El
hambre que sacude al mundo no es por falta de alimentos
sino de dinero. La pobreza y la desigualdad están detrás
de toda la turbulencia atizada por estómagos vacíos.
Mientras algunas regiones del globo, entre ellas América
Latina, producen como nunca antes para alimentar a quienes
tienen con que pagar, los pobres son incapaces de llevar
comida al plato porque no pueden sufragar el costo extra
que en estos momentos significan la energía, la
especulación financiera, la alta demanda, y cómo no, el
calentamiento global.
El Programa Mundial de
Alimentos calcula que 100 millones de personas no tienen
suficientes alimentos para comer. La agricultura de
supervivencia, para ellos la única alternativa, está
azotada por la desertificación, los desastres naturales,
el costo de los fertilizantes y la turbulencia política.
Por otro lado hay millones de personas que ahora comen más
que antes y la agricultura corporativa hace un excelente
negocio sirviéndoles el almuerzo. En la medida que sus
hábitos de consumo se hacen más exigentes, las presiones
sobre los recursos causan mayores inconvenientes.
La sobre pesca es un buen
ejemplo ello. El volumen de peces que sacamos del océano
es mayor que su capacidad de recuperación y las redes
comienzas a salir vacías, disparando los precios. El
consumo de lácteos y carnes es otro termómetro: mientras
crece la demanda por estos productos, la cantidad de
granos dedicados a la cría también aumenta, con el
inconveniente de que menos gente aprovecha las calorías
resultantes. Y no podemos olvidar los biocombustibles que
se tragan toneladas de maíz subsidiado que estarían mejor
en el estómago de los hambrientos. Es cierto que
necesitamos energías alternativas, pero estas deben ser
justas y eficientes.
Si algo pone en evidencia esta
crisis de alimentos, al igual que el fenómeno del cambio
climático, es que vivimos en un mundo cada vez más
conectado y ya no es posible pensar que nuestras acciones
están desligadas de consecuencias para otros. La pobreza
es la mayor amenaza a la estabilidad mundial y nadie tiene
una receta mágica para erradicarla. Como tampoco hay una
fórmula para eliminar el hambre en el mundo.
Pero algo es evidente: existe
la tecnología, el capital, los medios y la urgencia de
actuar. Si no, las tragedias de unos terminarán siendo, y
cada vez más, el padecimiento de todos.
ebravo@unionradio.com.ve