Fidel
está muriendo. Con él se enterrará la ruinosa experiencia
del socialismo caribeño. Con petrodólares y planes de
expandir su revolución, Hugo Chávez ya se presenta como
nuevo líder de la izquierda latinoamericana. Fidel tuvo la
historia a su lado y mucho carisma. Fracasó. Chávez tiene
petróleo y ninguna autocensura. Va a fracasar también. ¿Pero
a qué precio?
Desde que Fidel Castro delegó
provisionalmente el poder a su hermano Raúl, no se ha vuelto
a mencionar el eje Cuba-Venezuela. No se ha dicho tampoco
que haya dejado de existir.
Es por ello que no puede
dejarnos indiferentes los discursos pronunciados últimamente
por los presidentes de ambos países. El de Raúl Castro
pronunciado el sábado 2 de diciembre con ocasión de la
celebración del cincuentenario del desembarco del Granma,
(instaurado por el castrismo como acto fundacional de la
nación cubana, por ello mismo asociado al 80 aniversario del
nacimiento de Fidel Castro: ambos acontecimientos aparecen
así confundidos en uno), y el del presidente de Venezuela al
anunciar su reelección como presidente de la República el 4
de diciembre en el “balcón del pueblo” del palacio de
Miraflores.
El de Raúl Castro marca un giro
innegable, tanto en estilo como en contenido en relación a
los discursos a los que nos había habituado Fidel Castro
desde que accedió al poder en 1959.
Parco, sin el menor rasgo de mesianismo, Raúl Castro emitió
un análisis sereno y frío de la que será bajo su mandato la
posición cubana: eso en cuanto al estilo. En cuanto al
fondo, dejó sentado su papel de jefe de Estado que toma
iniciativas de la envergadura de quien tiene las riendas del
poder. Primeramente optó por una postura puramente
nacionalista, situando a Cuba dentro del concierto de
naciones latino-americanas al no mencionar la
excepcionalidad cubana de país socialista, - rasgo que en el
pasado la situaba en la órbita de la URSS y la alejaba de
América latina- , sumándose a la tradición eminentemente
latino-americana de reivindicar la gesta independentista.
Hecho que expresó al terminar su discurso, no con el clásico
“Patria o muerte”, o “Socialismo o muerte”, imagen de marca
por excelencia del castrismo, sino rehabilitando el grito
del ejército mambí: “Viva cuba libre”. Desaparece el tema
castrista de la muerte e introduce la idea de vida.
Semejante libertad demuestra que aquel que imponía la muerte
como condición de futuro ya tiene poca voz en el asunto. Por
supuesto, tratándose de un Estado pretoriano no podía faltar
la retórica militar.
Pero, la gran novedad fue la declaración dirigida a
Washington de estar dispuesto a entablar conversaciones con
el objeto de normalizar las relaciones entre ambos países,
por supuesto, bajo las condiciones fijadas por Cuba. Habrá
un forcejeo y antes de que se entablen conversaciones,
pasará algún tiempo, pero es innegable el alcance del gesto.
La postura inédita de Raúl Castro, de situarse en el tiempo
presente para abordar el futuro de la isla, contrasta con el
discurso del presidente de Venezuela, que pese a haberse
mostrado menos agresivo que lo habitual, al anunciar su
reelección, declaró que su próximo gobierno instauraría el
socialismo del siglo XXI inspirado en “Cristo, Bolívar y el
indigenismo”.
Cuando el interlocutor era Fidel Castro, ambos compartían la
retórica mesiánica de salvadores del mundo. El venezolano le
agregaba su toque de pensamiento mágico: ese divorcio entre
el decir y el hacer, pero lograban dar una imagen que
concordaba con la visión del mundo que ambos compartían.
Un rápido análisis de contenido del discurso de Raúl Castro
con el de Hugo Chávez, relega a este irremediablemente al
compartimiento del anacronismo histórico. Mientras que el
cubano, aparece emprendiendo el camino hacia la
contemporaneidad, e incluso hacia el futuro, porque la
propuesta de entablar el diálogo con Estados-Unidos,
significa, cancelar el hecho que le daba legitimidad al
castrismo a los ojos del mundo: el estado de guerra
permanente con Estados – Unidos. El castrismo habrá
comenzado a periclitar, pues ya no dispondrá de la
legitimidad que le otorgaba el estado de guerra permanente
con el vecino del norte.
Si la política propuesta por Raúl Castro toma cuerpo, el
socialismo del siglo XXI aparecerá como el mayor anacronismo
del siglo y no porque Cuba deje de ser socialista, sino
porque si el venezolano persiste en su empeño, aparecerá
ante el mismo modelo cubano, como un elemento desfasado y su
socialismo del Siglo XXI, quedará como un cascarón hueco e
inservible; un artefacto más del barroco caribeño.
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |