Desde
hace cuarenta años, la primera semana del mes de octubre,
los centros de difusión mediática del mundo activan a nivel
planetario un ritual conmemorativo que alcanza su clímax el
día 8, aniversario de la muerte de Ernesto “Che” Guevara.
Tanto admiradores como detractores, planifican durante ese
mes, libros, documentales, y toda clase de objetos fetiches
destinados a las tiendas de souvenirs, librerías y canales
de televisión.
Los “especialistas” se afanan de un
canal de TV al otro, de una capital a otra, en la promoción
de una figura convertida en fetiche que ha logrado obliterar
las diferencias de clase, de credo político y hasta ha
destronado a las figuras tradicionales del comunismo. La
imagen del “Che” constituye uno de los rubros los más
exitosos de la economía de consumo de masas.
Sucede que el mítico argentino, cuya
corta vida política estuvo signada por el fracaso, - en lo
económico, en lo político, en lo militar- su mayor éxito lo
obtuvo en su propia muerte. Además el azar le deparó, en
el momento preciso, a los fotógrafos que iban a inmortalizar
su figura, gracias a lo cual se convirtió en la más
emblemática del culto que se le profesa a la imagen en la
era contemporánea. El cubano Korda realizó la fotografía
premonitoria, prefiguración del hombre destinado a una
muerte prematura. El boliviano Freddy Alborta inmortalizó al
hombre hecho cadáver en Cristo de Mantegna.
Cuba forjó la figura del “Guerrillero
heroico”, no obstante no es su heroicidad lo que motiva el
inconsciente popular, sino precisamente el haber tenido una
muerte no heroica, como combatiente forjado por el modelo
castrista, en el que priva el culto al heroísmo, Ernesto
Guevara no iba a permitir que lo capturaran vivo. El propio
Fidel Castro en su libro entrevista autobiográfica Cien
horas con Fidel, declara que él nunca hubiera
permitido lo capturan vivo. Lo que se ha impuesto es,
precisamente, la figura crística de la víctima, del hombre
que vino a la tierra a redimir a su prójimo y no fue
comprendido por aquellos por quienes iba a ofrendar su vida.
Los campesinos bolivianos, en lugar de adherir a la
guerrilla, la denunciaban. Los sindicatos campesinos, se
propusieron como voluntarios para combatirla. Al igual que
Cristo, que después de ser crucificado, desde hace 21
siglos es motivo de adoración, a Guevara, los mismos
campesinos que le negaron su apoyo hoy le rinden culto en
Bolivia.
En nuestra era mediática, una figura
como la suya, que ha ahondado tan profundamente en el
imaginario popular, que corrió con la suerte de ser dotado
del físico adecuado, está sujeta a la manipulación, a ser
domesticada, adaptada a todos los usos.
En Francia, en donde la explotación
mediática y comercial de la figura del mítico argentino ha
sido monopolio de la “izquierda caviar”, y de los centros
de decoración “chic”, la última figura de la “rebeldía”, el
militante de la Liga comunista (trotskista) favorito de los
electores radicales, Olivier Besancenot, ha decido
emanciparse de la legendaria figura de León Trotski, que ya
no significa nada para la juventud actual, y sustituirlo por
la figura de Ernesto Guevara, de mayor rentabilidad
electoral. Helo aquí que también publica un libro a la
gloria del guerrillero Une braise qui brûle encore (Una
brasa que todavía quema) y desde hace varios días se
afana en todos los canales de TV, radios, y prensa,
disimulando apenas, de que se trata de una campaña destinada
a calar en los medios de los altermundialistas y otros
radicales anti-sistema, pues su objetivo, como lo ha
anunciado, es la creación de un nuevo partido político, pues
según él “ya es tiempo de pasar la página del viejo
movimiento obrero y escribir una nueva página virgen”,
declara el popular líder radical, licenciado en historia que
escogió el oficio de cartero, - y no precisamente en un
barrio obrero, sino en el barrio de Neuilly, barrio de alta
burguesía por excelencia y del que fuera alcalde el actual
presidente de la República, Nicolas Sakozy -, porque le
deja más tiempo para su actividad política, y le posibilita
un contacto cotidiano con el público. Vestido a la última
moda, y con buenas entradas en el mundo cultural y
editorial, esta nueva figura del panorama político francés,
parece destinada a imponerse gracias a su estilo informal.
El modelo que le inspira, no es precisamente la figura de
Ernesto Guevara, sino más bien la de Sarkozy, cuyo talante y
personalidad ya están creando escuela. El joven cartero
tiene todos los visos de querer convertirse en el Sarkozy de
izquierda.
Para quienes nos sentimos concernidos
por América Latina, y conocemos su historia, las
interpretaciones del joven líder francés sobre el propio
Ernesto Guevara, al que se supone rinde honores, y acerca
de la historia del continente, constituyen una verdadera
afrenta al conocimiento más elemental. Su análisis de la
historia del continente son del nivel de alguien que sobre
América Latina se ha conformado con sus lecturas de
infancia, las del popular Tintin que ha conformado el
imaginario político de varias generaciones de franceses.
Es una prueba a la paciencia, escuchar
en boca de este nuevo “especialista”, que la dictadura de
Batista ha sido la peor que ha conocido América Latina –
para justificar la propensión de Ernesto Guevara por los
fusilamientos - , de allí que queden eximidos: Pérez
Jiménez, Trujillo, Somoza, Pinochet, los militares
argentinos, Stroessner, etc.
En relación a Venezuela, el gran
argumento para demostrar el talante democrático del
teniente-coronel, que seguramente le recuerda al coronel
Tapioca, figura que representa al latinoamericano, de las
aventuras de Tintin y Milou, es el número de elecciones que
se han celebrado en el país.
Como se sabe, para crear un partido
político se necesitan medios, y como es sabido, el coronel
Tapioca de Venezuela, es espléndido cuando se trata de
movimientos o personas que defienden su proyecto político.
En todo caso, el sustento ideológico de
este nuevo artefacto político francés, tiene todos los visos
de aproximarse al barroco caribe.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |