Hubo
una época cuando fui joven. Quiero decir, biológicamente
joven, financieramente irresponsable, y sin saberlo,
terriblemente feliz. Corrían los 80´s y Caracas bullía
como un frívolo volcán que buscaba escapar a la década
perdida batiéndose en devaneos postmodernos, una urbe en
crisis, en un país en crisis, en años cuando la palabra
aún no se cargaba de tanta sangre, pólvora y odio. Aquella
era una ciudad de jóvenes buscando un escape. Hoy en día
Caracas es un hervidero de jóvenes proponiendo una salida.
No miento al decir que siento algo de envidia,
vergüenza y admiración ante la juventud venezolana de
2007.
Envidia porque en esa búsqueda de una
identidad que nos impulsa más allá de la adolescencia,
luchar por una causa otorga sentido a los días. Estos
jóvenes salen a la calle con una claridad y pasión que no
tuvimos nosotros, quizás porque la situación era menos
urgente: estos chicos se baten contra una revolución que
se traga los mismos preceptos por los cuales dice luchar:
este es un gobierno que excluye a todo lo que se le
oponga.
La vergüenza es porque fue mi generación la
primera en hacer de la antipolítica una bandera.
Desencantados con la corrupción y los partidos, creímos
que dándole la espalda al sistema podríamos construir un
mejor país. No votábamos, no participábamos, no nos
interesaba la política. Y de aquel abandono vino esta
marejada.
Admiración porque han sido capaces de abrirse
camino con un discurso propio, pacíficamente, sin
radicalismos. Estos muchachos tienen un sueño, cada vez
más articulado, que va más allá de la coyuntura. Lo de
ellos no es Chávez vete ya. Lo de ellos es tomar su lugar
en la historia para garantizarse el país donde desean
vivir.
Hay un grupo de jóvenes que se me queda por
fuera. Son los estudiantes bolivarianos, identificados y
organizados con una voluntad de soldados. Puedo entender
la euforia que los mueve, pero me resulta imposible
compartir su lucha. Si de joven pedía justicia social,
inclusión y desarrollo, si quizás grité algunas de las
consignas cargadas de medias verdades del chavismo, ni
antes ni ahora entrego mi individualidad al culto a la
personalidad que los arrebata. Desde mis convicciones,
estos jóvenes son víctimas de un avezado ilusionista.
No los podemos dejar solos. A ninguno de ellos. Hoy más
que nunca tenemos la oportunidad de ser jóvenes otra vez.
ebravo@unionradio.com.ve