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Dos discursos y un anacronismo
por Elizabeth Burgos
diciembre 2007


Fidel está muriendo. Con él se enterrará la ruinosa experiencia del socialismo caribeño. Con petrodólares y planes de expandir su revolución, Hugo Chávez ya se presenta como nuevo líder de la izquierda latinoamericana. Fidel tuvo la historia a su lado y mucho carisma. Fracasó. Chávez tiene petróleo y ninguna autocensura. Va a fracasar también. ¿Pero a qué precio? 

Desde que Fidel Castro delegó provisionalmente el poder a su hermano Raúl, no se ha vuelto a mencionar el eje Cuba-Venezuela. No se ha dicho tampoco que haya dejado de existir.

Es por ello que no puede dejarnos indiferentes los discursos pronunciados últimamente por los presidentes de ambos países. El de Raúl Castro pronunciado el sábado 2 de diciembre con ocasión de la celebración del cincuentenario del desembarco del Granma, (instaurado por el castrismo como acto fundacional de la nación cubana, por ello mismo asociado al 80 aniversario del nacimiento de Fidel Castro: ambos acontecimientos aparecen así confundidos en uno), y el del presidente de Venezuela al anunciar su reelección como presidente de la República el 4 de diciembre en el “balcón del pueblo” del palacio de Miraflores.

El de Raúl Castro marca un giro innegable, tanto en estilo como en contenido en relación a los discursos a los que nos había habituado Fidel Castro desde que accedió al poder en 1959.

Parco, sin el menor rasgo de mesianismo, Raúl Castro emitió un análisis sereno y frío de la que será bajo su mandato la posición cubana: eso en cuanto al estilo. En cuanto al fondo, dejó sentado su papel de jefe de Estado que toma iniciativas de la envergadura de quien tiene las riendas del poder. Primeramente optó por una postura puramente nacionalista, situando a Cuba dentro del concierto de naciones latino-americanas al no mencionar la excepcionalidad cubana de país socialista, - rasgo que en el pasado la situaba en la órbita de la URSS y la alejaba de América latina- , sumándose a la tradición eminentemente latino-americana de reivindicar la gesta independentista. Hecho que expresó al terminar su discurso, no con el clásico “Patria o muerte”, o “Socialismo o muerte”, imagen de marca por excelencia del castrismo, sino rehabilitando el grito del ejército mambí: “Viva cuba libre”. Desaparece el tema castrista de la muerte e introduce la idea de vida. Semejante libertad demuestra que aquel que imponía la muerte como condición de futuro ya tiene poca voz en el asunto. Por supuesto, tratándose de un Estado pretoriano no podía faltar la retórica militar.

Pero, la gran novedad fue la declaración dirigida a Washington de estar dispuesto a entablar conversaciones con el objeto de normalizar las relaciones entre ambos países, por supuesto, bajo las condiciones fijadas por Cuba. Habrá un forcejeo y antes de que se entablen conversaciones, pasará algún tiempo, pero es innegable el alcance del gesto.

La postura inédita de Raúl Castro, de situarse en el tiempo presente para abordar el futuro de la isla, contrasta con el discurso del presidente de Venezuela, que pese a haberse mostrado menos agresivo que lo habitual, al anunciar su reelección, declaró que su próximo gobierno instauraría el socialismo del siglo XXI inspirado en “Cristo, Bolívar y el indigenismo”.

Cuando el interlocutor era Fidel Castro, ambos compartían la retórica mesiánica de salvadores del mundo. El venezolano le agregaba su toque de pensamiento mágico: ese divorcio entre el decir y el hacer, pero lograban dar una imagen que concordaba con la visión del mundo que ambos compartían.

Un rápido análisis de contenido del discurso de Raúl Castro con el de Hugo Chávez, relega a este irremediablemente al compartimiento del anacronismo histórico. Mientras que el cubano, aparece emprendiendo el camino hacia la contemporaneidad, e incluso hacia el futuro, porque la propuesta de entablar el diálogo con Estados-Unidos, significa, cancelar el hecho que le daba legitimidad al castrismo a los ojos del mundo: el estado de guerra permanente con Estados – Unidos. El castrismo habrá comenzado a periclitar, pues ya no dispondrá de la legitimidad que le otorgaba el estado de guerra permanente con el vecino del norte.

Si la política propuesta por Raúl Castro toma cuerpo, el socialismo del siglo XXI aparecerá como el mayor anacronismo del siglo y no porque Cuba deje de ser socialista, sino porque si el venezolano persiste en su empeño, aparecerá ante el mismo modelo cubano, como un elemento desfasado y su socialismo del Siglo XXI, quedará como un cascarón hueco e inservible; un artefacto más del barroco caribeño.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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