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Banderas 
por Eli Bravo  
jueves, 12 abril 2007


          Evidentemente era parte del proceso, más aún así me tomó por sorpresa. Cargaba en brazos a mi hija Isabel cuando de pronto se llevó la manito izquierda a la cabeza y comenzó a cantar: Flag of America, red, white and blue. Por un instante pensé en contrapuntear con mi amarillo, azul y rojo, pero guardé silencio. Para mi hija que nació en Estados Unidos su bandera es la que vemos todos los días en la ruta al colegio, unas veces en auto, otras en bicicleta.

Cuando yo tenía sus mismos dos años y medio, mis días comenzaban con el saludo a esa tela de rayas y estrellas. Mi padre estudiaba su postgrado en Tulsa, Oklahoma, y yo era uno de los pocos niños latinoamericanos en aquella escuela que se cubría de nieve durante el invierno. Curiosamente uno de los recuerdos más remotos que guardo es el pequeño salón de clases con paredes marrones en el cual docena y media de niños decían a viva voz “prometo lealtad a mi bandera y la nación que representa”. Puedo verme ahí, repitiendo las palabras de mis compañeros, sin tener idea de su verdadero significado.

Cuando regresamos a Venezuela mi memoria transmutó los colores y aprendí a cantar el Gloria al Bravo Pueblo en el patio de mi colegio. Durante mi adolescencia como boy scout, era un orgullo izar la bandera en los campamentos y ver el tricolor venezolano ondeando en el asta de madera que habíamos construido con nuestras propias manos. Sabía doblarla en un triángulo perfecto, jamás la dejaba tocar el piso y podía recitar la historia de su evolución desde los tiempo de Gual y España. Durante esos años la bandera era la patria, y la patria el lugar donde había nacido.

Pero como suele suceder, la vida es más compleja de lo que parece. Mi bandera de siete estrellas ahora tiene ocho porque Hugo Chávez así lo quiso, mientras mi hija muy pronto será capaz de contar las cincuenta que tiene la suya. Debe ser parte del proceso del inmigrante: dos generaciones, dos banderas. También debe ser parte de este proceso de mudanzas internas la sensación que me acompaña cuando veo cualquier bandera, y es la idea de que esa tela es solo un símbolo, incapaz de atrapar la identidad de un ser humano. Ya me tocará hablar de estas cosas con mis hijas y no se si será la mejor respuesta, pero cuando alguna de ellas me pregunte cuál es mi bandera, espero responderle que la bandera del amor.

ebravo@unionradio.com.ve 

 
 

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