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Pavel Rondón y sus aventuras en Colombia
Eduardo Mackenzie
lunes, 12 marzo 2007


Cogido con las manos en la masa, el embajador de Venezuela en Colombia, Pavel Rondón, no tuvo más remedio que negar los hechos. Sin embargo, alguien había filmado la escena y un canal de televisión de Bogotá no se privó de mostrar las imágenes de los abusivos actos del diplomático. En el video se ve a Rondón presidiendo la mesa directiva de un mitin en Armenia (Quindío), a 286 kilómetros al oeste de Bogotá, organizado por el grupo extremista Polo Democrático Alternativo, donde fueron lanzadas violentas arengas contra el gobierno de Álvaro Uribe y vivas al régimen chavista.  

El activo Pavel Rondón, quien  asumió ese cargo en Bogotá hace apenas tres meses, agravó su caso al declarar, el mismo día, en otra reunión en Armenia, que el Partido Liberal colombiano, formación que él dice estar siguiendo “desde hace tiempo” desaparecerá dentro de unos meses, pues Fidel Castro se “lo ha dicho”. Específicamente, Rondón dijo estas palabras: "Yo creo que lo que va a pasar dentro de un año con el partido Liberal es que puede desaparecer. ¿Por qué? Porque lo estamos analizando. Eso nos lo dijo Fidel [Castro]. El partido Liberal de Colombia, lo dijimos en aquel momento, claro, eso fue internamente en la Embajada y le vamos a hacer seguimiento".

 

La extraña actuación de Rondón, ocurrida el pasado 3 de febrero, pero conocida por los media  un mes más tarde, suscitó un vivo rechazo de la opinión. Carlos Holguín Sardi, ministro colombiano del Interior, dijo que ese acto era una “demostración contundente de intromisión en los asuntos internos de Colombia”. Fernando Araújo, el canciller colombiano, exigió por su parte “respeto para los asuntos internos de Colombia”, y prometió que “de ninguna manera vamos a permitir que un gobierno extranjero intervenga en nuestros procesos electorales”. Araújo reveló que hubo, en efecto, dos otras intromisiones venezolanas recientes. La primera: una candidata a la alcaldía de la isla caribeña de Providencia, recibió promesas de respaldo político y económico de Caracas. Por otra parte, Araújo informó que Caracas está organizando grupos de “instrucción política” para incitar a colombianos que viven en Venezuela (y que tienen la doble nacionalidad) para que voten en el limítrofe departamento de Arauca por el opositor PDA en las elecciones regionales colombianas de octubre.

 

Aberrantes, las andanzas de Pavel Rondón, violatorias de la Convención de Viena, habrían suscitado una declaración de persona non grata si él las hubiera cometido en Europa o en Estados Unidos. En Colombia no. Pensando quizás que más vale un agente conocido que uno por conocer, y que el comercio entre los dos países no debe ser perturbado por los desafueros de un diplomático extranjero, Bogotá parece haber aceptado las confusas explicaciones del funcionario chavista y declaró, a pesar de las frases de los ministros Holguín y Araújo, cerrado el incidente. Empero,  el senador Jairo Clopatofsky y un grupo de políticos uribistas pidieron la expulsión del diplomático.

 

El caso Rondón merece, sin embargo, más reflexión. Es cierto que ese episodio ha sido leído de diferentes maneras. Para la oposición castro-marxista colombiana, y para los liberales “de avanzada”, lo de Rondón no es más que un error aislado de un funcionario imprudente[1]. Esa lectura falsamente ingenua de las cosas tiene el mérito de aletargar la acción vigilante del Estado y distraer la atención del público sobre los continuos esfuerzos de penetración del chavismo en Colombia. Caracas no se contenta con ayudar a las Farc, permitiéndole, como ha sido constatado por la prensa de los dos países, instalar unidades de combate en  su territorio, donde éstas podrían estar escondiendo algunos de sus secuestrados, sino que intenta además instrumentalizar a los grupos de oposición colombianos. El caso del PDA es el ejemplo más visible pero no es el único. La crisis del Partido Liberal colombiano no es ajena a actividades de sapa similares[2] a las que precedieron el derrumbe de los dos grandes partidos tradicionales venezolanos, el socialdemócrata Acción Democrática y el social-cristiano Copei, blancos de la subversión castrista durante décadas. El colapso de esas formaciones abrió las puertas a la aventura golpista y electoral del coronel Hugo Chávez.

 

Los chavistas colombianos intentan borrar de la conciencia ciudadana el hecho de que una amenaza totalitaria se está erigiendo en Venezuela, donde el régimen, remilitarizado por el eje Rusia-Irán-Corea del Norte, apuesta a la derrota de los planes de Uribe de consolidación de la democracia representativa y de desmantelamiento de las Farc. Ese eje internacional combate la línea de George W. Bush de impedir la proliferación en el continente de gobiernos liberticidas bajo la tutela de los petrodólares de Chávez.

 

Otro aspecto no menos crucial del episodio Rondón es que expuso parcialmente la actividad consecuente de los agentes de Chávez en Colombia. Mostró que dentro de la llamada “oposición democrática” colombiana hay grupos cipayos dispuestos a hacerle el juego a esos intereses. Es posible que el recién descubierto “comité de solidaridad y amistad con Venezuela”, animado por el PDA, no sea sino uno de los tantos aparatos diseñados para permitirle a Venezuela inmiscuye en la vida de los partidos colombianos y de la vida de las ciudades. No es por casualidad que en los últimos meses la prensa haya constatado un aumento de candidatos a las elecciones regionales de octubre que exhiben su simpatía por el régimen chavista. Según un diario colombiano[3], esa tendencia es patente en  ciudades importantes como Medellín, Cali, Cúcuta, Bucaramanga, Armenia y Riohacha, así como en los departamentos de Atlántico, Arauca y en los dos Santanderes.

 

Como si fuera poco, se hace más evidente que Chávez pretende explotar la carta del diferendo que existe entre Colombia y Nicaragua. Este último país, presidido ahora por  el tristemente célebre líder sandinista Daniel Ortega, ex títere de Fidel Castro en los años 80 y ahora muñeco de Hugo Chávez[4],  pretende desconocer un tratado firmado el siglo pasado por Nicaragua y Colombia que otorga a Colombia la soberanía sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia.  

 

Las premisas de la “desaparición” del partido liberal, prevista por Chávez y Castro, comienzan ya a ser visibles, por la división y confusión ideológica que reina en el seno de esa colectividad. Ese deterioro avanza por la vía disimulada de la alianza-fusión que el marxista PDA le propone al sector liberal anti-uribista. Por otra parte, el PDA trata de frenar a quienes aspiran a reunificar al partido liberal y reconciliarlo con Uribe. Los arquitectos de la absurda movida antiliberal invocan la creencia de que una concordancia estable entre una organización marxista como el PDA  y un partido liberal es posible. Ellos hacen como si la Guerra Fría hubiera terminado  no en el derrumbe del comunismo y en la victoria espléndida del liberalismo económico y político, sino en una convergencia entre partidos marxistas y partidos “burgueses”.

 

Es obvio que la “desaparición” del partido liberal colombiano a que aspira Caracas, sería la primera fase de un plan destinado a destruir el bipartidismo colombiano, es decir la personalidad histórico-política de los colombianos. Lo que están haciendo en Ecuador los discípulos de Chávez va en el mismo sentido y es un anticipo de lo que podría ocurrir en Colombia: el presidente Rafael Correa quiere “reducir el poder de los partidos tradicionales” para conducir el país hacia el socialismo[5]. Para eso, destituyó arbitrariamente a 57 legisladores de la oposición, con la complicidad de una corte electoral que carece de poderes para destituir a los legisladores.

 

La destrucción de los partidos “burgueses” no es suficiente. Como lo muestra el caso venezolano, al mismo tiempo que la demolición de las formaciones políticas avanza, otro proceso más subterráneo toma cuerpo: la formación de grupos de acción dentro de las fuerzas armadas para neutralizar o paralizar en el momento necesario a los mandos legítimos y reemplazarlos por mandos adictos a la conjura liberticida.

 

Lo ocurrido en Armenia, Colombia, debería hacer abrir los ojos al gobierno y a las mayorías políticas sobre los peligros que se ciernen en estos momentos contra la vida democrática por la acción, no sólo del terrorismo de las Farc, sino por el trabajo de minorías extremistas que apoyadas desde el extranjero tratan de ocupar el terreno minando y desmantelando los actores tradicionales de la vida socio-política del país. 


 

[1]  El principal diario de Bogota, El Tiempo, estimó que el incidente era una “tormenta en un vaso de agua”, en su editorial del 8 de marzo de 2007. Ese texto le resta importancia a un eventual financiamiento de los partidos colombianos de oposición por parte del régimen chavista diciendo que “los vasos comunicantes entre políticos de diversos países son casi inevitables”. Ese editorial pretende que el financiamiento del Partido Comunista Colombiano por parte de Moscú  es comparable al recibido por los liberales de fundaciones de Estados Unidos  o de la socialdemocracia europea, o la de la Falange española a los conservadores. Esa comparación es inaceptable: los partidos europeos y norteamericanos nunca financiaron la creación en Colombia de organizaciones armadas subversivas, mientras que la URSS sí.

[2]   Piedad Córdoba, una de las artífices de división del Partido Liberal, admitió ser admiradora  de las Farc, según revelaciones que ella mismo hizo al semanario comunista Voz (14-27 de octubre de 1998). Hoy ella es una incondicional del régimen chavista y enemiga acérrima del gobierno de Álvaro Uribe.

[3]  Ver el editorial del diario La Patria, de Manizales, del 7 de marzo de 2007.

[4]  Para agradecerle la ayuda financiera prestada a su campaña electoral, Daniel Ortega le regaló a Chávez varios manuscritos originales de Rubén Darío, gesto abusivo que desató las criticas de varios intelectuales nicaraguayos quienes piden la restitución de los mismos por hacer parte del patrimonio cultural de Nicaragua.

[5]  Reuters, 8 de marzo de 2007.

 

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Periodista colombiano, autor del libro: "Les Farc, ou l'échec d'un communisme de combat".
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de 2005.


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