Hay
debates que resultan absurdos en pleno siglo XXI. ¿Un
ejemplo? el abierto por la Junta de Educación del Estado
de Florida para incluir la palabra evolución dentro de sus
estándares para la enseñanza de la ciencia. Hasta ahora en
las escuelas se ha usado el concepto políticamente
correcto de “cambios biológicos a través del tiempo” sin
ninguna referencia a la teoría que Darwin concibió tras
una buena temporada a bordo del Beagle. Para los
estadounidenses esta es una teoría sospechosa. Una
encuesta de Gallup en junio del año pasado arrojó que el
44% de los encuestados no creían en la evolución. Para
ellos, o no hay pruebas suficientes, o simplemente Dios
creó al hombre.
Florida es uno de los cinco
estados que evita usar la palabra evolución en sus
programas educativos. Los creacionistas en todo el país
han luchado arduamente para mantener las ideas de Darwin a
raya y durante los últimos años han impulsado teorías, en
apariencia científicas, como el “diseño inteligente” según
la cual ciertos aspectos del universo solo pueden ser
explicados con la intervención una causa inteligente y no
a través de la selección natural. Esa causa es, claro
está, Dios, y por lo tanto en clases se debe dedicar igual
tiempo al creacionismo y a la evolución. Que los
estudiantes decidan dónde está la verdad.
Un argumento poderoso, pero a
destiempo. Si bien los científicos conceden que hay
algunos agujeros en la teoría de la evolución, el
conocimiento científico es dinámico y en su camino va
encontrando nuevos problemas, hipótesis y pruebas. La
mayoría de la comunidad científica aprueba la evolución
como la explicación más plausible para el origen de la
vida y negarlo es darle la espalda al mundo en que
vivimos.
Debatir sobre Dios, su
existencia y su identidad es parte de la condición humana.
Pero debatir sobre el origen de la vida debe hacerse fuera
de las clases de ciencia. La fe es un asunto de las
iglesias, los salones de filosofía o las sobremesas. No
hay ninguna justificación para que a estas alturas se
pretenda mantener la enseñanza de la ciencia atada a
creencias religiosas.
Claro que hay otro debate,
mucho más complejo, sobre la naturaleza de Dios o lo que
pudiéramos definir como tal. Sería perfecto que Darwin
pudiera intervenir para fijar su posición, pero la ciencia
nos dice que cuerpo putrefacto no pide derecho de palabra.
ebravo@unionradio.com.ve