De
Ernesto Guevara no queda más que una efigie, una foto
retocada y monótona, que portan miles de adolescentes en el
mundo, por rutina es cierto, pues la gran mayoría de ellos
ignora que el hombre impartía la muerte a donde quiera que
fuera. Pocos entre ellos han leído los textos del personaje,
donde la violencia llamada “política” es el alfa y omega de
un pensamiento que se pretende revolucionario, justiciero y
puro.
El 40 aniversario de la muerte del Che, gris
a más no poder, muestra que la verdad respecto de ese
personaje se abre paso, por fin, en los cinco continentes. A
diferencia de lo que ocurrió en otras ocasiones, esta vez
sólo hubo dos celebraciones oficiales. La más obvia de
todas, la de Cuba, fue un acto rutinario, sin brillo, pues
Raúl Castro, quien reemplaza a su hermano Fidel en la
conducción de la isla, nunca fue un idólatra de “el
argentino”, como Raúl llamaba a Guevara.
En Bolivia, la celebración fue repudiada por
más de la mitad de la ciudadanía. Esta, con razón, no acepta
que Evo Morales haga el elogio de una invasión de
mercenarios que a mató a 55 soldados bolivianos (y a algunos
civiles), y que pretendía, en 1967, poner el país bajo la
bota de la dictadura cubana. “El homenaje debería ser hecho
a los soldados que derrotaron a ese invasor”, estimó el
general Gary Prado, quien dirigió la columna militar que
capturó al Che. El general Ricardo Farfán, comandante de la
octava división del Ejército, encabezó un acto militar en
honor de las fuerzas militares que combatieron a los
guerrilleros de Guevara. Ningún ministro de Morales se hizo
presente.
En Caracas, el homenaje oficial al Che se
vino al suelo cuando los delegados de las Farc, invitados
bajo el pretexto de los pretendidos diálogos con el
presidente Hugo Chávez para la liberación de los rehenes en
Colombia, no pudieron llegar a tiempo. La “revolución
bolivariana” iba a mostrarlos como el ejemplo vivo de la
actualidad del pensamiento del Che. Los “ejemplos vivos”
irán sin duda a Caracas un día, cuando puedan, pues en estos
días dependían de un salvoconducto que su enemigo, el
gobierno del presidente Alvaro Uribe, no quiso darles.
El culto del “héroe” cubano-argentino había
decaído bastante en los años 1990. Pero fue revivido en 1997
por La Habana tras el hallazgo (que algunos cuestionan), de
los restos del guerrillero en Bolivia y la construcción de
un mausoleo en su honor en Santa Clara. Diez años después,
el mito del “hombre más maduro de esta época”, como lo
llamara un día Jean-Paul Sartre, se destiñe y los estudios
críticos comienzan a interesar al gran público.
En Francia, donde tantos intelectuales de
renombre avalaron durante décadas el sistema soviético y sus
satélites, y cerraron los ojos ante los crímenes inmensos
del comunismo, también se instala un nuevo clima de
reflexión sobre esos temas. Numerosos artículos, reportajes
y libros que muestran al verdadero Guevara, vienen siendo
publicados desde 2004. En octubre de ese año, Le Monde
publicó un texto impecable bajo el título de “El guevarismo
no es un humanismo”. El mismo año, el diario madrileno El
País dejó pasar un artículo excelente: “El mito truncado
del Che”, que recordaba todos los fracasos repetidos del
personaje cuando se desempeñó como guerrillero, economista,
diplomático y político. En noviembre de 2006, la revista
francesa Historia publicó un dossier de cuatro
textos. El de Remi Kaufer habla del Che como títere de
Fidel, el de Jacobo Machover examina las matanzas en La
Cabaña, el de Vincent Bloch la destrucción de la economía de
la isla, y el de Paul-Eric Blanrue trata acerca del
“comandante de las guerras perdidas”.
El nuevo ensayo de Jacobo Machover, escritor
e historiador cubano exilado en Francia, publicado en
francés hace unos días, es uno de los más penetrantes y
agudos. “La face cachée du Che” muestra al hombre
autoritario que era Guevara, temido hasta por sus
colaboradores más cercanos y autor de cientos de
fusilamientos ilegales y de otras atrocidades en Cuba, el
Congo y Bolivia. Machover revive, en particular, los crueles
episodios del cuartel de La Cabaña, donde el Che, tras el
triunfo del ejército rebelde, hizo fusilar a 164 personas,
entre el 3 de enero y el 26 de noviembre de 1959, actividad
por la que se ganó el apodo de “el carnicerito”. Antes de la
derrotta de Batista, el Che había ordenado el fusilamiento
de otras tantas personas, incluidos algunos de sus propios
combatientes.
No todas las víctimas de Guevara eran, como
la propaganda castrista afirma, “esbirros” de Batista. En La
Cabaña había opositores políticos y gente inocente. El caso
de Rafael García, 26 años, un agente de policía que nunca
participó en hechos de sangre, es conocido. Condenado a
muerte en un simulacro de juicio, fue pasado al paredón por
el lider guerrillero. Sergio García logró demostrar la
inocencia de su hermano a Ernesto Guevara. La respuesta de
éste fue: “Su hermano es quizás inocente, pero el portaba un
uniforme azul. Debe entonces morir”.
Este 8 y 9 de octubre, la prensa parisina
publicó artículos sobre los 40 años de la muerte de Guevara.
“El Che, angel cruel, cae de su pedestal”, titula Le
Figaro, el principal matutino del país. François Hauter,
autor del texto, dice : “El
Robespierre cubano era un
torturador iluminado y sin piedad”. La
revista L’Express no se queda atrás. El reportaje de
Alex Gyldén se intitula “Guevara: sangre sobre la estrella”.
Gyldén entrevistó a varios testigos de esa época aciaga,
entre ellos al sacerdote Javier Arzuaga, ex capellán de La
Cabaña, quien publicó en 2006 sus memorias y algunos de los
testimonios que recibió de los condenados a muerte. “El Che
nunca trató de ocultar su crueldad”, estima el sacerdote.
“Por el contrario. Entre más se le pedía compasión más él se
mostraba cruel. El estaba completamente dedicado a su
utopía. La revolución le exigía que hubiera muertos, él
mataba; ella le pedía que mintiera, él mentía”. Arzuaga
evoca un detalle que dice más que lo anterior: “En La
Cabaña, cuando las familias iban a visitar a sus parientes,
Guevara, en el colmo del sadismo, llegaba a exigirles que
pasaran delante del paredón manchado de sangre fresca…”
El historiador Pierre Rigoulot, dedica
páginas interesantes al Che en su voluminoso trabajo
intitulado “Coucher de soleil sur La Havane, la Cuba de
Castro, 1959-2007”. Guevara, dice Rigoulot, “rechazaba los
compromisos y las contingencias de la vida cotidiana, lo
que para ciertos analistas constituye una fascinación por la
muerte, mientras que otros ven como una sed de santidad y de
amor por lo absoluto”.
En su libro de 1965 El Socialismo y el
hombre en Cuba Guevara aborda el tema del “hombre
nuevo”, utopía central de los dos grandes totalitarismos, el
comunismo y el nazismo, y dice trivialidades como ésta: “El
hombre nuevo será completo, total, pleno”, y alcanzará “la
plena realización como creatura humana”. Su aporte original,
si lo hay, tiene que ver, por lo contrario, con la
devastación y la muerte: el Che preconizaba la destrucción
de la civilización occidental, “la cual oculta detrás de su
fachada pomposa una banda de hienas y chacales”. Rigoulot
concluye: “Su exaltación de la muerte, asociada a su
incompetencia en materia económica y financiera cuando era
ministro, ofrecen algunos datos útiles para desmontar el
personaje así como la ideología que lo acompaña: lo
importante para él es vivir lo trágico de la Historia (‘la
hora de los braceros’), rechazar la prosaica y apagada
búsqueda de una expresión democrática y del desarrollo
económico.”
Guevara era, en efecto, un exaltado que no
vaciló en decir ante una asamblea general de la ONU estas
palabras escalofriantes: “Sí, nosotros hemos fusilado;
nosotros fusilamos y seguiremos fusilando hasta cuando sea
necesario”. Otro aporte de Guevara al “humanismo” de todos
los tiempos, que los jóvenes pacifistas que deambulan con
el rostro del Che en sus pechos probablemente ignoran, es
esta fórmula de antología de su conocido Mensaje a la
Tricontinental, que constituye, en verdad, su único
testamento político: “el odio intransigente del enemigo”.
Ese, “odio intransigente del enemigo” es el que, según
Guevara, “empuja más allá de sus límites naturales al ser
humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y
fria máquina de muerte”.
Impermeables a esta revolución teórica
y a todo diálogo, los grupúsculos de extrema izquierda
francesa, son los únicos que intentan relanzar el culto del
Che. El diario comunista L’Humanité lanzó un ladrillo
de varias páginas para tratar de demostrar la “originalidad”
del pensamiento de Guevara. El resultado no es convincente.
Por su parte, Olivier Besancenot, lider de la trotskista
LCR, publicó un panfleto elogioso, que evita, claro está,
los puntos más obscuros y terribles del hombre. Allí el
lector encontrará, en cambio, una serie de lugares comunes y
de interpretaciones abusivas sobre Guevara, como aquella que
pretende que “la meta definitiva” de éste era “el cambio
social con desarrollo individual”.
No es sino ver lo que la dictadura de
los hermanos Castro ha hecho de Cuba para adivinar qué es lo
que promete Besancenot con su “cambio social con desarrollo
individual”. El jefe de la LCR no es el único en poner en
remojo un cierto discurso habitual. Aleida Guevara March,
la hija de Ernesto Guevara, aseguró en estos días en París:
"El Che no fracasó, los pueblos se agotan, pero las
revoluciones siguen siendo posibles". ¿De qué tipo de
revolución habla ella? Aleida Guevara March no es muy
diserta al respecto, ni acerca del nuevo socialismo que
impulsan los Castro, Chávez, Morales y Ortega. Ella habló,
eso sí, de una categoría obscura : de “la nueva sociedad más
fuerte”. ¿Un nuevo tipo de dictadura?
En Colombia, algunos periodistas, sin
mentirse sobre el fracaso de la cosmogonía guevariana, no
pudieron evitar, a pesar de todo, la trampa de la
comparación entre el Che y Cristo, entre el Che y Rimbaud.
Esa comparación es absurda. Ni Cristo ni Rimbaud llegaron a
matar a nadie.
* |
Periodista
colombiano,
autor del libro: "Les Farc, ou l'échec d'un communisme
de combat".
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de
2005. |