Quiere que
lo vean grande e invencible. Señor del cielo y de la tierra.
Todopoderoso y omnipresente. Por eso intimida y amenaza.
Presiona y chantajea. Sofoca. Fastidia. Se burla de la
Constitución y de Bolívar. Hace lo que le da la gana... Sus
desplantes y arrebatos, sin embargo, son pura fachada.
Pastillaje sin bizcocho. Buche y pluma no más, como cantaba
la Lupe.
No se había
borrado aún la tinta del meñique por las elecciones
regionales cuando Chávez inició la cruzada por su
reelección. Los siervos de la Asamblea Nacional salieron en
tropel a aplaudirle la gracia. El TSJ se la bendijo. El CNE
se la sazonó.
El
apresurado despliegue de ambiciones, por un lado, y de
complacencias por otro, fue percibido por algunos como una
demostración de fuerza y de arrojo. Nada de eso. La
valentía no es una de las cualidades de Chávez. Los
temblequeos del 4 de febrero y la llantina del 11 de abril
lo evidencian. A Chávez lo enculilla el riesgo. Es de los
que le zapatea al perro cuando sabe que está amarrado.
En efecto,
con la enmienda reeleccionista, Chávez no arriesga nada. Si
el país se la niega, Chávez se iría en enero de 2013.
Igualito que si no hubiera propuesto enmienda alguna. Como
quien compra un boleto para una rifa y si no obtiene el
premio le devuelven el valor del tique
Por otro
lado, el apresuramiento por iniciar la campaña enmendadora
no viene de una hipotética fuerza demostrada en las
elecciones de diciembre. Por el contrario, es producto de la
merma percibida en su poder de convocatoria. Chávez, además,
sabe que la crisis mundial le empieza a roer las patas. Que
los ingresos petroleros se encogen, y con ellos las
posibilidades de repartir limosnas. Sabe que se verá
obligado a tomar medidas impopulares.
Por si fuera
poco, Chávez está conciente de que las importantes
posiciones alcanzadas por la unidad opositora en las
elecciones de diciembre pueden convertirse en vitrinas que,
por contraste, pongan en evidencia la ineptitud del
funcionariado oficialista.
Chávez sabe,
en dos platos, que el tiempo corre en su contra. Para
después era muy tarde. El apresuramiento es producto del
temor. Del temor a la gente. Al rechazo. Del temor al dedo
índice erecto entre los otros dedos recogidos. Y de un temor
paragua que los arropa a todos: el temor a ser enjuiciado
por los delitos cometidos cuando deje el poder y quede
desnudo de inmunidad.
El santo le
sigue dando la espalda. Con cada movimiento, Chávez se hunde
más en su propio estercolero. Invocó a Bolívar y se le
apareció el Diablo. Desdiciéndose obscenamente, invitó al
festín reeleccionista a todo funcionario electo y la gente
frunció el ceño. Adornó la pregunta de la enmienda con
guinditas jurídicas para cazar pendejos y lo que ha hecho es
espantarlos.
Es mentira
que Chávez tenga hoy apoyo mayoritario para su pretendida
enmienda. Si tuviera ese respaldo no hubiera mandado a sus
bandas armadas a sembrar el terror. Ni ordenado reprimir al
movimiento estudiantil. Ni hiciera el ridículo desfigurado
el concepto de alternabilidad. Ni tuviera que sabotear la
gestión de los gobernadores y alcaldes no oficialistas…
Quien se siente seguro no patea la mesa. Ni bota el mingo.
La presunta
fortaleza de Chávez es mera apariencia. Chávez es un tigre
de cartón (con las patotas húmedas, además). Un muñeco
inflable (con varios huequitos por donde sale el aire, por
añadidura)… Y él sabe que la gente lo sabe.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |