Hubo
un tiempo cuando el nombre de Fidel tronaba duro en mis
oídos. A mediados de los 80, en los católicos pasillos de
mi universidad Andrés Bello, para algunos estudiantes
hablar de Cuba resultaba excitante: Festival de Cine en La
Habana, Nueva Trova, David versus Goliat, la Medicina
Revolucionaria, el Socialismo Posible, en fin, el cuento
de la utopía en grageas para consumo de jóvenes
impresionables ante una sola cara de la moneda. Ya me
resultaba incómodo que Fidel tuviese 30 años atornillado
al poder, pero cuando visitó Caracas en 1989 para la
coronación de Carlos Andrés Pérez, causando un revuelo
periodístico con su porte de vedette y su retórica
incendiaria, debo confesarlo, su imagen de mito
latinoamericano todavía aguantaba las críticas.
Diez años después, ya en
Miami, su nombre traía malos vientos. En las historias de
los exilados, en las noticias amarillas o a full color, en
la terca realidad que siempre se impone, Fidel se
convirtió en una pesadilla, una dictadura, un fracaso.
Tras la máscara del mito pude ver la sombra del hombre que
engañó a su gente. Cuba podía ser el Buena Vista Social
Club, el alma de un pueblo tiene raíces profundas que
escapan a las circunstancias, pero también, era el drama
de los presos políticos y de los balseros que huían porque
la isla les resultaba una cárcel.
Y ahora Fidel se apaga. La
historia jamás lo absolverá. Su cuerpo acabado por la
enfermedad es la metáfora de su legado: una lucha perdida,
un sueño ajado que terminó en resaca. Un hombre y sus
circunstancias que se evapora para alivio de los cubanos.
Un muerto en vida que se entibia entre el odio y la
lástima. Sin poder, Fidel es un amasijo de carne y
tendones. Su nombre va perdiendo peso. Es cuestión de un
ventarrón para que desaparezca en el aire. Su tiempo se ha
terminado.
No viví el amanecer de la
leyenda, pero asistí al atardecer del mito y el ocaso del
ser mortal. Y como sucede siempre, pesa más el legado que
todas las promesas hechas. El lugar de Cuba en este mundo
que vivimos es la prueba mas contundente de que un hombre
puede orquestar el desastre, y peor aún, que siempre
existirán seres humanos que lo acompañen.
Y no puedo evitar preguntarme
¿Cuál es la hora en el reloj
de Hugo Chávez?
ebravo@unionradio.com.ve