La
pugna entre autonomistas y el gobierno boliviano fue asumida
por la izquierda radical latinoamericana como una batalla
donde estaría en juego el proyecto de expansión del chavismo
bolivariano. Para Caracas, que ha invertido ingentes
recursos para sostener a Morales en el gobierno, es una
prueba de fuego sobre su capacidad de influir en el destino
boliviano.
Bolivia como país satelital del Eje La Habana-Caracas, es
conceptualizada por el chavismo venezolano como una
extensión territorial, como una ampliación del perímetro
físico en el cual se materializa la revolución bolivariana.
Bolivia dejó de ser la “hija dilecta del Libertador” para
convertirse en la hija dilecta de la revolución chavista y
Caracas actúa en consecuencia.
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El grueso aparato propagandístico internacional del Eje La
Habana-Caracas fue activado desde hace varias semanas para
desprestigiar al movimiento autonómico boliviano. El esquema
utilizado ha sido el de recurrir a intelectuales de
proyección internacional y a las organizaciones políticas de
izquierda para denunciar el autonomismo acusándolo de
racismo, secesionismo, traición a la patria, movimiento
oligárquico y maniobra pitiyanqui. Los dirigentes
autonómicos, por su parte, han tenido mala prensa y sus
consignas no han sido digeridas internacionalmente.
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El presidente Evo Morales hizo suyo el discurso chavista que
ha presentado el autonomismo como la principal amenaza que
enfrenta el gobierno boliviano. La convocatoria al referendo
para votar el estatuto autonómico del departamento de Santa
Cruz, así como los de Tarija, Beni y Pando (estos tres
últimos previstos para junio) tratan de ser presentados
internacionalmente como virtuales golpes de Estado contra
Morales. Incluso, Fidel Castro publicó esta semana un
editorial con esa argumentación. El éxito de la campaña ha
sido limitado hasta ahora, ya que la secesión se ve en
Washington, Brasilia y otras capitales regionales, como un
hecho poco probable.
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Morales internacionalizó el asunto del referendo, buscando
frenarlo. No lo logró, pero ha despertado en las
cancillerías del vecindario la preocupación por una oleada
de violencia civil en Bolivia.
El autonomismo se ha convertido en una de las formas de
rechazo al proyecto político de Morales, materializado en el
proyecto de Constitución aprobado por la Asamblea
Constituyente en ausencia de la oposición. La Constitución
de Morales está pendiente de ser sometida a referendo y su
consideración amenaza con agregar leña al explosivo y cada
vez más radicalizado cuadro político boliviano.
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Los temores sobre aumento de la violencia interna en Bolivia
se vieron agudizados en los últimos días, ante la
radicalización de posiciones por parte de “organizaciones
sociales” que respaldan al gobierno Morales. Los llamados
“ponchos rojos”, por ejemplo, estarían llamando al inicio de
tomas masivas de tierras como mecanismo para profundizar la
revolución.
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El pasado viernes, el canciller boliviano, David
Choquehuanca, viajó expresamente a Washington para solicitar
a la OEA que se pronunciara en contra del referendo
autonómico. Tras tensiones entre los bandos en que se divide
la OEA, el organismo se pronunció dando el esperado apoyo al
gobierno de Morales y rechazando cualquier acto
anticonstitucional que ponga en peligro la integridad
territorial del país. Pese al fuerte apoyo de Caracas,
Morales no logró arrancarle a la OEA una expresa
desaprobación de los referendos autonómicos.
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Durante la sesión de la OEA para tratar el caso boliviano el
pasado viernes, habría quedado en evidencia un nuevo giro en
la organización. EEUU y Canadá alegaron que el asunto de los
referendos bolivianos es un tema interno de ese país y no
ameritaba un pronunciamiento. La posición de Venezuela,
México y obviamente Bolivia, fue la de generar una
declaración del organismo. Finalmente privó la posición de
aprobar un pronunciamiento pero sin emitir opinión sobre el
movimiento autonómico. Países caribeños que en los últimos
tiempos acompañaban la línea de Chávez, el viernes optaron
por acercar posiciones a Washington.
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El regusto por el armamentismo ha prendido fuerte en la
región y Brasil está en la línea de sacar provecho de ello.
El gobierno ecuatoriano anda en trámites para ampliar su
poderío aéreo y habría optado por comprar aviones de la
empresa brasileña Embrear. El pedido sería de una veintena
de Supertucanos, similares a los que Brasil entregó a
Colombia el año pasado y que habrían sido usados en la
Operación Fénix contra el campamento de Raúl Reyes de las
Farc.
Se desconocen detalles de los adminículos extras que el
presidente Rafael Correa habría pedido para sus nuevos
aviones de guerra. Pero existe la percepción de que la
compra ecuatoriana responde al deseo de equipararse con la
adquisición colombiana que incluyó tecnología avanzada para
ataque nocturno y para lanzamiento y guía de misiles.
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Otro país que anda en procura de material bélico volante,
aunque parezca mentira, es Bolivia. El gobierno de Evo
Morales ha dejado saber su propósito de adquirir
helicópteros que permitan transportar tropas y carga. Pese a
las restricciones presupuestarias que Bolivia suele alegar
ante sus socios políticos, Morales habría decidido gastar
parte de su presupuesto en adquirir equipos. El argumento
oficial es que Bolivia no quiere depender de Brasil o
Argentina en caso de eventos naturales como las recientes
inundaciones.
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Brasil militarizará la Amazonía como el mecanismo escogido
para frenar la presencia extranjera, especialmente en las
regiones delimitadas bajo control indígena. En Brasilia
circula un proyecto de ley que será presentado en breve por
el gobierno Lula para consideración del Congreso. De
aprobarse la ley, en lo sucesivo la actuación de
organizaciones extranjeras en la llamada Amazonía Legal
Brasileña, estará sujeta a aprobación previa del Ministerio
de Defensa de ese país. A las acusaciones sobre presencia de
miles de organizaciones extranjeras que realizan
biopiratería y compras ilegales de terrenos en la Amazonía,
recientemente en Brasilia se ha comentado intentos de
penetración política extranjera en las reservas indígenas
situadas en la frontera con Venezuela y Colombia.
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La presencia iraní en Latinoamérica está implicando
erogaciones para ese país. El apoyo político boliviano o
nicaragüense a las posiciones iraníes ante EEUU tiene su
contraparte en la llamada “cooperación”. En septiembre del
2007, Irán firmó acuerdos con Evo Morales para proveerle
ayuda por US$ 1.100 millones. Esta semana, durante su
discurso del primero de mayo, el presidente nicaragüense
Daniel Ortega hizo saber que pidió dinero a Irán para
financiar proyectos agrícolas.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |