Si
duda las mujeres han decidido meterle el pecho a ciertos
asuntos. Basta con mirar alrededor para notar que las
estadísticas no están abultadas y cada vez hay más senos
operados. El año pasado 329 mil féminas aumentaron su
busto en Estados Unidos, 10% de ellas hispanas, una
estadística muy bien controlada por este país obsesionado
con los números, incluyendo las tallas de los brassieres.
En Colombia calculan que casi la mitad de las cirugías
plásticas son implantes de senos y en Venezuela es difícil
obtener una estadística definitiva. Según el Dr. Reinaldo
Kube se hicieron 30 mil operaciones en total, así que
podríamos inferir que hay 15 mil bustos enaltecidos, cifra
que luce corta si echamos un vistazo a las calles de
Caracas. Quizás sea cuestión de tacto llegar a un número
real.
Pero la curva no se limita a
las mujeres. Según el Shanghai Daily la moda de los
implantes está creciendo entre los hombres chinos que
buscan tener los pectorales de Schwarzenegger para
impresionar a mujeres, clientes o sus jefes. En 1998 Brian
Zembic ganó $ 100 mil en una apuesta por haberse
implantado unos senos femeninos y todavía vive con ellos.
A estas alturas de la vida le parecen “sensacionales”.
Perdone el lector si el tema
luce banal, pero la mujer es el único mamífero que
mantiene sus pechos abultados, independientemente del
embarazo. Hay en esto una fascinación atávica, más allá de
la fijación oral que apunta el psicoanálisis. Las teorías
evolutivas sugieren que hay en esto un elemento de
selección: mayores mamas, más atracción y mejores
posibilidades de procrear. Claro, no creo que detrás de la
silicona el plan sean los pañales desechables. Sea como
sea, en estas cifras siempre crecientes desde que en 1985
se colocaron de implantes, hay algo que nos habla del
mundo en el que vivimos.
¿Por qué asumir el dolor y el
riesgo a una ruptura? Quizás porque tener la capacidad de
llevar a una camilla la fantasía, la afluencia y la
ciencia es un lujo del siglo XXI que vale la pena
experimentar. Aún así, prefiero las cosas al natural.
Puede ser que cada vez resulte más fácil construirnos el
cuerpo ideal, pero hay algo en esta manipulación del
estuche que me resulta tremendamente vacuo. Debe ser que
pienso, quizás erróneamente, que llenar una copa C no es
sinónimo de llenar el espíritu.
ebravo@unionradio.com.ve