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Dame mas 
por Eli Bravo  
jueves, 7 febrero 2008


El poder es un vicio. Una adicción que se incrusta en el alma de las sociedades, haciéndoles perder el control y olvidar sus reglas. Cuando el vicio engancha se buscan todas las excusas y atajos para saciar la necesidad, dibujando así un círculo donde se alimenta el dependiente y sus allegados. Porque el poder no solo eleva al que manda, sino también arrebata a sus subordinados.

El mundo está lleno de viciosos. Presidentes y dictadores que se aferran al poder usando toda clase de artimañas, alcahueteados por funcionarios y seguidores que alaban sus logros y se hacen la vista gorda ante sus abusos. A medida que pasa el tiempo la adicción abraza más fuerte y así llega el momento cuando todos se encuentran asfixiados, envueltos en una trama de egoísmos y mentiras que jamás soñaron en las primeras noches de esa pasión que desquicia a los pueblos encantados con sus mandatarios.    

Hay viciosos perdidos, son quienes vencieron los escrúpulos a la sangre: Castro, Mugabe, Kim Jong Il, Niyazov, Al-Bashir, la lista es larga. Los hay también blandos, son los que disfrutan el high del poder y resultan insaciables: Chávez, Putin, Musharraf, a su manera los Bush y los Clinton, y quizás haya que incluirlo, Uribe. Los perdidos son letales, enfermos para quienes la vida carece de valor. Los blandos son peligrosos, adictos que con sus hábitos van minando las democracias al venderle a la gente la idea de que la alternancia en el poder es una opción y no una condición del libre juego político. Ellos con su obsesión de mando no solamente están cerrándole el paso a otros actores y generaciones, sino que están acostumbrando a sus conciudadanos a una sola manera de ver las cosas.
           
Puede que algunos viciosos blandos sean capaces de mostrar una buena gestión. Pero eso no es suficiente para torcerle el brazo a las leyes con el respaldo de las mayorías. La democracia es un juego de equilibrios que busca defender a las sociedades de los personalismos, pero también, de las enfermedades colectivas. Y lo digo por Alvaro Uribe, quien ha sido un presidente popular, con un mandato que arroja saldo positivo y un político sagaz. Pero al enviciarse con el poder estará inoculándole a su país otra dosis de ese mal que ojalá sea superado algún día: el caudillismo debilitante que ha lastrado la modernización de América Latina.


ebravo@unionradio.com.ve 

 
 

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