En
la recta final de su mandato George W. Bush pareciera
enfilar a la puerta trasera de la Casa Blanca. Con la
popularidad más baja que haya conocido presidente alguno y
un partido que lo considera “pasivo electoral” es poco lo
que tiene que perder en los próximos meses. No importa lo
que las encuestas arrojen sobre sus decisiones y
prioridades, Bush luce dispuesto a jugar el último inning
de espaldas a la opinión pública, y quizás también, a la
historia.
En estos
días ha pedido $190 millardos para Irak a la vez que vetó
una ley que entregaría $35 billones adiciones para brindar
seguro médico a niños que no califican como pobres, pero
que tampoco pueden recibir un seguro privado de sus
padres. Igualmente vetó una ley para proteger reservorios
acuíferos como los Everglades por considerarla dispendiosa
mientras pareciera estar diseñando una campaña militar
contra Irán. Uno de los últimos escándalos: el
ex-secretario de Justicia Alberto Gonzáles habría sentado
las bases para que la CIA procediera con tácticas de
tortura a la hora de interrogar a sospechosos de
terrorismo, un capítulo más en la novela de abusos de
poder y manipulaciones políticas en las que se han
embarcado funcionarios y asesores del Ejecutivo.
Las
elecciones de 2008 serán un referéndum sobre la
administración Bush, de la misma forma como lo fueron las
legislativas de 2006. Además de la polarización política,
el factor económico no pareciera soplar a favor de la Casa
Blanca: el crecimiento basado en el crédito ha dejado sus
víctimas tanto en Main Street como en Wall
Street, pero lo preocupante está en las advertencias
de una posible recesión que sería la guinda más difícil de
tragar para los electores.
Pero esta
es solo una parte de la historia. Si hay algo admirable
del sistema estadounidense es que el legado (y los
excesos) de un hombre no supera al país. Esta imperfecta
democracia, unas veces transparente y otras opaca, con una
delicada separación de poderes y un estado de derecho
manipulable pero sólido, es capaz de recuperar su camino
en poco tiempo. A fin de cuentas existe un dinámico juego
político y económico, criticable pero auditable, que va
más allá de un nombre y un apellido.
ebravo@unionradio.com.ve