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Corazón de tormentas 
por Eli Bravo  
viernes, 20 abril 2007


¿Por qué alguien mata a 32 personas? La respuesta inmediata es porque tiene la capacidad de hacerlo: en Estados Unidos comprar un arma es tan fácil que los medios están a la mano. Pero si vamos más allá, está la débil conciencia y torcida moral del asesino que justifica el crimen y responsabiliza a los demás por su violenta explosión. También podemos hablar de las frustraciones que se maceran a la sombra del aislamiento social. Si seguimos escarbando, aparecen las enfermedades mentales que derivan en conductas extremas y un cerebro que funciona mal y reacciona peor. Aunque nos ayudaría a digerir la noticia, no hay una explicación definitiva para la masacre de Virginia. Cho Sueng Hui fue un átomo letal en la materia de los días, impulsado por múltiples factores que terminaron jalando el gatillo.

Como todos, he pasado los días buscando una respuesta al horror. Lo primero es controlar la tenencia de armas entre la ciudadanía y entender que una cultura de violencia genera individuos violentos. Los argumentos constitucionales de libertad individual que esgrime la Asociación Nacional del Rifle para mantener las armas en las calles, autos y casas tienen que caer ante la realidad de los hechos: Estados Unidos es el país desarrollado con el mayor índice de muertes a causa de las balas.

Pero quizás la respuesta más de fondo sea también la más idealista: abrir el corazón. El teniente de la policía de Miami Joe Schillaci me decía que la mejor manera de lidiar con los sentimientos es liberarlos antes de que se descompongan en odios y resentimientos. Para un hombre que se enfrenta al crimen diariamente, negocia situaciones de rehenes y conversa con jóvenes sobre la prevención del crimen, la mejor estrategia contra la violencia es la comunicación. Entender que la violencia no es una conducta normal es la piedra fundacional para erigir una personalidad positiva.
Quizás Cho Sueng Hui necesitaba algo más que palabras, y como escribió David Brooks en el New York Times, sería una locura pensar que mejores sermones habrían exorcizado sus demonios. Si su cerebro estaba mal solo podía disparar violencia. Pero de haber sido capaz de desinflar su rabia poco a poco en un ambiente donde fuese escuchado, de haber tenido la oportunidad de abrirse a un mundo que no glorifica la violencia, quizás su estallido hubiese sido menos letal.

ebravo@unionradio.com.ve 

 
 

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