En
Bolivia el ciclo del nacionalismo revolucionario comenzó con
la Revolución de 1952, bajo la égida del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR): una de las más radicales
del continente, hecho sin el cual no se puede comprender la
contemporaneidad boliviana.
Entonces surgió una generación
de intelectuales brillantes, involucrada en el proceso e
impulsó el nacionalismo como movimiento político. El
arraigado sentimiento nacional boliviano, es consecuencia de
las guerras y amputaciones territoriales sufridos a manos de
sus vecinos.
La revolución planteó soluciones
nuevas y radicales. La reforma agraria eliminó el
latifundio, se decretó el sufragio universal, una importante
legislación del trabajo y avanzadas leyes sociales; se
disolvió el ejército y se creó uno nuevo; se decretó el
control obrero con derecho a veto en las minas; se fundó la
Central Obrera Boliviana; se crearon milicias campesinas y
obreras armadas, y se nombraron ministros obreros. Fue una
revolución policlasista; participaron amplios sectores de la
población, pero con preponderancia obrera, al punto de
existir un co-gobierno entre la Central Obrera Boliviana (COB)
y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).
En el agotamiento de esta fase
tiene mucho que ver la crisis económica tras el cese de la
importancia del estaño, primer producto de exportación de
Bolivia, que obligó a cerrar las minas, pero igualmente la
radicalidad de la oposición de izquierda, en particular
sindical, que se centró en el debilitamiento de todos los
gobiernos, creando una situación de ingobernabilidad
permanente, al punto de convertirse en su razón de ser. En
1964 se alió con los golpistas para derrocar a Paz
Estensoro; el general Barrientos toma el poder y desata la
represión contra las minas. No aceptó el co-gobierno cuando
el nacionalista general Juan José Torres (1970) se lo
propuso, favoreciendo los designios del general Banzer que
instauró una férrea dictadura que duró siete años. Al
retorno de la democracia (1982) el presidente Siles Suazo
propone de nuevo el co-gobierno, de nuevo es rechazado.
Luego sucede lo inaudito: el general Bánzer gana las
elecciones, incluso hasta en los distritos mineros.
El histórico dirigente de la Federación de Mineros, Filemón
Escóbar, ingresa al Chapare, en la región tropical de
Cochabamba, a organizar en sindicato, a los antiguos mineros
licenciados de las minas clausuradas, convertidos en
productores de la hoja de coca. Así nace el Sindicato de los
Cocaleros, dando paso al surgimiento del MAS. Su propósito
era de evitar los errores cometidos por la izquierda
tradicional en el pasado. De aplicar la “complementaridad de
opuestos”, de evitar la confrontación y de realmente,
adoptar la democracia como norma. De allí surge Evo Morales,
formado por Filemón Escóbar, que se percata de los dones de
liderazgo del joven Evo, quien termina expulsando al
veterano sindicalista, seguramente prevenido por sus
amistades caraqueñas, de cortar por lo sano antes de que se
repitiera en Bolivia, la experiencia de Luis Miquilena.
Tras haber propiciado el
derrocamiento de dos gobiernos constitucionales, Evo Morales
fue elegido por el voto mayoritario del sector indígena, es
cierto, pero también, sectores de la clase media, que
cansados de tanto desgobierno votaron por él, porque
consideraron que al hacerlo, el país iba a recobrar la
serenidad. El sentimiento nacional se identificaba
mayoritariamente con las medidas que propugnaba:
nacionalizar los hidrocarburos, la idea de una nueva
constitución mediante la celebración de una Constituyente
que haría posible la exigencia de la refundación de un nuevo
pacto social que le pusiera término a los resabios
coloniales que siguen golpeando la sociedad boliviana.
Pero la radicalidad del pasado,
volvió a manifestarse, esa vez bajo la forma del
enfrentamiento étnico. El nuevo Estado no admite los valores
de la cosmovisión que ha regido y caracterizado el proceso
de mestizaje que se ha dado desde el período colonial. El
ideólogo de la instauración de un racismo de Estado es el
vice-presidente del gobierno,- por cierto no es
biológicamente mestizo -, admirador del Pierre Bourdieu, el
sociólogo del resentimiento. Aboga por la destrucción de lo
“boliviano” y por la desoccidentalización del Estado; éste
debe imponer la “identidad indígena como proyecto único
homogenizador en el marco de una guerra cultural y
simbólica”. Propone el esquema opresor, pero esta vez
aplicado por los indígenas a los no indígenas: los
“excluidos dominados pasan a ser dominadores”; todo símbolo
de poder antiguo debe ser “aniquilado”. Aplicar medidas que
terminen por horadar el “alma a la sociedad mestiza y
blanca”, deslegitimar sus referencias culturales y sociales
para quitarles el sentido de la vida.
Este es el fondo de la crisis
que hoy golpea a Bolivia y la clave de la deslegitimación de
los prefectos de las regiones, supuestamente no indígenas.
Ideas que recuerdan otros
momentos no muy lejanos de la historia.
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Historiadora venezolana, consejera editorial de
webarticulista.net, experta analista del castrismo,
participó en la famosa Conferencia Tricontinental de La
Habana (1966).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |