros rehenes, colombianos y norteamericanos, es la última
de sus prioridades. Tratados en unos casos como simples
escudos humanos y en otros como moneda de cambio, los
rehenes son usados también para frenar el avance de las
fuerzas armadas en las selvas colombianas y para
reconstruir, ahora, una imagen potable de las FARC en
Europa.
A su vez, el
expediente de los rehenes colombianos le sirve a Chávez
para distraer la atención, sobre todo en Francia, sobre
sus lamentables intentos para demoler las libertades en
Venezuela a través de una nueva farsa electoral y una
nueva “constitución” cuyas líneas generales se inspiran en
la “constitución” de Cuba. Le sirve también de mampara
para eclipsar sus obscuras operaciones con la dictadura
iraní, con ayuda de la cual Caracas quiere dotarse de
plantas nucleares y de fanáticos predicadores
“antiimperialistas”.
La incapacidad
de Chávez para obtener resultados concretos, aún así sea
una foto de los rehenes, aumentó la tendencia de quienes
creen que Ingrid Betancourt y los rehenes norteamericanos
están muertos. Muestra, además, que el desorden en las
filas de las FARC es enorme. Hace algunas semanas Tirofijo
habría dado la orden a sus frentes de “recoger” esas
pruebas. Pero éstas no aparecen. Los extremistas sueñan
con un nuevo video donde Ingrid Betancourt le pide a Uribe
despejar los dos municipios que exigen las FARC como
condición para iniciar la discusión sobre el “canje
humanitario”. Si los “frentes” de las FARC no pueden
hacerlo, es porque los rehenes han sido asesinados o
perecieron en la selva, o porque sus carceleros no logran
cruzar las líneas de las fuerzas militares para llevar
hasta a Caracas esas presiones.
Chávez quería
dar señales de que su gestión ante las FARC avanzaba antes
del referéndum constitucional. No conseguirlo no le ayuda.
Con la prueba de vida, Sarkozy quería, por su parte,
capitalizar la popularidad de los esfuerzos de solidaridad
por Ingrid Betancourt y abrir, incluso, una “fase de
negociaciones” con las FARC. Pues nada parece resistir a
la razón de Estado. La decepción es grande en el Eliseo.
Otra
dificultad para el “canje humanitario”: la mayoría de los
guerrilleros de las FARC encarcelados hizo saber, una vez
más, a mediados de noviembre de 2007, que no quieren ser
objeto de ese “canje” pues no quieren volver a combatir
con las FARC.
Pese a la
amarga decepción, la familia de Ingrid Betancourt sigue
confiando en la buena estrella de Hugo Chávez. Resignados
ante ese extraño y largo status quo, los media y los
comités de apoyo parecen sumergidos por una nube de
conformismo que les hace tomar las frases rituales de Hugo
Chávez como algo infalible y necesario. París, por lo
pronto, deberá esperar a que las FARC se dignen probar que
han sido capaces de mantener en vida a sus numerosos
secuestrados y que las chocantes dilaciones no son un
intento para ocultar una realidad horrible.
[1]
Radio Classique, noticiero de
la mañana del 21 de noviembre de 2007.
[2]
Unas horas después de escrito este
artículo, el presidente Alvaro Uribe canceló la
mediación del presidente Chávez por haber éste violado
el protocolo de su misión: Chávez había llamado por
teléfono al comandante de las fuerzas armadas
colombianas.
[3]
Según Fondelibertad (Fondo Nacional para la Defensa de
la Libertad Personal), una Ong colombiana, entre 1966
y mayo de 2007 fueron secuestradas 762 personas. De
ellas, 342 fueron asesinadas en cautiverio. Según la
Fundación Nueva Esperanza, las Farc “dan a las
familias ocho meses para pagar, y si no lo hacen el
secuestrado es asesinado y después cobran 20 millones
de pesos para devolver el cadáver.” Por ese motivo,
durante 2006, 45 secuestrados fueron asesinados.