Cada
año desaparecen 7.3 millones de hectáreas de bosques en el
mundo. Un área comparable a Panamá o Sierra Leona. Si pensamos
que los bosques y selvas cubren un 30% de la superficie
terrestre, para un total de 4 millardos de hectáreas, estamos
hablando de una pérdida anual del 0.18%, lo cual no es una
minucia. La buena noticia es que el ritmo de deforestación se ha
venido reduciendo en los últimos cinco años y que algunos países
están haciendo un gran esfuerzo por sembrar nuevos árboles. La
mala es que la mitad de esa área perdida eran bosques y selvas
casi vírgenes, donde no había existido una significante
actividad humana.
Diez países tienen las superficies boscosas más grandes del
planeta: Australia, Brasil, Canadá, China, la República
Democrática del Congo, India, Indonesia, Perú, Rusia y EE.UU..
La deforestación más alta se registra en Suramérica, pues solo
Brasil pierde más de 2.6 millones de hectáreas al año (2004 fue
un año terrible, el segundo más más alto en pérdidas que se haya
registrado) mientras que Asia ganó casi un millón de hectáreas
gracias al esfuerzo de China con sus políticas de reforestación.
Según el más reciente informe de la Organización de Agricultura
y Alimentos de la ONU (www.fao.org/forestry)
“si bien hay progreso en ciertos lugares, desafortunadamente los
recursos forestales se están perdiendo o degradando en una tasa
alarmante”
Los bosques y selvas tiene múltiples funciones: conservación de
la biodiversidad, de la calidad de la tierra y agua, suministro
de madera para uso humano, recreación y control de los niveles
de carbono en la atmósfera. La principal amenaza que enfrentan
es la explotación comercial, que según Global Forest Watch causa
un 70% de las pérdidas. Le sigue la minería y desarrollo urbano
o industrial con un 40%, tala para abrir espacio a la
agricultura con un 20% y finalmente la remoción excesiva de
vegetación (incluyendo leña para fogones) con un 14%. Los
bosques son un negocio muy rentable, sobre todo cuando las
empresas madereras logran acuerdos con gobiernos corruptos, y a
la vez son una defensa ante la pobreza, pues además de ser un
recurso valioso, ayudan a sostener el nivel de vida de las
comunidades. Un ejemplo de como la pobreza arrasa con los
bosques, y a la vez, de como la deforestación genera más
pobreza, es Haití: la otrora joya de la colonia francesa es
ahora un terreno de cerros pelados porque la gente ha usado la
madera para sus fogones, y tierra arrasada no da vida ni genera
riqueza.
Administrar los bosques no es solo un asunto de conservación
ambiental, también es un asunto de salud económica. Al ritmo de
crecimiento de la humanidad la presión sobre las áreas
forestales es cada vez mayor, y serán aquellos países que sepan
balancear la explotación con la conservación los que podrán
gozar de un mejor paisaje, a la vez de percibir los mejores
ingresos por sus recursos renovables.
ebravo@unionradio.com.ve
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