Gustavo
Petro y el
fin de
Savonarola
Eduardo
Mackenzie
viernes,
9 febrero
2007
|
Nueva
campaña de violenta diabolización contra Álvaro Uribe, el
presidente de Colombia. Los artífices de la misma son, una
vez más, los cabecillas de un partido extremista dirigido
por ex guerrilleros, que no saben cómo desmantelar un
gobierno liberal-conservador con enorme respaldo popular.
El infundio desgastado de que Álvaro Uribe es un
“paramilitar”, o de que Álvaro Uribe es “laxista” con los
paramilitares, viejo refrán usado desde hace más de diez
años, vuelve a ser lanzado en tono altanero por Gustavo
Petro, un senador marxista que abusa de sus prerrogativas,
miente sin vergüenza a sus electores y amenaza a la gran
prensa que no le hace eco suficiente a sus provocaciones.
Gustavo Petro, del Polo Democrático Alternativo (PDA), busca
con esas gesticulaciones cumplir una vieja ambición:
“empapelar al presidente”, “montarle” un juicio de
responsabilidad ante el Congreso. “Lo que me interesa ya no
es tanto la parapolítica”, dijo Petro a una revista
bogotana, refiriéndose a las investigaciones judiciales
sobre los nexos supuestos de algunos congresistas con los
paramilitares, “lo que quiero es la cabeza del presidente”.
La nueva campaña de Gustavo Petro fue desatada poco después
de que el vicepresidente de la República, Francisco Santos,
viajara a Madrid para una importante entrevista con Miguel
Ángel Moratinos, cuyo tema es la firma, en marzo de 2007, de
un Acuerdo de Asociación Estratégica entre España y
Colombia. En los mismos días, la ministra de Relaciones
Exteriores de Colombia, María Consuelo Araújo, comenzó una
gira diplomática por Europa para reforzar los lazos de
amistad y cooperación entre Colombia y España, la Gran
Bretaña, Bélgica, Suiza y Alemania. El 6 de febrero, el
presidente Uribe obtuvo, en Nueva York, nuevo apoyo de la
ONU para Colombia, luego de una entrevista con el secretario
general Ban Ki-moon. Y, sobre todo, recibió la buena noticia
de que Washington continuará su importante ayuda al Plan
Colombia, tras un encuentro con Condolezza Rice. Por su
parte, el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, realizó
enseguida una visita a Bruselas para pedir el apoyo de la
Unión Europea, de la OTAN y del gobierno belga en la lucha
contra el terrorismo y el narcotráfico.
¿La diatriba de Petro buscaba poner una zancadilla a los
esfuerzos de Álvaro Uribe y su equipo por reforzar los lazos
de Colombia con potencias extranjeras?
EL PDA fue fundado por ex miembros del grupo terrorista M-19
que entregó las armas y pactó su reconversión a la vida
civil con el gobierno en 1990. Pero sus líderes, hoy bajo la
tutela del Partido comunista, nunca evolucionaron hacia
posiciones democráticas ni aceptaron romper con el marxismo
ni con la ideología de la violencia como método para imponer
un ideal político. Si esos jefes no han vuelto a tomar las
armas, nunca criticaron las violencias de las Farc y del Eln,
al mismo tiempo que utilizan el Congreso de la República
para impulsar una propaganda de destrucción de la sociedad
capitalista.
Como el masivo desmantelamiento de los paramilitares de
extrema derecha, el encarcelamiento de sus jefes y el inicio
de los procesos judiciales contra éstos se desarrolla
normalmente, bajo control del gobierno, del poder judicial y
de la OEA, sin que ello eche por tierra el régimen
imperante, como lo esperaba el PDA, el exaltado senador saca
de nuevo de su cubilete las viejas injurias que el había
proferido en ocasiones anteriores contra el jefe de Estado.
Esta vez centra sus ataques contra Santiago Uribe, hermano
del presidente, quien había sido calumniado por Petro en
años anteriores por pura venganza contra su hermano. Ello
fue seguido de atentados contra Santiago Uribe por parte de
la guerrilla, sin que Petro hubiera jamás podido probar nada
contra él.
Esta vez, Petro promete abrir un “debate” en el Congreso
para revisar la actuación del Presidente Uribe en 1995,
cuando era gobernador del departamento de Antioquia.
Excedido por esas acusaciones, el jefe de Estado replicó con
un ímpetu justificado. Rechazó las insinuaciones y le
reprochó a Petro su sulfuroso pasado político. “Quienes
incendiaron el Palacio de Justicia con los dineros del
narcotráfico, simplemente se quitaron el camuflado, se
pusieron traje de civil y llegaron al Congreso a querer
dictar cátedra de moral al país. Unos lo han hecho muy bien,
otros, infortunadamente, pasaron de ser terroristas de
camuflado a ser terroristas de traje civil”, declaró el
mandatario.
Hace seis años, al final del gobierno de Andrés Pastrana,
Colombia se hallaba al borde de un abismo: el terror
comunista y paramilitar se combatían ferozmente y se
apoderaban, al mismo tiempo, de amplias regiones del país,
mientras que comandos de las Farc y del Eln asesinaban
civiles y hacían explotar bombas en las ciudades y
secuestraban cientos de personas donde podían. Al mismo
tiempo, exigían al timorato gobierno, quien creía que
doblegaría a la subversión conversando con ella, paralizar
las fuerzas armadas y entregar a las Farc la mitad del
territorio nacional.
Como el presidente Álvaro Uribe paró en seco esa dinámica
suicida de capitulación y de polarización y guerra civil,
los terroristas quieren eliminarlo política y físicamente.
Pues Uribe convenció a los paramilitares de que se
desmovilizaran y empujó, al mismo tiempo, gracias a los
esfuerzos de las fuerzas armadas y de los Estados Unidos, a
la narco-guerrilla de las Farc hasta sus cuarteles de
invierno. Eso no se lo perdonan las Farc ni sus
simpatizantes, la extrema izquierda pro-chavista que, con el
PDA a la cabeza, siguen soñando con la guerra civil pues
saben que ése es el único trampolín que les queda para
apoderarse algún día del poder.
Las campañas recurrentes de odio del PDA y consortes contra
Uribe es probablemente la concreción de una fase de esos
planes siniestros.
El terrorismo hostiga a Álvaro Uribe y a su familia desde
hace 25 años. Pues él había tenido el valor de oponerse a
los planes expansionistas de las Farc y del Eln en el
departamento Antioquia desde que comenzó a hacer política.
En 1983, cuando Álvaro Uribe era alcalde de Medellín, su
padre Alberto Uribe Sierra fue asesinado por las Farc. En
ese mismo atentado su hermano Santiago fue gravemente
herido, pero sobrevivió a pesar de que una bala le había
destrozado un pulmón. Álvaro Uribe fue elegido después
gobernador de Antioquia (1995 a 1997). En 1996, las
guerrillas atacaron La Carolina, la finca de Santiago Uribe,
y asesinaron al mayordomo. Como no mataron a Santiago Uribe,
lo acusaron de ser un “narcotraficante”. La Fiscalía
investigó, no los autores del atentado, quienes seguían en
libertad, sino a la víctima atacada y calumniada por los
terroristas. La Fiscalía interrogó a Santiago Uribe y no
encontró nada y archivó el expediente tres años más tarde.
En 1997, las Farc intentaron impedir las elecciones en
Antioquia. No lo lograron pues el gobernador les hizo
frente. En represalia, el ELN atentó contra Álvaro Uribe en
el pueblito de San Francisco. El gobernador salió ileso pero
los asaltantes dejaron sin vida a un sacerdote que lo
acompañaba y secuestraron después a una delegación de la
OEA.
Hicieron otro tanto en 2002 cuando Álvaro Uribe era
candidato presidencial. Reincidieron durante la ceremonia de
pasación del poder: las Farc lanzaron varios morterazos
contra el palacio presidencial, matando una decena de
habitantes de un barrio pobre. Meses después, intentaron
secuestrar a los hijos del mandatario.
Gracias a la derrota que los terroristas están sufriendo por
parte de las fuerzas militares y de policía, el jefe de
Estado está más protegido que antes. Sin embargo, no lo está
frente a las operaciones de diabolización mediática.
Colombia no tiene una legislación seria en materia de
difamación y la subversión utiliza a fondo esa falla. El PDA
cuenta con el desconcierto de la población frente a esa ola
de intoxicación y capitaliza la actitud de algunos
periodistas que, por razones ideológicas, nunca entendieron
el sentido de la lucha de Uribe por la restauración de la
autoridad del Estado.
Ese clima turbio que el PDA está creando en las ciudades con
fuerte apoyo de la dictadura chavista y de extremistas
europeos, podría ser el preámbulo de una nueva serie de
atentados contra el jefe de Estado. Sobre todo si no hay una
movilización masiva, en las calles, de los partidos y
movimientos que apoyan al gobierno, de repudio contra la
violenta cruzada difamatoria del PDA.
Pues de lo que se trata es de paralizar la acción del Estado
y obligar a Uribe a reducir la presión sobre las Farc. Como
no han logrado doblegar al presidente, la subversión trata
de destruir moralmente a su familia. En junio de 2005,
Gustavo Petro, en una sesión plenaria del Senado, acusó a
Santiago Uribe de ser el jefe de una organización
paramilitar. Dijo que presentaría las pruebas de ello pero
nunca lo hizo. Poco después la finca de Santiago Uribe en
Antioquia fue atacada de nuevo e incendiada.
Después de tantos años, ninguno de los adversarios de Álvaro
Uribe ha podido probar que él y su familia han tenido
vínculos con los paramilitares. El frenético odio contra
Uribe viene, en realidad, del hecho de que él es un
importante líder democrático latinoamericano, el ejemplo
vivo de que el triunfo contra la subversión castrista es
posible en Latinoamérica y que la lucha contra el terrorismo
comunista, encarnado en Colombia por las Farc, una creación
de la derrumbada Unión Soviética, es indispensable para que
la libertad, la prosperidad y la democracia representativa
sean preservadas en el continente.
Las acusaciones anti-Uribe son absurdas. Álvaro Uribe fue
quien abrió la vía a la rendición masiva de los
paramilitares. Ningún otro presidente intentó siquiera
hacerlo. Ese proceso es un ejemplo para el mundo entero: 31
000 hombres en armas fueron desmovilizados y sus jefes están
encarcelados y serán juzgados. No habrá impunidad ni indulto
para quienes cometieron delitos atroces. Al mismo tiempo,
habrá verdad y reparación para las víctimas de los
paramilitares. Una minoría de paramilitares que siguen
activos son reprimidos: 1 700 de ellos han sido dados de
baja por las fuerzas armadas. Las guerrillas siempre dijeron
que el Estado era “paramilitar”. Ellas ven así el derrumbe
de su última superchería.
Para Gustavo Petro y su compinche el ex magistrado Carlos
Gaviria, candidato presidencial del PDA en 2006, es un
crimen haber participado en una reunión de solidaridad con
13 generales de la República que habían sido acusados de los
peores crímenes e iban a ser injustamente destituidos. Esos
militares habían sido “empapelados” por falsos testigos, un
método utilizado con frecuencia por los aparatos de la
subversión. Es un crimen también para Petro haber impulsado
la cooperación entre la ciudadanía y las autoridades en
materia de seguridad. Sin embargo, gracias a esa cooperación
centenares de atentados y de secuestros han podido ser
frustrados. EL PDA quiere desmantelar esa útil palanca de
protección antiterrorista. Por eso el PDA miente a sus
electores cuando se presenta como la “izquierda democrática”
del país y como una opción “presidencial” para el 2010.
El PDA es, en realidad, una organización liberticida
totalitaria que avanza enmascarada. Es un partido al
servicio de la dictadura chavista, una repugnante entidad
vende-patria que merece el más amplio repudio de los
colombianos, amantes de las libertades, de la justicia y de
la soberanía nacional.
Pero de tanto estirar la cuerda, el PDA va a cosechar lo que
sembró. El país se pregunta qué vínculos existen o
existieron entre cierta clase política y los paramilitares.
El quiere saber también toda la verdad sobre los vínculos
que existen o que existieron entre los cabecillas del PDA y
del Partido Comunista con la subversión armada, cuales
fueron sus relaciones ideológicas u orgánicas, sobre todo
con el M-19, el EPL, las FARC y el ELN. Pues el
arrepentimiento y la transparencia y la sanción que se
aplican hoy, con razón, a los paramilitares, no pueden ser
destinados a sólo uno de los actores de la violencia armada
en Colombia. “Paras” y guerrilleros, unos y otros, cuyo
paralelismo criminal es equivalente, deben ser interrogados
por los jueces. A pesar de las numerosas amnistías que las
han protegido, las guerrillas y sus expresiones políticas
deben ser expuestas ante los tribunales de justicia.
El senador Petro, que se comporta como alguien que ha
perdido todo sentido de la realidad, tiene mucho que
aclararle al país sobre su propio pasado político, y el de
sus amigos. El PDA debería ver bien lo que hace su líder.
Sus excesos lo han llevado muy lejos. ¿La historia de
Jerónimo Savonarola le dice algo? El predicador florentino,
que buscaba regresar al ideal medieval de fundir poder
espiritual y temporal, terminó en 1498 abandonado por sus
seguidores, quienes se cansaron de sus excesos. Tras
declarar que el Papa Alejandro VI no era Papa, Savonarola
fue excomulgado y pereció en la hoguera. El senador Petro
cree atacar a una persona cuando ataca al presidente Uribe.
En realidad ataca a un recio contrincante y ataca a un
pueblo.
* |
Periodista
colombiano,
autor del libro: "Les Farc, ou l'échec d'un communisme
de combat".
Editions Publibook, Paris, 593 páginas, diciembre de
2005. |
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