Hay
países que gustan más que otros. Y a veces muchos países
coinciden en un mismo territorio. Ese es el caso de
Venezuela, donde coexisten una nación-pesadilla en las
computadoras faracas, una morgue donde matan 13 mil
personas al año por crímenes violentos, una mina
embriagadora de recursos naturales y un campo de sueños
cumplidos que armonizan gracias al maestro José Antonio
Abreu. En estos tiempos cuando las noticias nos cuentan
día a día lo mejor y peor Venezuela, saber que el Sistema
Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles recibió el
Premio Príncipe de Asturias fue encontrarse con el país
más anhelado: uno donde las fronteras son impermeables a
la mediocridad.
Lo que ha logrado El Sistema
va más allá de la música. También está más allá de los
gobiernos. Es un triunfo de los miles de ciudadanos que
han sido capaces de escapar a la coyuntura para afinar con
la trascendencia del arte, y en ese camino, transformar
sus vidas y a Venezuela. El Príncipe de Asturias va así
para todos aquellos que han convertido su esfuerzo
personal en una sinfonía del éxito. Y a la vez, para
quienes viven cada día en ese país donde no cabe la
mezquindad, el odio o la intolerancia. Suena bien decir
que este es un premio para todos los venezolanos, pero
mejor ser justo antes que populista: el premio no es para
quienes viven el país como un botín o un cuartel, aunque
en un arranque de ego lo reclamen como suyo.
De todos los países que
conviven en Venezuela en estos momentos, ninguno me gusta
tanto como el país de El Sistema. Permítame el lugar
común: esa es la Venezuela bonita. Y lo más fabuloso es
que ha permanecido inmune al virus político que descompone
la salud nacional, pero a la vez, es el movimiento más
revolucionario que ha existido en Venezuela en las últimas
décadas. Porque convertir a cientos de miles de jóvenes en
verdaderos artistas es una auténtica revolución. Lo demás
es un proceso con fecha de vencimiento.
A todos los que han pasado por
El Sistema y son merecedores de este premio, mis más
sinceras gracias. Para esos días cuando los países de
corrupción, abuso, muerte, tráfico y charreteras me
amargan el ánimo, tengo otro país al cual acudir. Y basta
abrir los oídos para saber que suena como música caída del
cielo: nada se ha perdido cuando es posible ganar más y
más corazones para una Venezuela orquestada por la
excelencia.
ebravo@unionradio.com.ve