El
encuentro entre Hugo Chávez y Alvaro Uribe, realizado el
pasado viernes, estuvo a punto de ser suspendido por el
gobierno colombiano, pocas horas antes de concretarse.
En la Casa de Nariño causó malestar la decisión de
Miraflores de cambiar la sede del encuentro que
originalmente sería en Caracas, donde Uribe aspiraba tener
autonomía necesaria para realizar contactos con diversos
sectores, incluyendo de la oposición venezolana. La decisión
de realizar el encuentro en el interior de una instalación
petrolera en la lejana península de Paraguaná, fue la receta
escogida por Chávez para aislar a Uribe del entorno
venezolano.
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Si bien existió un acuerdo de no comentar en público los
“reclamos” que Uribe y Chávez se habrían hecho en privado el
pasado viernes, el colombiano no perdió oportunidad para
dejar sobre el tapete la causa que llevó a la crisis en las
relaciones entre los dos países.
La situación de conflicto que arrancó en diciembre y
adquirió la condición de situación pre-bélica en marzo, se
debió al malestar personal de Chávez porque Uribe no se
comunicó personalmente con él. Según Uribe, Chávez le
reclamó el viernes pasado porque el colombiano no lo llamó
para notificarle su decisión de suspender el papel de
facilitador ante las Farc que el presidente venezolano
detentaba. Uribe, molesto por las conversaciones de Chávez
con altos militares colombianos, sacó a Chávez del juego el
21 de noviembre: esa noche comenzó a cocinarse la crisis.
Chávez confirmó este hecho, con la expresión de la cara
afectada y copiosamente sudando. Se justificó alegando que
“yo me sentía muy herido”.
Estas palabras corroboraron la impresión de muchos analistas
sobre las causas de origen personal que dieron rienda suelta
a la escalada de confrontación de Chávez contra Uribe y su
gobierno. El presidente venezolano se sintió íntimamente
herido por un gesto político de Uribe, y estuvo a punto de
conducir a Venezuela a una guerra con Colombia, en la cual
comprometió a Ecuador.
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Un documento enviado por la Embajada de Colombia en Caracas
a la Cancillería de ese país, sugería que la agenda de Uribe
(que se suponía tendría lugar en Caracas) debía abrir
espacio suficiente para atender varios asuntos con plena
autonomía. El plan inicial era que tras las actividades
oficiales con Chávez, el presidente colombiano se desplazara
hasta la residencia oficial del Embajador colombiano. Allí
podría reunirse con varios voceros de la comunidad
colombiana asentada en Venezuela, incluyendo a un grupo de
empresarios. En el programa diseñado por la diplomacia
colombiana estaba previsto que Uribe recibiera a “sectores
políticos de diversas tendencias”, así como a empresarios
venezolanos interesados en abrir negocios en Colombia.
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El gobierno venezolano se habría enterado del plan de la
Embajada colombiana, el cual fue enviado desde Caracas a
Bogotá el 4 de julio por los canales internos del gobierno
colombiano. A ello se sumaron los rumores que corrían en
Caracas sobre una concentración de saludo a Uribe que sería
simultáneamente apoyada por colombianos residentes en
Venezuela y por sectores de la oposición. Miraflores decidió
no permitir que Uribe recibiera un baño de popularidad en
Caracas y mucho menos que entrara en contacto con la
Oposición. Para un gobierno como el de Chávez, que no
mantiene puentes de ningún tipo con la Oposición, el hecho
de que un mandatario extranjero se reúna con opositores, es
motivo de malestar oficial.
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La información sobre el cambio de sede, de Caracas a Amuay,
habría provocado una reunión de alto nivel en Casa de
Nariño. Comentan que Uribe habría expresado inicialmente su
decisión de suspender el encuentro. Colombia alegaría
razones de salud del Presidente y pediría buscar una nueva
fecha. Tras evaluar la situación, Uribe optó por mantener el
compromiso. Las presiones de sectores económicos colombianos
no hacían aconsejable que Uribe apareciera retardando la
normalización de las relaciones.
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Si bien los dos gobiernos habrían estado en contacto desde
finales de mayo para diseñar el encuentro, no existía
claridad en ninguna de las dos cancillerías sobre el
resultado formal esperable de la misma.
En ambos países se asomaron temas a ser tratados y sobre los
cuales eventualmente habría firmas de acuerdos. Desde
construcción de ramales ferrocarrileros hasta la
participación de ECOPETROL en la Faja del Orinoco, fueron
asuntos filtrados desde Caracas, que supuestamente serían
objeto de la ofrenda que Chávez haría a Uribe y que se
materializarían ese día. Pero a nivel de los gobiernos
estaba claro que ese tipo de anuncios dependerían
estrictamente de la conversación privada que sostendrían los
dos mandatarios. De esa conversación dependería que se
firmara una declaración conjunta y eventuales acuerdos
temáticos.
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Pese a existir proyectos de declaración elaborados por las
respectivas cancillerías, tras la tensa reunión privada de
Uribe y Chávez no fueron redactados o firmados documentos
conjuntos.
Salvo los pactos secretos a los cuales pudieran haber
llegado los dos presidentes, los acuerdos a los cuales
llegaron no se compadecen con la espectacularidad de los
anuncios que algunos sectores esperaban. Todos dependerán de
futuras reuniones a nivel ministerial.
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Por no existir una agenda temática preestablecida, la
delegación de ministros y funcionarios que acompañó a los
presidentes respondió al interés de cada uno de los países.
Llamó la atención la inclusión en la delegación colombiana
del general Fredy Padilla, Jefe de las Fuerzas Militares
colombianas, es decir, el militar de más alto rango de ese
país y quien ha sido blanco de ataques del gobierno
venezolano. Padilla no tuvo contraparte venezolana en la
delegación que acompañó a Chávez, pero en la rueda de prensa
Uribe hizo referencia a la presencia del general reafirmando
la continuación de la campaña armada contra la guerrilla.
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El rol del general Padilla en la escena de reconciliación
Uribe-Chávez, habría sido ratificarle a los espectadores de
ambos países, que el gobierno colombiano no abandonará la
línea dura contra la guerrilla. Uribe no está dispuesto a
tolerar la ayuda venezolana a las Farc y eso fue uno de los
puntos en los cuales Uribe insistió con Chávez. Uribe no
vino a reclamar los epítetos que Chávez le había lanzado
durante seis meses, ya eso lo había hecho el colombiano en
Brasilia. Uribe vino a reclamar el cese de la tolerancia y
el abierto respaldo de Caracas a las Farc. Para dar muestra
pública de buena voluntad, Chávez habló de operaciones
conjuntas contra el narcotráfico. Los demás temas (comercio,
ferrocarriles, electricidad, etc.) fueron sólo pasapalos o
pasabocas en la fiesta de reconciliación, en la cual Chávez
cedió a los múltiples pedidos de Colombia.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |