Los
espasmos y neurosis de la economía son males que muchos
sufrimos pero pocos entienden. Asunto complejo, la ciencia
económica a veces pareciera estar controlada por el
horóscopo, el azar, las teorías Nobel, o todas las
anteriores. Seguro ha escuchado el viejo chiste: un
economista es alguien que dedica la mitad de su tiempo
anunciando lo que va a pasar y la otra mitad explicando
porque no pasó. De lo macro a lo doméstico, algo es
seguro: una cosa es el presupuesto y otra el balance
final. Si las cosas van bien los números salen azules.
Pero basta un traspié para que todo vire a rojo.
La política y la economía son
un concubinato delicado. A la primera se le puede mantener
con promesas, mientras que la segunda reclama realidades
contantes y sonantes. Puede ser que la economía se
alimente de expectativas, pero al final separa el debe y
el haber, así que no tolera la falta de queso en la
tostada. Resulta posible manejar la política como un acto
de encantamiento de serpientes, pero en cambio la economía
requiere de una magia especial. Hay que saber los trucos y
seguir ciertas reglas para no cortar en dos al voluntario
del público.
Anaqueles vacíos, plantas
automotrices temporalmente cerradas, repunte del
desempleo, controles fuera de control e inflación rampante
no es precisamente un panorama alentador para Venezuela.
Inútil decirlo, a la revolución bolivariana le tocó su
contacto con la realidad: una cosa es imponer y otra es
aceptar las realidades del mercado y negociar. Con la
política hay un margen para la imprecisión que la economía
no perdona, y como ha sucedido en el pasado, los números
terminan siendo el peor enemigo del gobernante.
En estos días, la estúpida
economía se ha encargado de torpedear los planes de la
administración Chávez con obstinación y saña. Para el
presidente es una conspiración, y quizás tenga razón: la
economía siempre conspira contra quienes pretenden
someterla. Porque una cosa es repartir la abundancia y
otra administrar la crisis. Duele aprenderlo, pero además
de neurótica, cuando va en picada la economía resulta
suicida. Puede que estos últimos dos meses hayan sido
apenas un abrebocas del porvenir. El año cuando la
estupidez económica costó millardos, quebrando sueños,
proyectos y familias.
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