En
Caracas se vive de fortuna. En todas las ciudades las
causas y azares se enredan para sorprender al incauto en
cada esquina, pero en esta, los chances de ser atrapado en
una situación letal son más altos: un giro a la derecha,
un semáforo en rojo, una sombra veloz, y de pronto el
salto al vacío. Estar vivos es una casualidad, dice
Alberto Barrera en su novela “La Enfermedad” y estar vivo
en Caracas es una apuesta diaria a que la casualidad
juegue a favor y se empate con la buena fortuna para que
el plomo no se cruce en el camino. En Caracas
acostumbrarse al riesgo es un proceso de adaptación que
poco a poco adormece el asombro. Y a veces, también,
aletarga la sensibilidad.
Si te roban, das gracias por
salir con vida. Te quitan el celular, se llevan el auto,
te secuestran por unas horas para desvalijar la casa o
saquear la cuenta corriente y lo que importa es vivir para
contarlo. La pérdida material es un trámite, una
consecuencia de haber salido de casa el día que te tocaba
ser parte de la estadística. “Es verdad que hay números
rojos” me dice un amigo “por eso tienes que estar pilas”.
El día anterior había trabajado con una productora a quien
le metieron un disparo en el brazo en una avenida
transitada a pleno mediodía apenas salía de un banco. “Me
salvé porque vi al atracador por el rabillo del ojo y di
un brinco. De no haber estado pilas la bala me entraba en
el pecho”. El asaltante jamás medió palabra. Disparó y se
llevó el dinero ante la mirada resignada del público.
Estar vivo por fortuna, por pilas, por una frágil
casualidad.
En Caracas matan a 60 personas
durante un fin de semana largo y hay quien se alivia
porque “hace años eran 100 en un fin de semana
cualquiera”. Como un telón de fondo, la inseguridad es
tema de sobremesa y se hace motivo de sobresalto cuando el
muerto tiene nombre y apellido conocido. Esta vez fue un
actor querido por todos, un hombre que había dedicado
parte de su vida a obras sociales en la misma comunidad
donde recibió unas puñaladas. Esta semana la conmoción, la
que viene, la anécdota. En Caracas hay que estar pilas, es
cierto, pero eso no es suficiente. Hace falta que también
el ángel de la guarda tenga las pilas puestas.
ebravo@unionradio.com.ve