Hay que ganar por nocaut. O por
lo menos por paliza. Así decía la gente, en la época de oro
del boxeo venezolano, cuando algún púgil criollo iba a
pelear a Japón. Ganar en Japón implicaba lidiar con el
contendor, con los fanáticos del contendor, con el árbitro,
con los jueces, con los organizadores y con la prensa
nipona. Con todos y contra todo.
En tales condiciones, una pelea cerrada brindaba a los
jueces la oportunidad de mostrar, con absoluta desvergüenza,
su parcialidad por el japonés. La única garantía de victoria
era dar una demostración de superioridad tan amplia que
imposibilitara la trampa.
Cuando en la pelea estaba en juego un título mundial, la
cosa se ponía más dura. Así, las opciones para el aspirante
criollo eran dos: no pelear (y que el título quedara en
manos del otro) o echar el resto (lo que por lo menos le
daba la oportunidad de titularse).
Algo parecido ocurre con el referendo aprobatorio
(reprobatorio, prefiero pensar) de la enmienda
reeleccionista de Hugo Chávez. El sector opositor, que no se
ha dejado naricear, enfrenta un proceso lleno de retos. Debe
hacer frente a Chávez y a todos los recursos del Estado
delictivamente puestos al servicio del déspota.
Debe hacer frente también a la jauría de diputados que
salieron a morder canillas. A un Consejo Nacional Electoral
que ve por un solo ojo. A un Tribunal Supremo de Justicia
que no ve por ninguno. A una Fuerza Armada
inconstitucionalmente parcializada. Al malandraje armado que
Chávez amamanta.
Igual que los boxeadores de ayer, la gente que hoy cree en
la democracia tiene dos opciones: no pelear, abrumado por el
ventajismo oficial (y dejar al país eternamente en manos de
un psicópata) o salir a dar la pelea (dura y desigual, pero
que por lo menos ofrece la posibilidad de asear del futuro).
En ese escenario, un resultado cerrado podría facilitar la
consumación de algunas trampas que tuerzan la decisión de la
gente. Por eso hay que esforzarse por obtener y defender una
amplia ventaja. Una ventaja que impida que la suma de
posibles triquiñuelas la supere. No hay de otra.
Dejarse arrastrar por el escepticismo, dejarse contagiar por
la modorra de cierta dirigencia política, dejarse apabullar
por los abusos gubernamentales, tirar la toalla, no salir
para el siguiente round, es dejar el país a los bandidos que
lo han destruido. A los vividores de siempre. A los
traficantes del voto. A los cultivadores de la mediocridad.
A los promotores del odio. A los desquiciados que conciben
la violencia como único argumento.
Talvez ese sea el futuro que deseen los que prefieren vivir
de la limosna antes que producir legítima riqueza. Los que
por comodidad prefieren vivir perpetuamente obligados a
vestir de rojo y hacer bulto en las marchas oficialistas.
Los que prefieren repetir que pensar. Los que prefieren
hijos y nietos domesticados antes que hombres libres… Me
resisto a creer que esos sean mayoría en la tierra de
Bolívar.
Uno tiene la esperanza de que las reservas morales del país
aún no se hayan agotado. Para poder ganarle a Chávez como en
Japón.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |