“Ahí
tienes un buen tema para tu columna”, dijo mi cuñado
señalando las seis botellas de vino tras la barra.
Inmediatamente sentí un escalofrío, pues si bien en este
oficio uno se arriesga con asuntos que no domina,
aventurarme en la enología sería una estupidez: los que
saben de vinos, saben, y los que apenas tenemos idea
ocultamos nuestra ignorancia diciendo “esta bueno, se deja
colar”. Afortunadamente Manuel no se refería a la bebida
sino a los corchos. Cinco eran naturales, uno era
plástico.
Cuentan que fue Don Perignon
el primero en usar la corteza del alcornoque para sellar
sus botellas de vino espumante allá en siglo XVII. Ligero,
impermeable, resistente y compuesto de diminutas celdas
que le permiten comprimirse sin deformarse, el corcho
natural es usado por más del 70% de la industria mundial.
Su principal defecto es que puede enfermarse y arruinar el
vino al “encorcharlo”, asunto que sucede en un bajo
porcentaje de las botellas. Entre sus ventajas están que
además de ser biodegradable, es un recurso renovable
cultivado en bosques centenarios de España y Portugal. En
los últimos años estos alcornocales han obtenido
certificaciones internacionales de prácticas ecológicas y
sustentables que refuerzan su valor ambiental: hogar de
cientos de especies mediterráneas, si no son explotados
por la industria del corcho podrían desaparecer.
El corcho plástico fue
introducido a comienzos de los 90´s y su problema no es
que sea de mal gusto, sino que al no ser reciclado
terminará en la basura para sobrevivir por siglos. Para
los vinos baratos y jóvenes estos corchos son una
solución, aunque si se guarda por años una botella con
corcho plástico es muy posible que el vino se dañe pues no
guardará su forma y permitirá la entrada del aire. En este
sentido los conocedores dicen que el corcho natural deja
pasar la cantidad exacta de aire para un buen
envejecimiento, si bien aumentado los riesgos del
encorchado. A favor del plástico hay que reconocer que no
se rompe, ahorrándonos una vergonzosa pelea con el saca
corcho.
“Yo no tomo vino con corcho
plástico” sentenció Manuel copa en mano e inmediatamente
le aseguré que haría lo mismo, asunto que me ha resultado
difícil. La única manera de saber qué clase de corcho me
espera en una botella es descorchándola, es decir, cuando
ya es demasiado tarde para rechazarla. No es fácil el
mundo de los vinos.
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