Evidentemente
era parte del proceso, más aún así me tomó por sorpresa.
Cargaba en brazos a mi hija Isabel cuando de pronto se
llevó la manito izquierda a la cabeza y comenzó a cantar:
Flag of America, red, white and blue. Por un
instante pensé en contrapuntear con mi amarillo, azul y
rojo, pero guardé silencio. Para mi hija que nació en
Estados Unidos su bandera es la que vemos todos los días
en la ruta al colegio, unas veces en auto, otras en
bicicleta.
Cuando yo
tenía sus mismos dos años y medio, mis días comenzaban con
el saludo a esa tela de rayas y estrellas. Mi padre
estudiaba su postgrado en Tulsa, Oklahoma, y yo era uno de
los pocos niños latinoamericanos en aquella escuela que se
cubría de nieve durante el invierno. Curiosamente uno de
los recuerdos más remotos que guardo es el pequeño salón
de clases con paredes marrones en el cual docena y media
de niños decían a viva voz “prometo lealtad a mi bandera y
la nación que representa”. Puedo verme ahí, repitiendo las
palabras de mis compañeros, sin tener idea de su verdadero
significado.
Cuando
regresamos a Venezuela mi memoria transmutó los colores y
aprendí a cantar el Gloria al Bravo Pueblo en el patio de
mi colegio. Durante mi adolescencia como boy scout, era un
orgullo izar la bandera en los campamentos y ver el
tricolor venezolano ondeando en el asta de madera que
habíamos construido con nuestras propias manos. Sabía
doblarla en un triángulo perfecto, jamás la dejaba tocar
el piso y podía recitar la historia de su evolución desde
los tiempo de Gual y España. Durante esos años la bandera
era la patria, y la patria el lugar donde había nacido.
Pero como
suele suceder, la vida es más compleja de lo que parece.
Mi bandera de siete estrellas ahora tiene ocho porque Hugo
Chávez así lo quiso, mientras mi hija muy pronto será
capaz de contar las cincuenta que tiene la suya. Debe ser
parte del proceso del inmigrante: dos generaciones, dos
banderas. También debe ser parte de este proceso de
mudanzas internas la sensación que me acompaña cuando veo
cualquier bandera, y es la idea de que esa tela es solo un
símbolo, incapaz de atrapar la identidad de un ser humano.
Ya me tocará hablar de estas cosas con mis hijas y no se
si será la mejor respuesta, pero cuando alguna de ellas me
pregunte cuál es mi bandera, espero responderle que la
bandera del amor.
ebravo@unionradio.com.ve